› Por Rodrigo Fresán
UNO Numerosas señales de que algo está pasando y que trasciende a nuestra ya habitual y refleja propensión a la paranoia conjetural y conspirativa. Fragmentos, esquirlas, partículas que parecen anticipar el fin de todas las cosas y que no caen en la obviedad de erupciones volcánicas submarinas, del verano que no se va o de esas reuniones de economistas top de las que todos salen anunciando que urge una “solución al problema” que aún nadie ha llegado a precisar y mucho menos explicar. Pero todos esos son gestos obvios y, de algún modo, indignos de supuestas deidades que se aprestan a abrir cajas de truenos o romper sellos apocalípticos. Mejor, pienso, detenerse en episodios más secretos pero no por eso menos elocuentes. Analizarlos como quien pone en perspectiva no el susurro de una mariposa batiendo alas cuyo efecto provoca un tifón en el otro extremo del mundo, sino ese ruidito que hacen las patitas de una cucaracha al frotarse entre ellas, como si rezara.
DOS Lo leí primero en un diario gratuito, lo vi más tarde en un noticiero cortesía de la cámara del teléfono móvil de alguien con mucho tiempo libre, y calculo que todo el episodio ya estará colgado, por los siglos de los siglos, en alguna de las muchas habitaciones de la mansión del dios YouTube. Vean: todo tuvo lugar en Madrid, en Puerta del Sol, capital mundial de Indignadolandia y donde a la brevedad se inaugurará colosal catedral Macintosh. Allí, en la turbia y turbulenta imagen, vemos a los personajes de dibujo animado Dora la Exploradora (a una persona metida dentro de un disfraz de Dora la Exploradora) agarrándose a tortazos e insultos con Minnie Mouse (una persona metida dentro del disfraz de Minnie Mouse) mientras otros dos personajes (Bob Esponja y su amigo Patricio, también rellenos de carne humana) intentaban apaciguar los ánimos de las combatientes ante la mirada perpleja y angustiada de niños que pasaban por allí. Todo el asunto podría ser rápidamente catalogado y almacenado como una pelea callejera ligeramente freak de no ser porque aquí laten y se perciben, al trasluz de una luz negra, los evidentes aunque subterráneos destellos fringe de un x-file de consideración, clasificado y top-secret y etc. Otro aviso de un complot que se viene cociendo a fuego lento y que se apresta a alcanzar su punto de hervor máximo. No es el primer signo de ello. Recuerden lo que le ocurrió no hace mucho a Lech Kaczynski, presidente de Polonia, muerto al estrellarse su avión. Kaczynski había iniciado tiempo antes una investigación sumaria para aclarar las preferencias sexuales del teletubbie Tinky Winky. Fue entonces –supongo, estoy seguro– cuando alguien decidió que el polaco había subido demasiado alto y que había que bajarlo desde las alturas, como a ese Coyote que, persiguiendo al Correcaminos, de pronto descubre que se ha quedado sin suelo y que todo es puro y vertiginoso abismo.
TRES Así, una lectura superficial y rápida de lo que la Historia acabará reconociendo lo de más arriba, en Sol –y poniendo a la altura de aquel archiduque baleado en Sarajevo, 1914– como la mecha que encendió la bomba planetaria de las Cartoon Wars. Veamos... Por un lado, Minnie Mouse simboliza la tradición conservadora de la Casa Disney, algo así como el Tea Party de los dibujos animados aunque, de tanto en tanto, se intenten gestos de modernización y puesta al día con mínimos detalles supuestamente transgresores que no lo son tanto. En cambio, Dora la Exploradora (y su primo Diego) representan el aluvión migratorio y latino y (como Manny “Manitas” García o Handy Manny) mano de obra barata; pero que Minnie y los suyos no pueden dejar de percibir como Caballo de Troya conteniendo una cultura extraña y un idioma exótico. Lo más inquietante de todo el asunto es la aparición –como pacificadores– de Bob Esponja y Patricio. Uno y otro –según estudios universitarios, recientemente estigmatizados como nocivos para las mentes en etapa formativa y provocadores directos del síndrome de falta de atención entre los pequeños que mañana serán grandes– no parecen los candidatos ideales para solucionar ningún problema y, mucho menos, un enfrentamiento de trazos e ideologías como el recién descripto. Se sabe que Bob Esponja y los suyos –como buena parte de las últimas creaciones para el consumo de infantes– son seres psicóticos, dados a la alucinación, capaces de cometer las acciones más aberrantes para morir y resucitar y seguir haciendo de las suyas intentando convencernos de que son las nuestras.
CUATRO Y me temo –convencidos estamos– de que lo son. No hemos prestado la suficiente atención, no hemos sabido asimilar los mensajes más o menos subliminales contenidos en films como Cool World, Who Framed Roger Rabbit? y en la ácida abducción de nuestra cultura por The Simpsons y South Park. O en aquellas ya ancestrales loony tunes y silly symphonies, donde seres de carne y hueso eran virados al papel y la tinta y el celuloide más o menos digital. Los inminentes atentados terroristas en varias sucursales de DisneyWorld y en diferentes parque temáticos de la Warner serán, en principio, atribuidos a células terroristas fundamentalistas islámicas haciendo volar por los aires los templos infieles occidentales y bla bla bla... Para cuando se sepa la verdad será demasiado tarde y ya estaremos viviendo en lo que será histórica e histéricamente conocido como la Era de ACME: un tiempo y un espacio donde todo producto nos acabará explotando en el rostro y nos dejará mirando a cámara, los ojos bien abiertos, a la espera del inevitable próximo estallido. De hecho, si lo piensan un poco (mejor no lo piensen demasiado) ya estamos ahí, ya llegamos.
Recuerden, seguro que no lo han olvidado: la semana pasada, los dispositivos BlackBerry dejaron de funcionar durante varias horas en cuatro continentes. Yo los vi a todos. En autobuses, subtes, esquinas, detenidos como zombis sin combustible al pie de escaleras mecánicas. Adictos, con cara de qué pasó, pensando y sudando por todo lo que se estaban perdiendo, imaginando los mensajes e informaciones trascendentes que se iban acumulando en sus perfiles y enredándose en sus redes sociales, preguntándose qué les estaría ocurriendo a esos miles de amigos y seguidores en Facebook, Twitter, WhatsApp, Tuenti. Podía emitirse, sí, un S.O.S. vía SMS. Pero imposible navegar. De pronto, miles de náufragos temblaban con un aparatito en sus manos. El percance se solucionó a lo largo de ese día terrible y los cartoons volvieron a hacer de las suyas, a subir y bajar y rebotar. Y estaban tan felices que no se dieron cuenta –o no quisieron darse cuenta– de lo que sí había pasado durante el accidental eclipse. Y lo que había pasado es que no pasó nada salvo que, por unas cuantas horas, estuvieron desenchufados pero electrocutados como lindos gatitos. Conectados al mundo real, por más que, claro, no pudiesen dejar de mirar, con ojos casi saliendo de sus cuencas, esa pequeña y muda pantalla de mano mientras afuera, en el CinemaScope de la vida exterior, Minnie le gritaba “chicana” a Dora, Dora le escupía un “pinche rata” a Minnie, y Bob Esponja proponía a todos hacer las paces masticando la más lisérgica de las burguer-cangreburguer.
And that’s all, folks!
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