CONTRATAPA
Somos todos escandinavos
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn
Los alemanes están deprimidos. Los títulos de primera plana lo decían todo: “El número de desocupados aumentará este año a 4.200.000”, “El crecimiento descenderá al 1 por ciento”, “Pésimas posibilidades de trabajo para los jóvenes”. Que siempre hacen nacer la pregunta: ¿pero, cómo, en Alemania, la mejor economía europea? ¿Y entonces, el cuento de la globalización, qué? Y luego, la guerra ordenada por EE.UU. contra Irak. Hay una inquietud que se trata de disimular. El 80 por ciento de los alemanes está contra de la guerra. No comprenden a Estados Unidos y menos a Bush, una figura que les parece muy Texas, muy western, sobreactuado, vacío. No quieren compararlo con Hitler, pero la comparación entra en las conversaciones entre amigos. No, Hitler era un loco imbuido por la religión de la nada, la muerte como solución, el cielo en llamas para todos como paraíso. Bush, en cambio, América, nada más que América, los dueños del mundo y además los maestros del mundo, el saber castigar con azotes a quien descrea de América, como advertencia, y después todo el castigo de Dios. La pregunta es: ¿por qué nos tienen que gobernar personajes como Hitler o como Bush? ¿Acaso no hay filósofos, profesores de ética, sociólogos, politólogos que han estudiado y escrito hasta el cansancio sobre cómo eliminar las disputas, cómo superar los conflictos, cómo aprender de la historia?
¿Por qué hubo alemanes que votaron a Hitler y norteamericanos que votan a Bush y lo seguirán a Bush? El texano reemplaza la palabra Dios por América. En su último discurso esa palabra incitaba a los presentes al aplauso de pie. América, y ya está, nada de discutir. América es Dios, es todo, es la Madre. No, es Mi Madre. Y no se discute. El presidente dijo América y todos los disfrazados de uniforme pusieron cara de próceres, los ministros parecían ya romper en llanto, y los senadores y diputados creían ver ahora, bien claro, lo épico, comenzar la marcha. La guerra es terminar con el mal, nos santifica, nos vuelve puros. Vayamos a morir, mejor dicho, vayamos a matar, por América. Y el desprecio por aquellos países como Alemania y Francia que se niegan a aceptar la guerra contra el diablo. “No importa, ahora nos van a acompañar los europeos orientales”, lo dijo bien fuerte y con voz de mando la profesora Ruth Wedgwood, titular de Derecho Internacional de la Universidad de Yale y directora del International Law Program, de la John Hopkins University y nada menos que consejera del ministro de Defensa americano Donald Rumsfeld (ya han dejado de ser hace tiempo norteamericanos, ahora son totales: americanos). Y su título máximo: consejera número uno del Pentágono. La influyente funcionaria cuando dijo eso pensó en Putin, que apoya a Estados Unidos mientras él mata a diestra y siniestra los pueblos de la levantisca Chechenia. Una mano ayuda a la otra. Pero hay algo más fundamentalista en la opinión de la profesora Wedgwood. Dice que la actitud de Alemania y Francia de no apoyar la guerra multinacional contra Irak ha “escandinavizado” a franceses y alemanes. Con lo cual ha hecho caer sobre ellos la maldición eterna. Estar contra la guerra de Irak es estar contra América. ¿En qué mundo vivimos, señores? No es que Alemania y Francia se hallan nazificado, fascistizado o comunizado. No, peor que todo eso, se han “escandinavizado”; perdón por lo complicado de la palabra. Es decir, que tender hacia la paz y negarse a participar de una guerra es ahora “escandinavizarse”, lo peor que les puede ocurrir a los países globalizados. Decir no a América, decir no a Bush.
Jürgen Todenhöfer es un ex juez alemán al que le gusta buscar la raíz de los males del mundo. Por eso acaba de realizar un viaje a Irak. A su regreso escribió: “No es nuevo que el peso superpesado USA se busca como enemigo de guerra a un peso pluma. Nuevo es que en este invierno se ha buscado un enemigo que está totalmente debilitado por doce años desanciones criminales y ya yace en el suelo. A Irak no se lo puede poner K.O., ya está K.O.”.
Y tiene razón: Unicef ha publicado que, debido a las sanciones de la ONU, han muerto medio millón de niños iraquíes y por lo menos el mismo número de adultos. Pero ahora hay que asegurarse que estén muertos, hay que meterles balas y bombas.
