› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO En It, Stephen King tuvo una idea genial: antes de que derivara en una araña gigante, el monstruo del asunto se nos presentaba como un siniestro payaso. Y sépanlo, padres: todos los niños les tienen miedo a los payasos. Y ya lo saben, padres: todos los adultos les siguen teniendo miedo a los payasos...
DOS ... especialmente cuando los payasos traspasan las fronteras naturales de un circo de varias pistas y se hacen cargo de la despistada y circense realidad para acabar ocupando influyentes puestos de alta responsabilidad social y todo eso. Ahí, entonces, poco y nada le cuesta a Rodríguez percibir lo que lo rodea como un número impar en el que todos se dan porrazos y se arrojan tortas a la cara y lloriquean sonriendo y aullando un “¿Cómo están ustedeees?”. Porque Rodríguez –como millones de niños– creció con los Payasos de la Tele. Con Gaby, Fofó, Miliki, Fofito, Milikito y Los Gabytos, etc. Y, sí, hay dinastías payasescas. Y hay payasos que parecen no enterarse de que no hacen reír a nadie. Así, la creciente percepción de los españoles de que la clase política y la familia real ya no tienen por qué estar allí tocando las narices con sus narices; de que –así lo dicen y lo piden las encuestas– en el espectáculo de la crisis ha llegado el momento de que todos ésos se suban a sus carromatos y que hagan su entrada triunfal los domadores de leones y los hombres forzudos.
O, por lo menos, los ilusionistas.
TRES Pero no. Todavía no. Y así Rodríguez y sus compatriotas –todos tragando fuego, todos cada vez más desequilibristas– son testigos aterrorizados de un sinfín de barbaridades muy bárbaras. Todo parece como iluminado por esas luces sombrías de aquellas ferias de Ray Bradbury durante la Gran Depresión. Ahora, en la Inmensa Deprimente, hay un hombre ilustrado cuyos tatuajes proponen malas tramas, cuentos mal escritos, personajes que no entienden la trascendental y definitiva diferencia entre ser payaso y hacer el payaso. No hay día –mientras se nos informa que el 60 por ciento de los españoles ya no cree en la idea de Europa– en que no estalle alguna noticia payasa. Así –mírenlos fijos, imagínenlos maquillados, requetefinos y casi divinos y disparataos– pocos rostros existen más instantáneamente payasisables que los de Rajoy y Rubalcaba. Y –“Socorro, auxilio”, “Cambia, papá” y “Se me luenga la traba”– aquí llega, desfilando, nuestra insuperable troupe. Pasen y vean, damas y caballeros. Las piruetas parlamentarias. Las idas y vueltas de Hola, Don Pepito, Hola Don Luis Bárcenas. El Affaire Ponferrada. Las acusaciones cruzadas y de-sobediencias torcidas entre partidos políticos para dentro y fuera de sus filas. El ministro de Interior que tuvo revelación mística en Las Vegas y que ahora es ferviente católico predicando que el matrimonio gay no debe ser protegido como el “natural” por los poderes públicos porque “no garantiza la continuidad de la especie”. El vergonzante vaudeville borbónico al que ahora se ha sumado como estrellada invitada esa especie de écuyère-dominatrix con ínfulas de Milady de Winter/Grace Kelly/Mata-Hari que es la “entrañable amiga del Rey” Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Y Urdangarin –niño que está muy mal adecuao y ha frascasado– sigue intentando perfeccionar el truco ése de escapar de sus propias cadenas.
CUATRO Y no hay escape: encender la televisión es perder toda esperanza para el que entre en esa carpa infernal donde todos ruegan por que las lonas y las sogas aguanten el tornado. Y Rodríguez ya no soporta más los despachos desde la Clínica La Milagrosa (donde el rey ha vuelto a ser operado y donde explotaron dos tanques de oxígeno durante su convalecencia); las vistas google-aéreas de la finca cortesana cerca de La Zarzuela y que alguna vez habitó la ahora despechada Corinna, los rumores de desavenencias entre infantas y princesa consorte y Sofía y Juan Carlos; la nueva de que los trabajadores de la Corona han convocado su primera huelga en la historia, pero –eso sí, para que no se note– en Jueves y Viernes Santo y sin incluir a los que hacen reverencias en palacio, como amaestradas gallinas turulecas. A ver, todos juntos, a cantar: “Había una vez, un circo...”
CINCO Y pregunta: ¿hay algo menos gracioso que alguien que se cree gracioso y nunca lo fue? Respuesta: sí; alguien que alguna vez fue gracioso y ya no lo es, piensa Rodríguez saliendo de ver la casi sonrojante Los amantes pasajeros, con su ya desteñido colorido de Movida, su avioncito loco y sus azafatos al borde de un ataque de histeria que pondría de los nervios al antes mencionado ministro que se volvió virtuoso en Viciolandia. Fuera, claro, hay otros circos más pomposos. El funeral realista-mágico muta a cónclave místico-político y aquí vienen llegando –con sus espléndidos y graciosos ropajes– los encargados de elegir al nuevo sumo pontífice luego de que Benedicto XVI se pusiese a cantar “Papa, Don’t Preach”. Algunos han exigido que se les muestre ese Expediente X del que tanto se habla, otros optaron por quedarse en casita por “problemas de salud”, todos advierten que no hay prisa en escoger papa porque nada les gusta más que todos los miren a la espera del truco fácil pero intrigante humito blanco y negro.
En Gràcia, Rodríguez lee y sonríe un gra-ffiti: “Bowie para Papa”.
SEIS Mientras tanto, ahí fuera, en el país de al lado y alrededor del Vaticano, es mucho el público que ya ha optado por votar al Movimiento 5 Estrellas con el cómico Beppo Grillo: líder que no quiere ser líder al frente de un partido político que no quiere ser partido político y compuesto por 165 parlamentarios escogidos por la ciudadanía a partir de un video/casting en Internet. Lo suyo, explican, es antipolítica. Rodríguez se pregunta si el gran bufo Berlusconi no era ya exactamente eso. Y muchos advierten que este chiste puede tratarse de un virus de risa boba y contagiosa en Europa: la opción del payaso verdadero ante el payaso falso y a ver qué pasa. En España nadie ha dado aún un paso al frente para entrar en la jaula y meter la cabeza entre las fauces. Pero arrasan los programas cómico/críticos, se agota en los kioscos el mensuario satírico Mongolia (que en su última portada se atreve a estrellar tomate contra el regio rostro de Juan Carlos I), mientras Fernando Savater advierte que esta identificación con alguien que empezó haciendo reír para que se encargue de las cosas serias puede equivaler a “cuando uno está desahuciado y va a un curandero”.
En una reciente columna, el escritor Javier Marías pide que no dimita nadie, que después de todo –“si no fuera todo tan ultrajante y la gente no estuviera sufriendo tanto”– este gobierno obsequia “día tras día (ayudado por las demás formaciones, justo es reconocerlo) con espectáculos de hilaridad incomparable... Hay días en que uno se sobrepone al panorama tétrico, y entonces lo ve todo tan chistoso que, lejos de unirse a las voces que piden la dimisión de este gobierno y de otros políticos de diferentes partidos, desea que duren, que no se vayan, que sigan haciendo el idiota y soltando memeces, provocando la irrisión de la ciudadanía”.
Mientras tanto, las arañas tejen su tela, los grillos cantan y las hormigas trabajan. Si pueden, si las dejan, si no las echan.
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