› Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez se dispone a ver la vuelta de la Súper Copa. Día más caluroso del año. Y la noche en llamas promete los fuegos eternos de un duelo nunca resuelto –el Barça/Real Madrid– que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en algo endemoniado. El clásico servirá, piensa Rodríguez, para exorcizar al plasma poseído por la llegada del siempre demandante y poco dado a la disculpa Benedicto XVI: algo así como el mal perdedor y mal ganador Mourinho de los Papas frente a ese Juan XXIII que es el beatífico y deportivo Guardiola. Rodríguez está listo para comulgar: olivas, cerveza, patatas fritas Lay’s. Rodríguez abre bolsa, mete mano, y comete el error de mirar patata frita antes de llevársela a la boca. En la patata frita que sostiene Rodríguez ha aparecido el rostro de Jesucristo.
DOS Y lo primero que piensa Rodríguez es que alucina por sobredosis mediática alrededor de la –van tres desde 2006– nueva visita papal. Ejercicio de idolatría poco cristiano, razona Rodríguez. Rodríguez respeta toda fe pero no a los administradores de la fe y, en las últimas horas, Rodríguez hasta ha pensado en retirarse a un monasterio con voto de silencio para no seguir oyendo tanto aleluya histérico. Lo que no ha impedido que Rodríguez se haya enterado de algunas cosas. De que España (contrario a lo que pensaba) no es un estado laico sino aconfesional: versión light del laicismo, pero con casi todas las obligaciones de un gobierno muy católico que paga facturas de los príncipes de la Iglesia y soporta que le organicen manifestaciones en contra. De que en la península hay cada vez menos sacerdotes. Y de que los menguantes jóvenes creyentes no gustan de rendir culto y consideran a la Iglesia poco cercana a sus problemas, ostentosa y entrometida políticamente. De que a la hora de pronunciarse acerca de qué les despierta más confianza a los ibéricos, una encuesta reciente muestra que –entre 41 rubros– los científicos y los médicos ocupan la posición más alta, mientras que la Iglesia y los obispos son arrojados a las profundidades, sólo superados en recelo y pocas expectativas por el actual gobierno, bancos, partidos políticos y políticos a secas. Rodríguez se ha enterado también de la reprimida marcha laica. “Menos crucifijo y más trabajo fijo”, tronaban, contra tanto boato imperial, incrédulos varios, indignados surtidos, 147 colectivos cristianos y muchos sacerdotes. Y de que allí se protestó, en tiempos de recortes sociales, por el gasto desmedido de dinero público y privado (deducible de impuestos, claro) financiando estadía y discursos condenatorios del Santo Padre. Y de que estos laicos han sido catalogados como “parásitos” y “aprovechados” por los anfitriones clericales. Ateos que “se creen dioses con poder de decidir lo justo y lo injusto”, como los definió el actual administrador de San Pedro. Ah. También advirtió sobre “los abusos de una ciencia sin límites”. Uh. Abusos, esa palabrita que más te vale no tomar en vano. Rodríguez se entera, de paso, de que está mal usar condón, porque el mejor remedio para la tentación de la carne es la abstinencia. Se lo jadea, en cámara, una acalorada y bella chica en éxtasis, en éxtasis religioso.
TRES Además, Rodríguez fue informado de que una de las medidas estrella de esta Jornada Mundial de la Juventud –rebaja de verano y oferta limitada del 16 al 21 de agosto– es el levantamiento de excomunión, sin filtros y vía confesión, para quien haya abortado y se muestre “verdaderamente arrepentido”. Si apenas se opta por elevar oraciones “con el corazón contrito”, se accederá a producto con menos prestaciones: “indulgencia parcial”. Absolutismo papal y decreto éste muy criticado por teólogos que lo compararon “con los edictos de faraones, señores feudales y dictadores”. A Rodríguez le parece una paradójica llamada a abortar para todos quienes dudaban: voy, aborto, me arrepiento, y listo. Y Rodríguez se pregunta cómo se certificará el arrepentimiento verdadero, cuáles serán las pulsaciones exactas de un corazón contrito. De acuerdo, Jesucristo es un personaje mucho más potente que Harry Potter –¡qué rápido se solucionarían los problemas de Grecia si facturara royalties retroactivos por eso de la democracia!– pero, bueno, ya son más de dos mil años de Iglesia recaudando derechos de autor. Autónomos abstenerse: “No se puede seguir a Jesús sin seguir a la Iglesia... La Iglesia no vive de sí misma sino del Señor...”, avisa y admite Benedicto XVI –quien, seamos sinceros, no es de lo más inspirado que ha ofrecido el casting vaticano y parece salido de esa taberna galáctica en Star Wars– mientras se queja y no deja de quejarse. Pero acaso lo más perturbador sea la terminología de los organizadores de la JMJ, más cercana a un Mad Man que al Holy Spirit: “No es un despilfarro, son gastos de gran austeridad. Además, es una ocasión única para hacer una campaña de marketing de Madrid incalculable”, precisó el secretario general de la Conferencia Episcopal. Pero lo que más inquieta a Rodríguez son esas ganas de su joven hija por irse ya a Madrid. La hija de Rodríguez habla y habla de la retrospectiva de Antonio López. Pero Rodríguez no puede evitar preguntarse si, en realidad, su hija no querrá ir a confesar algo que no se atreve a confesarle. Aunque enseguida se tranquiliza: su hija jamás ha sabido ni sabrá qué es eso de estar “verdaderamente arrepentido”. La única vez que Rodríguez sintió a su hija “contrita” fue cuando ella se cruzó con Johnny Depp por las Ramblas y no se atrevió a pedirle un autógrafo.
CUATRO Y, ahora, Rodríguez mira fijo a patata frita milagrosa y jesuítica. ¿Qué hacer? ¿Parar la pelota? ¿Llamar a los medios? ¿Convertir su hogar en lugar de culto y peregrinación? ¿Como hizo ese mexicano que convoca a miles luego de meter en un frasco a una Tinker Bell de plástico asegurando que estaba viva cuando la encontró? Rodríguez se dijo entonces que había algo conmovedor en lo sobrenatural con marca Disney. Rodríguez se dijo que, en Peter Pan, el héroe pedía al público que aplaudiese para resucitar a Tinker Bell, mientras que Pater Ratzinger sólo parece pedir que lo aplaudan a él. El sábado por la noche, una tormenta de viento y lluvia se llevará volando solideo y cruz XXL, arrasará capillas prefabricadas, anegará millones de hostias e impedirá al Papa decir lo suyo contra la “cultura relativista”. Las masas allí reunidas, claro, no dudarán un segundo en certificar el milagro del “agua bendita del cielo” atraída por el Sumo Pontífice para refrescarlos luego de un día de calor africano. De haber sucedido durante lo de los laicos, seguro habría sido castigo divino. Aunque, para eso, estuvo la policía. Y así funciona el invento: se cree, como sea, en lo que se quiere creer. Todo bien. El problema empieza cuando, además, se quiere que todos crean eso. Rodríguez –en algún lugar entre sentirse un papafrita y rendirse a un Papa crudo– concluye que el Jesucristo en su Lay’s es demasiado estampita. Le hubiera conmovido más algo de línea primitiva, ancestral. Así que –ahí delante, Messi el Messías y la multiplicación de los goles a un Casillas fuera de sus casillas– Rodríguez se mete la sacra patata frita en la boca, mastica, traga, y a otra cosa. A otras patatas fritas. Sin mirarlas, sin miramientos, hasta que no quede ninguna. Amén.
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