Jueves, 24 de mayo de 2012 | Hoy
Por Mario Goloboff *
Del mundo mineral, muchas materias nos saltan a la vista y a la imaginación. Otras, por desatención, advertencia, distracción o ignorancia, nos pasan inadvertidas. Todas son, claro, infinitamente necesarias; imprescindibles para la normal respiración, para la alimentación normal, para la normal, moderna y confortable subsistencia de la especie; si faltase alguna, probablemente padeceríamos. Ninguna, sin embargo, tan acostumbrada, tan minúscula, tan inadvertida en el presente y, a la vez, tan inevitable como la sal. Que, además, como su uso viene del fondo de los tiempos, nos parece eterna. Esto vuelve de por sí interesantes las consideraciones sobre su historia, su derrotero en la naturaleza y en la vida. Aunque, hoy por hoy, parece más útil (quizá más atractivo, más contemporáneo) explorar su itinerario social.
Puesto que desde los orígenes se la buscó como elemento irreemplazable para la manutención y no fue fácil hallarla o recogerla, los hombres y los pueblos llamados primitivos la atesoraron, cuando la tenían, o la obtuvieron por canjes o por guerras (o por los mil modos mediante los cuales siempre los hombres se ingeniaron para apropiarse de lo ajeno). Con la desertificación de las zonas en un inicio pobladas, y con su sequedad, empezaron a necesitar de ella para proveerse de los minerales que faltaban a sus cuerpos. Y mientras en migraciones y andanzas fueron encontrándola en vegetaciones o alimentos, se satisficieron, pero cuando no, porque no todos aquellos la contienen o por razones otras, se les fue haciendo forzoso consumirla aislada. Abundante en tierras áridas y en aguas salobres, es escasa en el norte frío y húmedo de Europa, así que pronto, durante el Neolítico y con los comienzos de la agricultura, comenzaron también los intercambios y a crecer su valor, ahora diríamos comercial.
Desde aquel entonces, la sal atraviesa la historia humana con persistencia, dureza, imposiciones y estremecimientos. Se la ve circular por Medio Oriente en las rutas que van del Golfo Pérsico al Mediterráneo y también en las playas del Mar Negro abriendo los caminos a la Europa oriental, dando a Bizancio una de las primeras monedas de cambio para sus transacciones con los pueblos eslavos. La Historia Natural, de Plinio el Viejo, está colmada de referencias a actividades salinas en el mundo antiguo y los historiadores (Tácito, Tito Livio) demuestran cuál era el juego económico, y por ende político, del manejo de la sal. El Imperio Romano extendió su imperio adonde iba, y la vendió a los súbditos en toda su extensión. Una porción de la paga de los propios soldados imperiales se les daba en salarium. Por otra parte, los romanos eran verdaderos adictos al garum, un concentrado de sales de pescado cuya receta se ha perdido, salsa o mezcla que reemplazaba a la sal gruesa en la mesa de los colonizados, adonde llegaba por las via salaria.
Fue con la tradición judaica que la sal cobró el valor de un símbolo. Como lo señala Gilbert Dunoyer de Segonzac, profesor de la Universidad Luis Pasteur, de Estrasburgo, en Los caminos de la sal: “Con aquélla se convierte en sinónimo de la maldición divina y de la esterilidad, pero también en símbolo de la Alianza y de la fidelidad”. Entre sus disposiciones puntualísimas, la consagra el Levítico (2, 13): “Y sazonarás toda ofrenda de tu presente con sal; y no harás que falte jamás de tu presente la sal de la alianza de tu Dios: en toda ofrenda tuya ofrecerás sal”. Se sabe que a los recién nacidos se los frotaba con aceite y se los bendecía con sal, práctica que algunas tribus beduinas conservan todavía. Y en cuanto a maldiciones, todos recordamos el castigo a la mujer de Lot, el Justo, sobrino de Abraham, convertida en estatua de sal por transgredir la prohibición de mirar hacia atrás el derrumbe de “las salinas de Sodoma” en que el castigo divino había sepultado a las ciudades pecaminosas...
Pasa luego a las prácticas litúrgicas cristianas, traída por la voz de los Evangelistas, y en Roma se introduce en los ritos bautismales, símbolo, con el agua, de la pureza y acaso de la sabiduría (sal sapientia), anunciadas en el enigmático Mateo (5, 13): “Vosotros sois la sal de la tierra: y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada?” (¿A quién está diciéndoselo el Maestro? ¿A los jóvenes que lo veneran? ¿A los bienaventurados, a los que tienen hambre y sed de justicia? ¿Son ellos la sal de la tierra? ¿Lo entendieron así sus seguidores?)
Cunde por todo esto su sacralización entre las creencias populares, pero también, herencia bíblica de ritos paganos, se introduce en las supersticiones, alienta la codicia, los enconos, las persecuciones: su ausencia en una casa o un lugar es una prueba más (¡palpable, utilizada en los procesos por brujería en el siglo XVII!) de la presencia del Demonio. Por esos cristalitos se renuevan pactos humanos y divinos, se montan guerras, van durante el final del Medioevo, y aún después, cientos de pobres mujeres, desesperadas, a la hoguera, acusadas de todo, de algo que habrían hecho y de lo mucho que imaginaba en duras camas la perversión de los inquisidores; fueron gabela, impuesto, peaje, estanco, regalía; motivo de sangrientas insurgencias antifiscales; hubo, por ellos, estallidos, rebeliones, vorágines alquímicas, arrestos, condenas, ejecuciones, matanzas, ultrajes, humillaciones y perdones.
Hoy no representa más que un condimento (se aconseja, incluso, su menor consumo), pero hasta hace poco era considerada una materia prima vital. Los pueblos se servían de ella, además, para conservar las carnes y los lácteos, y era indispensable para el crecimiento del ganado. Así devino una prenda de poder, una pieza estratégica de primerísima importancia, pero la tecnología del siglo XX fue poniendo fin a su reinado. Uno de los últimos movimientos sociales masivos que tuvieron que ver con la misma fue “La marcha de la sal” de Mahatma Gandhi, iniciada en 1930, larga y simbólica marcha y boicot popular al monopolio salino, regido por un gobierno de secular ocupación extranjera, que fueron definitorios en la lucha del pueblo indio contra (lo que son las casualidades) el colonialismo inglés.
Aventuras, desvaríos, daños y atrocidades que se esparcieron a causa de la sal por lo que entonces era el mundo, como después a causa de otros bienes o recursos naturales, diferentes en su sustrato, en su composición y hasta en su uso. Lo más notable es cuánto se asemejan, con distancia de tiempos, de países y de víctimas, las historias.
- Escritor, docente universitario.
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