› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Tomar nota, memorizar, aprendérselo en la tierra en la que –según últimos estudios– los estudiantes son cada vez peores comparados con los de las aulas de los países de al lado. Repitan: en la lista de los países más felices del mundo, España (que hace un tiempo no demasiado largo rankeaba bastante más alto) ahora ocupa el puesto número 49. Dicen que la explicación para el descenso que no cesa está, claro, en el decreciente censo de inmigrantes. Y es que nadie piensa que se va a vivir a un país más triste que el propio, pero sí que se va triste de un país que ya no es tan alegre. Y ahí van, se van, se siguen yendo. Los sudacas vuelven al sur luego de haber perdido el norte.
DOS Así, aunque cada vez haya más millonarios en España (ya hay 400.000 y se han reproducido un 13 por ciento más en plena crisis), cada vez hay menos inmigrantes. Y –dato inquietante– ya es más el dinero de remesas que llega a España desde el extranjero para ayudar a parientes en muchos problemas que el dinero que parte desde España para ayudar a parientes –nuevo boom latinocontinental, juran los que casi siempre mienten– en menos problemas de los que solían tener. En cualquier caso, ese dinero que entra será cada vez menos porque cada vez quedan menos extranjeros soñando con el Gran Sueño Español y más españoles gimiendo con la Gran Pesadilla Española. Españoles que hasta no hace mucho –pero como si hubiese sido en otra dimensión– temían sólo al terrorismo de ETA y al aluvión de inmigrantes que venían a quedarse con su ración de paraíso trabajando en el campo y en las iglesias y en los geriátricos y en lo que sea. Ahora no, ya no: ahora el temblor que no pasa suele pasar por la falta de dinero y de trabajo, por el cada vez más asfixiante tufo a corrupción y podredumbre en el poder y entre los poderosos, y por la súbita ampliación del horizonte como única vía de escape de tanta vertical caída libre.
Ahora, de nuevo, a los barcos.
Ahora de nuevo, sin fértiles extranjeros, cada vez se nace menos en España y se agoniza más y más. Y la alegría mediterránea (a la que sólo se detecta en esos veraniegos spots televisivos de cerveza que ya empiezan a de-saparecer con la llegada del otoño) es una mueca casi histérica a exportar a otros países más fríos climáticamente, pero más cool económicamente. A esos lugares donde los españoles se aprestan y se prestan a trabajar de y en lo que sea. Súbitamente neosudacas europeos. Sin importar si se han movido hacia el norte o el este o el oeste cruzándose –como barcos en la noche en el oceánico espacio-tiempo– con el espectro flotante de abuelos y bisabuelos que siguen yendo y viniendo en busca de una vida o un mundo mejor. O, al menos, de tierra más firme que aquella en la que nacieron y en la que ahora, de vuelta, mantienen a hijos y nietos con sus poco jubilosas jubilaciones.
TRES Así, el site de El País tiene una sección fija –Expatriados por la crisis, se llama– que da cuenta de las pequeñas alegrías y grandes miserias y medianas epifanías de los modernos Cronistas de Indias aquí y allá y en todas partes. “Historias de vida”, les dicen. Y, allí, la odisea de jóvenes que viajaron en manada a Alemania y descubren que los trabajos prometidos no existían. O un ya maduro empresario transmitiendo sus blues desde Quito con cadencia de Kurtz al final de Apocalypse Now! O una dj casi nieta de la Movida que pincha discos en Buenos Aires. Todos se quejan de las dificultades y requisitos para poner los papeles y residencias en orden y, sí, ahora saben lo que ya sabían miles y miles de nativos de esos países de paso por el país de ellos.
Todo esto mientras, desde el otro lado, cada vez llegan más reconquistadores: entrepeneurs latinoamericanos que ven en la España empobrecida, rebajada y liquidación total la gran oportunidad tanto de hacer negocios como de llevar a cabo una simbólica revancha tantos siglos después. Domingos atrás, el suplemento de negocios de La Vanguardia titulaba en portada “Latinoamérica reconquista la madre patria” y aclaraba que “tras el desembarco español antes de la crisis, los inversores latinos toman ahora posiciones en España”. Aquí vienen. Ya no músicos de metro y parque entonando “Sólo le pido a Dios” o “Color esperanza” a cambio de monedas sino bien forradas empresas conocidas como “multilatinas”. Mexicanas y venezolanas y colombianas y brasileñas en su mayoría, con la figura del tycoon y citizen azteca Carlos Slim como inspirador mascarón de proa y ariete. Al abordaje y listas para hacer pie en Madrid y Barcelona y desde allí conquistar Europa como alguna vez lo hicieron en la ahora demasiado cara Miami para tomar posiciones en Estados Unidos mientras, por supuesto, se toman una relaxing cup of café con leche en la Plaza Mayor y todo eso. Y el empleado español –como no deja de promocionarlo Mariano Rajoy por los foros del mundo, rogando inversiones, profetizando sin cesar “la luz al final del túnel”– es barato y flexible y aguanta lo que sea. Y a sus futuros patrones extranjeros nadie les pedirá demasiados papeles que no sean los de billetes crocantes y frescos. Ya no son sudacas. No, ahora son sudacash.
CUATRO ¿Y qué piensa Rodríguez de todo esto? Pienso que Rodríguez prefiere no pensar nada. Que mejor ni siquiera arriesgarse a reflexionar sobre el afuera desde adentro porque con el adentro desde adentro le alcanza y sobra. Suficiente tiene ya con la guerra entre la teóricamente floreciente y explotada Barcelona (donde se ha negado permiso para filmar escenas de la exitosa serie de tv sobre Isabel la Católica por “desajustes históricos”) y la Madrid supuestamente cada vez más sucia y despreciada por los turistas (donde esperan a que se enciendan los neones verdes para Eurovegas). Le alcanza y le sobra con sus sordas rencillas ante las que no puede sino enmudecer y mirar para otro lado, tapándose los oídos, cubriéndose la nariz, metiendo las manos hasta el fondo cada vez más profundo y despoblado de sus bolsillos. También, a sus años, ha aprendido a creer en no fiarse de bonanzas y crepúsculos: todo lo que sube baja; todo lo que cae se levanta. Y, eso sí, mucha gente desaparece por el camino; pocas cosas más duraderas que el durante. Así que las idas y vueltas, los fantasmas del entrar o del salir son, ahora, para asustar a sus hijos. Que se preocupen ellos por la financiación y construcción y mapas y brújulas y orientación de sus carabelas; Rodríguez ya está atornillado al suelo como mesa de crucero breve y más previsible que seguro. Algo es algo. Lo suyo –a diferencia de lo de su descendencia– ya no es novela larga sino cuento de pocas, pero amplias páginas sobre un sitio pequeño. Un relato parecido a los de, sí, la recién nobelizada Alice Munro donde se exploran hasta el más revelador detalle una existencia mínima en movimientos pero, si hay suerte, inmensa en sus resonancias. Ahora, en el televisor, transmiten en directo imágenes del desfile conmemorativo del 12 de Octubre, Fiesta Nacional, Día de la Hispanidad, o Día de la Raza, o de lo que sea. Príncipe reemplazando a rey, versión breve del himno, menos soldados y ningún tanque y poco avión, escasos coyas giratorios y charros resplandecientes por las calles y, en la sala, el hijo de Rodríguez que sigue jugando a un polémico videogame llamado Conquistadores del Nuevo Mundo.
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