CONTRATAPA
La realidad
› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO El rápido reflejo de los párpados tan parecido al chasquido del obturador de una cámara. El sonido casi invisible de ese ¡click! para poder verlo todo, para atrapar un segundo de realidad y preservarlo para siempre y convertirlo en versión oficial y fiel que no lo es tanto. Porque la realidad –la visión de la realidad– suele ser una amante traicionera. Sobre todo cuando lo que se nos ofrece es la más terrible de las realidades: esas hermosas instantáneas del horror donde el espanto adquiere la textura de la pictórico y quien lo contempla busca y encuentra también el santuario instantáneo de sentirse un poco espectador de museo, distante en el tiempo y en el espacio. De todo eso trata Ante el dolor de los demás, el nuevo libro de Susan Sontag que la norteamericana presentó por estos días en España y donde se lee que “ser espectador de calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad”.
DOS Sontag llegó a Barcelona luego de recibir el Premio de la Paz concedido por los libreros alemanes en la Feria de Frankfurt y el Premio Príncipe de Asturias de Letras concedido por la Fundación presidida por el príncipe en cuestión. Y mientras escribo esto, la realidad se ha vuelto real o, mejor dicho, principesca: acaba de anunciarse el esperado matrimonio del príncipe Felipe (“Una cuestión pendiente en la conciencia colectiva de la sociedad española”, según el editorial del ABC del pasado domingo) y todas las primeras planas de los diarios españoles reemplazaron, al menos por un día, los ya habituales y cada vez más goyescos desastres de la guerra iraquí por el rostro limpio y rubio y asturiano de una divorciada conductora de noticiero de Televisión Española. Es decir: por el rostro de alguien cuyo trabajo es narrar horrores verdaderos y convertirlos en eso que se llama noticias y que se digiere con mayor o menor facilidad durante el desayuno, el almuerzo o la cena. Así, la chica de las malas noticias –que se llama Letizia Ortiz y que fue a cubrir la Guerra de Irak– se ha convertido en buena noticia y ya saben: el jueves es la pedida de mano, y después nos espera un largo camino hasta el matrimonio, y todos están brindando en la redacción de Hola!, y llegará el momento en el que la imagen de esta chica guapa nos parecerá tan fuerte como la de ese niño de Bagdad gritándole “¡Vas a morir aquí!” a un soldado americano que, taciturno, le responde: “Probablemente sí”.
TRES En cualquier caso, el libro de la Sontag –un grabado de Goya en la portada por exigencia de la autora para todas sus traducciones, quien considera al pintor como “el Dostoievski del pincel”; primera edición de Alfaguara editada en poco más de una semana– nos advierte una y otra vez que está muy mal pensar y convencerse de que las imágenes, “la iconografía del sufrimiento”, nos cuentan todo lo que necesitamos saber de la realidad. “Las fotografías son siempre algo incompleto”, explicó Sontag en la rueda de prensa y llamó a no conformarse con aquello que se nos dice es la realidad a través de periódicos, televisores y computadoras atadas a Internet. “Nadie que no haya estado en una guerra jamás llegará a comprender lo que ocurre ahí adentro. Es algo intransferible por más que se la transmita en vivo y en directo”, insistió. Y advirtió acerca del poder anestésico y “normalizante” de las imágenes. El título en inglés del libro –Regarding the Pain of Others– viene potenciado por un intraducible juego de palabras: el verbo “regard” puede ser entendido tanto como “sobre” como por “mirar”. Así, en sus nutritivas 151 páginas, Sontag parte de un fragmento de Tres guineas de Virginia Woolf, para descubrir carnicerías color sepia de la Guerra Civil, hundirse en las fangosas trincheras de la Gran Guerra, explorar las “obras” de afamados corresponsales de guerra de la era Life, volver a revelar los fantasmas de Dachau, recordar su propia experiencia en Sarajevo, ser sorprendida por la caída del World Trade Center durante la escritura de su libro y llegar hasta estos tiempos del “emperador” Bush donde se prohíbe la cobertura de la hasta hace poco tan patriótica y fotogénica ceremonia fúnebre en la que se reciben y se entierran los restos mortales de los caídos en combate. ¿Por qué ocurre esto? La respuesta de Sontag es clara: “Porque aquello que alguna vez produjo orgullo ahora produce incomodidad y vergüenza y así, de pronto, el gobierne entiende como algo ‘de mal gusto’ la difusión de algo que se suponía noble”.
CUATRO Y, sí, de un tiempo a esta parte Susan Sontag se ha convertido –con una rara mezcla de resignación y civismo– en la versión sofisticada e intelectual de Michael Moore. “Estoy cansada de hablar sobre Bush y los suyos, preferiría referirme exclusivamente a mi libro; pero está claro que basta con meter una moneda en la ranura para que yo...” Así, el embajador de EE.UU. en Alemania no asistió a la entrega del premio a la escritora y así responde la escritora cuando le preguntan si se siente más aliviada por las flamantes encuestas que aseguran que el pueblo norteamericano comienza a rechazar más y más a esta guerra: “No se confundan. Los norteamericanos no se han vuelto súbitamente críticos, no han sido iluminados. Lo que ahora condenan los norteamericanos es el modo en que han sido engañados. Les prometieron una guerra fácil y rápida y barata y sin muertos. A no engañarse: lo que critican ahora los norteamericanos no es el horror de esta guerra sino la mala gestión de esta guerra”. La guerra que ven por televisión y que, de golpe, se ha salido de lo que se suponía era un libreto más cerca de un film de Schwarzenegger que de aquel film de Coppola donde se oía una y otra vez el latido tenebroso de aquel descorazonado “¡El horror! ¡El horror!” Ese mantra que se nos mete por las pupilas, se arrastra por nuestros cerebros, repetimos por uno o dos minutos y se instala allí como parte de la programación; de la muerte de todos los días y de la vida de todas las noches en la que se interrumpe la emisión habitual de nuestra serie favorita para que una linda chica de noticiero próxima a vivir feliz y a comer perdices nos anuncie que la realidad ha vuelto a atacar en alguna parte del planeta y que tiene algo que quiere que veamos con mucha atención, con los ojos bien abiertos, con todo el ¡click! de nuestra estática y remota y zapping modernidad.