Martes, 11 de noviembre de 2014 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Y por fin llegó el día. El Día. El Día que todos estaban esperando y por el que estaban desesperando. El Día del que todos vienen hablando –y todos vienen escuchando hablar– durante las últimas semanas y meses y, sí, días normales y corrientes. Los Días Antes de El Día compuestos por horas y minutos y segundos, sin parar, todo el tiempo: pero ya funcionando como los preliminares para el orgasmo de El Día que esperan alcanzar y donde acabar y correrse todos juntos. El Día marcado en rojo en todos los calendarios, como todos los domingos, pero no como cualquier domingo. Y Rodríguez se lo tiene perfectamente estudiado a El Día. Ha oído las propuestas de unos y las respuestas de otros. Se ha preparado mucho. Pero mucho-mucho de verdad. Y, piensa Rodríguez, de ordenarse y decodificarse, todo su conocimiento sobre El Día aportaría una respuesta definitiva a la pregunta y una clave incontestable al enigma. Y entonces –en su imaginación ya desatada, pero fácil de pisarse como los cordones sueltos de sus zapatos– Rodríguez pisará las calles nuevamente. Y, entre esteladas al viento y castellers a los cielos, Rodríguez será aclamado por una inmensa mayoría absoluta y todo eso o algo así.
DOS A saber, a recitar. El Día en que, en el año 694, todos los judíos de la región son condenados a la esclavitud por Egica, rey de los visigodos de Hispania. El Día de 1494 en que los Medici son expulsados de Florencia. El Día de 1620 en que los colonos divisan tierra desde la cubierta del Mayflower. El Día de 1799, en el que Napoleón Bonaparte explica eso del 18 Brumario y toma el poder. El Día de 1888 cuando, entre nieblas nocturnas, Mary Jane Kelly se convierte en la quinta y última víctima de Jack El Destripador. El Día de 1923 en que la policía y tropas de gobierno muelen a patadas a un grupo de conspiradores con un tal Adolf Hitler al frente y El Día de 1922 en que se forma la SS y El Día de 1938 en que el mismo Adolf Hitler rompe todo durante La Noche de los Cristales Rotos. El Día de 1937 en el que Japón toma Shanghai. El Día de 1960 en el que JFK jura la presidencia. El Día de 1857 y El Día de 1967 en el que se publican, respectivamente, los primeros números de The Atlantic y Rolling Stone. Y El Día de 1989 en que cae el Muro de Berlín y...
TRES ... El Día es, también, la jornada en que nacieron Ivan Turgenev (1818), Erika Mann (1905), Katharine Hepburn (1909), Roy Rogers (1912), Vivien Leigh (1913), Luis Miguel Dominguín (1926), Carl Sagan (1934), Elke Sommer (1940), Art Garfunkel (1942), Lou Ferrigno (1951) y en el que murieron el emperador Constantino VII (959) y la reina de Aragón Sancha de Castilla (1208), Giovanni Battista Piranesi (1778), Guillaume Apollinaire (1918), Neville Chamberlain (1940), Dylan Thomas (1953), Charles de Gaulle (1970), Yves Montand (1991), Stieg Larsson (2004), y es El Día en el que se festeja el Día de los Ñatitas en Bolivia, el Día de los Inventores en Alemania y Austria y Suiza, y el Día de la Libertad Mundial en Estados Unidos.
Y es El Día en el que Rodríguez recita todos esos nombres y lugares y años frente al espejo, cada vez más parecido a Travis “Taxi Driver” Bickle, con cara de “You talkin’ to me?”
CUATRO Y, sí, claro, por supuesto: todos le estuvieron hablando a él. A él y a todos. Y a Rodríguez ya le zumban los oídos y le martillan los tímpanos de tanta palabra cruzada constitucional y tribunalicia entre los sí y los no y los ni y los ni se les ocurra. Para no hablar de La Pedrera envuelta por una lona marca #SíoSí. O de las campañas de “información” –aunque El Día no figure en su elegante site promocional– diseñadas por la experta empresa informática Blue State Digital, entre cuyos clientes se cuentan “productos” como Barack Obama & Dilma Rousseff y François Hollande y Enrique Peña Nieto, la Tate Gallery, The Beauty Shop, la Rockefeller Foundation, Ford, Godiva, Celebrity Cruises, Vogue, el Metropolitan Museum of Art y American Express. No se ha ofrecido información de cuánto cuesta la estrategia, pero sí se precisó que la Blue State Digital –que también estuvo presente en el reciente referéndum escocés, aunque esa vez trabajando a favor del NO– “tenía interés en trabajar con la Asamblea Nacional Catalana más allá de lo económico”. Ahá. Claro. Y Don Draper también. Llegado El Día a España en general y a Catalunya en particular, a Rodríguez todavía no le queda del todo claro qué es lo que se celebra o conmemora, o por lo que se lucha o a lo que se rinde. ¿Es algo legítimo o es un delito? ¿Es culpable o inocente? ¿Es un clamor cívico de muchos o es un susurro conspirativo de unos pocos? ¿Es avanzar o retroceder? ¿Es abrirse o cerrarse? ¿Es bueno o es malo? ¿Es una preocupación o una distracción? ¿Es derecho a decidir o es independencia retorcida? ¿Es consulta o demanda? ¿Es salir o quedarse sin salida? ¿Es ensayo general o debut y despedida? ¿Es histórico o es histérico? ¿Es Rodríguez uno de los indecisos o, sencillamente, El Día le importa un cuerno, lo tiene agotado, y sólo quiere que siga y pase y que pase el que sigue? A Rodríguez no le ayuda mucho el que los promotores de la medida –por decirlo con delicadeza– no sean dignos de su confianza y el que los detractores del asunto no le merezcan el menor respeto. Y que unos y otros enarbolen los estandartes de la libertad y la convivencia mientras no dejan de descubrírseles delitos más bien poco dirigidos a mejorar el bienestar de la ciudadanía toda y muy claramente diseñados para incrementar sus fortunas personales. Una cosa sí tiene clara Rodríguez y es que todos ellos sí tienen algo muy en claro: a ellos ya no les importa tanto lo de El Día pero sí les preocupa, y mucho, lo de La Noche que se les viene encima si Podemos continúa subiendo y ese revolucionario más de aula que de congreso Pablo Iglesias –mejor conocido como El De La Coleta– se mete en la trenza y les enreda el cómodo y alternativo y bipartidista peinado de todos estos años.
Y en todos eso está pensando y tratando de no pensar Rodríguez frente al reflejo oscuro de su rostro cada vez más sombrío, cuando su hijo entra al baño, se sienta en el inodoro al más puro estilo caganer, y le pregunta con los ojos todavía nublados por el sueño si se acuerda de qué día es hoy. “¿Cómo olvidarlo?”, le responde Rodríguez con esa incierta certeza con la que los padres hablan a los hijos a la hora de no admitir una falla y un despiste, sabiendo también que el pequeño no demorará en recordárselo. Y el hijo se lo recuerda al padre con una sonrisa: hoy es El Día en que habían quedado en ir al cine a ver la nueva y efectista y absurda y patriótica y patriotera y tonta y corrupta y ladrona y divertida y vampírica y vampirizada versión de Drácula. Y allá van los dos. Tan felices y dependientes el uno del otro. Tan independientes de todo y de todos los demás. Tan sí o sí, sí. Y ahí se sientan en la luminosa oscuridad –tan lejos de Catalunya y tan cerca de Transilvania– mientras ahí fuera la gente va a votar o a no votar y los noticieros de El Día ya comienzan con eso de lo que puede llegar a pasar o a no pasar a partir de El Día Después de El Día.
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