Todenhöfer escribe claramente: “Si Bush viajara una sola semana por ese país vería la miseria, pero también experimentaría la cordialidad de la gente. Si hubiera por lo menos mirado una sola vez en los ojos de los niños iraquíes, renunciaría a hacer la guerra”. Y sus datos son precisos: “La aseveración de que la guerra tiene como meta eliminar a Al Qaida es absurda. En el mundo árabe no hay mayor enemigo de los fundamentalistas que Saddam Hussein, él mismo un dictador. Todavía más ilusoria es la afirmación de que Irak puede atacar a EE.UU. Irak no posee ningún avión, ningún cohete que podría alcanzar a EE.UU.”. Y señala que si EE.UU. inicia la guerra y bombardea por treinta días a Irak, es posible que después Occidente deba pagar todo eso con treinta años de terrorismo árabe.
No a la guerra, sí a las negociaciones. En ellas deben comprometerse Alemania y Francia. “Las bases para esa paz continua podrían ser: renuncia por parte de Irak a la violencia con sus países vecinos y con Israel; control de armas y garantías de seguridad con comisiones internacionales e inspecciones; garantías para las minorías kurdas y chiitas; una participación activa de Irak en el combate del antiterrorismo, así como asegurar que se exportará petróleo a Occidente al precio internacional.” Es decir, condiciones para calmar a EE.UU. y conseguir la paz, que es lo principal. La vida de los niños es más importante que cualquier otro orgullo nacional y la tenencia del petróleo. Por eso, el francés Chirac y el alemán Schroeder tienen que presentar una verdadera alternativa contra la intención de Bush de “guerra a cualquier precio”. Cualquier guerra es un crimen, toda guerra es enemiga de los derechos humanos esenciales. Y el autor termina con: “Quien ame a América, no debe por ello ser partícipe de cualquier guerra”.
Claro, un plan para un observador salido del primer mundo. Pero que de alguna manera deja al desnudo la prepotencia de Bush. Oponerse a la guerra e impedirla debe ser el principal objetivo. Toda la propaganda que está haciendo el gobierno de EE.UU. y sus medios es peligrosa, sumamente peligrosa para el futuro pacífico del planeta. Se muestran por televisión, para amedrentar, esos ejercicios militares de una brutalidad inhumana, donde cada vez más se agrega a las mujeres soldados. Se las exhibe uniformadas despidiéndose de sus maridos civiles que les muestran –tal vez por última vez– a su hijito. Ella los besa a los dos y, sosteniendo su bayoneta contra el cuerpo, corre vestida con su uniforme color estiércol a obedecer las órdenes de un tipo que sólo ha aprendido a gritar. Glorificación de lo femenino, América lo exige, Dios proteja a Bush. Hasta eso ya se tergiversa: el cuerpo de la mujer hecho para dar vida, alimentar y dar belleza a sus hijos, ahora con armas: “Lo hago para defender a mi patria”, dicen con acento de Seattle o de Texas. Sí, para defender a la patria de los petroleros. Tendría que decir: “Voy a matar niños para defender los intereses de los fabricantes de armas y de gases”. En las hermosas manifestaciones pacifistas en Alemania se ven carteles de las organizaciones feministas: “No a la mujer soldado. No al crimen de la guerra”. En algunos estados yanquis se critica el aborto, pero se aplaude en los desfiles de mujeres soldados. En vez de la palabra paz en sus labios, educadas para matar. ¿Qué dirían aquellos santos del pacifismo, Leon Tolstoi y el Mahatma Gandhi, viendo el cuerpo femenino ajustado por el uniforme hecho para matar? ¿Y todos aquellos jóvenes que fueron fusilados en las guerras por negarse a ir al frente? ¡Cuánta generosidad y bondad por un lado, y cuanta estupidez superficial y crueldad por el otro! Después de las palabras de la profesora norteamericana Ruth Wedgwood, en contra de la neutralidad europea a la que llama “escandinavización”, han aparecido carteles en las manifestaciones contra la guerra que dicen: “Somos todos escandinavos”.
Como en la guerra de Vietnam, donde muchos soldados norteamericanos desertaron y se refugiaron en los países nórdicos, esperamos que muy pronto aparezcan las mujeres yanquis soldados y tiren sus uniformes color estiércol en los baños públicos de Copenhague, Oslo o Estocolmo.
Sí, ya somos escandinavos contra la guerra; basta ahora convertirnos en piqueteros de la paz contra toda agresión bélica que amenace el mundo. Pese a Bush, pese a América.