› Por Juan Gelman
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas declaró en 2004 que la crisis política y humanitaria de Haití convertía al país en una amenaza para la paz y la seguridad internacional. Un golpe de Estado había derrocado al presidente Jean-Baptiste Aristide, elegido en 2004 por el 91,69 por ciento del electorado y sacerdote adepto a la teología de la liberación. EE.UU. y Francia se encargaron de “salvarlo” mediante un verdadero secuestro a bordo de un avión estadounidense que lo dejó en Sudáfrica. En ejercicio del capítulo VII de la Carta de la ONU, el Consejo estableció la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah, por sus siglas en francés) conformada hoy por unos 9000 militares y más de 3700 policías de 40 países.
No se entiende bien por qué el Consejo de Seguridad recurrió al capítulo VII, titulado “Acción en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión”, que lo faculta a “ejercer, por medio de fuerzas aéreas, navales o terrestres, la acción que sea necesaria para mantener la paz y la seguridad internacionales”: Haití no atravesaba entonces una guerra civil, no estaba en guerra con nadie y difícilmente podría haber iniciado alguna. A instancias de Washington, el presidente Lula propuso la intervención de la ONU en Haití, pero más bien en aplicación del capítulo VI de la Carta, “Arreglo pacífico de controversias”, que se abstiene de cualquier acción armada. No le hicieron caso y la Minustah se ha ido convirtiendo en una suerte de ejército de ocupación abrigador de la represión oficial.
Esto empezó temprano: “Tropas de la Minustah y paramilitares haitianos emboscaron y mataron a más de 4000 miembros del Fanmi Lavalas (el partido de Aristide) inmediatamente después de su deposición en el 2004” (www.canadahaitiaction.org, 18-8-11). Los presuntos encargados de garantizar la paz y la seguridad han llevado a cabo numerosas incursiones en villas miserias como Cité Soleil, siempre en persecución de partidarios de Aristide. Está claro que el depuesto presidente es el objetivo: Edmond Mulet, ex jefe de la Misión de la ONU, llegó a recomendar que se le imputara la comisión de delitos para impedir su regreso (//mrzine.monthlyreviem.org, 21-7-11).
Los funcionarios estadounidenses culparon de estos hechos a pandillas saqueadoras de los barrios pobres, pero se han documentado los operativos de contingentes jordanos y brasileños de la Minustah que han dejado víctimas tiradas en las calles de Puerto Príncipe con un tiro en la cabeza (www.teledyol.net, 7-5-06). El general brasileño Augusto Ribeiro Pereira, primer jefe militar de la Misión, renuncia a poco andar por la matanza de civiles del 6 de julio del 2005. Lo sucede el general brasileño Urano Texeira de Matta, quien muere cinco meses después de ocupar el cargo “por un accidente con arma de fuego”. No deja de ser una forma elegante de definir el suicidio. La Misión ha introducido en Haití otras maneras de acabar con la gente.
El 21 de octubre del 2010, el Ministerio de Salud Pública de Haití registró mil casos de cólera, los primeros que se producían en seis décadas. El 9 de febrero, informó que la enfermedad había causado la muerte de 4549 personas y que ascendían a 231.070 los contagiados. Hoy se estima que el número de víctimas aumentó de dos a cuatro veces desde entonces. La fuente de contaminación es muy probablemente la base de tropas nepalesas de Artibonita, que siguen tirando sus heces al río del mismo nombre. A pesar de las protestas diarias, la Minustah se niega hasta ahora a investigar el origen de la epidemia y a ponerle remedio. Desde luego, no está para cuidar la salud de la población, sólo su incierta seguridad.
En noviembre del 2007, 111 soldados y tres oficiales del batallón enviado por Sri Lanka fueron repatriados por explotar y abusar sexualmente de menores haitianas. Pero ninguno de estos abusadores pudo ser juzgado por los tribunales haitianos: el acuerdo vigente entre la ONU y el gobierno de Haití que establece el estatuto legal de la Minustah garantiza una amplia inmunidad a sus efectivos que cometen delitos. Por ejemplo, a los autores de 640 violaciones cometidas desde el terremoto del año pasado, según contabilizó Kofaviv, una organización de mujeres del país. No todos los cascos azules de la ONU se dedican allí a guardar la paz.
En vísperas de la renovación del mandato de la Minustah por un año más, cabe recordar la opinión que formulara el diplomático brasileño Ricardo Seitenfus, representante de la OEA en Haití: “El sistema actual de la ONU destinado a prevenir disputas es inapropiado para Haití. Haití no es una amenaza internacional. No estamos en medio de una guerra civil. Haití no es Irak o Afganistán. Pero, a mi entender, en la escena internacional, Haití está pagando sobre todo su proximidad con EE.UU. Hace mucho que el sistema internacional presta una atención negativa a Haití. Le tocó a la ONU coaligarse con ese poder y transformar a los haitianos en prisioneros de su propia tierra”. El diario suizo Le Temps publicó estas declaraciones el 20 de diciembre último. Dos días después, Seitenfus fue renunciado.
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