› Por Eduardo Pavlovsky *
En el año 1953, mi padre era un exiliado antiperonista en Asunción del Paraguay. Era el único exiliado antiperonista en Asunción del Paraguay, lo cual lograba un fenómeno político muy interesante, era que cada vez que Perón iba a visitar a Stroessner –que lo hizo dos veces–, la policía argentina iba al domicilio de mi padre y se lo llevaba, ante la angustia de mi madre, mi hermano, etcétera. Aclaro que yo no estaba en Asunción; solamente tenía una novia paraguaya, muy bonita, y vivía en Buenos Aires estudiando Medicina. Por supuesto, no era como la época de la dictadura, de tal modo que cuando Perón se retiraba de Asunción de su visita formal a Stroessner, la policía argentina lo devolvía a mi padre sano y salvo. No dejando de ser, de todos modos, una violación de los derechos humanos el que la policía argentina detuviera a mi padre en Asunción. Pero se entiende, porque era el único –dijéramos– antiperonista furioso que había en Asunción y, entonces, se podía entender que lo quisieran alejar de la presencia de Perón.
Me acuerdo hasta el nombre del inspector, que era muy gracioso porque este inspector, que se llamaba Racana, inspector Racana, era amigo de papá y mamá, es decir que habían ido a fiestas sociales juntos en Buenos Aires. Entonces lo gracioso era que él entraba a mi casa de la calle América 133, en Asunción del Paraguay –muy cerca de la Avenida Mariscal López, donde muchos años más adelante Gorriarán Merlo y el ERP mataron a Somoza– y la policía argentina hacia desaparecer a papá durante la estadía de Perón en Asunción. Cuando volvía el general, lo devolvían a casa.
De todos modos, esta anécdota política es un poco para situarse en el momento político que se vivía.
En 1953, antes de la caída de Perón, papá –y ahora viene la anécdota de box– era jurado de box en Asunción del Paraguay. Como habíamos dicho que era jurado en la Argentina, allá lo nombraron jurado de las peleas en Asunción. Recuerdo que había un director técnico, que no sé si vivirá –probablemente no–, que había sido un buen medio pesado argentino que se llamaba Sotillo. Sotillo tenía un medio mediano o mediano muy bueno –no recuerdo el nombre del paraguayo– y venía a pelear a Asunción Atilio Caraune. También era un buen mediano argentino de la década del ’50, un hombre que boxeaba bien, pegaba muy fuerte al hígado con la izquierda, y lo sorprendente de sus golpes era que al golpear en el hígado los rivales caían lentamente. Un buen golpe al hígado debe ser un golpe justo; no todos saben pegar. He visto aplicarlo a dos en mi vida; uno de ellos era, justamente, Caraune, y el otro fue ese campeón del mundo pluma, rival eterno de Willy Pepp, en Estados Unidos, que se llamó Sandy Saddler y que vino a la Argentina y ganó 4 peleas por knock-out. El golpe al hígado de Sandy Saddler tenía este efecto que voy a relatar ahora: mortífero.
Una de las características del golpe al hígado es que es un golpe con cámara lenta, en el sentido que el efecto no es como el de la mandíbula. El de la mandíbula es reflejo; uno pega y se produce una conmoción cerebral y el individuo cae al suelo. Pero el golpe al hígado hace que uno se empiece a desplomar después del golpe, lo cual podría dar la impresión, desde afuera, que se “tiró” al suelo; porque lo que uno ve es que el individuo va lentamente hacia atrás y de golpe cae lentamente y queda en el piso sin poder levantarse. Por supuesto, quienes conocemos box –mi padre en este caso, sobre todo– sabemos que el golpe al hígado produce este fenómeno de efecto relantisseur (cámara lenta), un efecto “rebote”, que produce el golpe y después, a los 3 o 4 segundos, el individuo cae. Los que no están acostumbrados a ver box ignoran esto. De tal manera que lo que sienten es que hay dos pegadores, dos boxeadores en el ring y uno de ellos va hacia atrás, y de repente se sienta en el suelo sin haber recibido ningún golpe y queda knock-out.
Exactamente eso es lo que pasó en la pelea con Caraune. Fue muy interesante porque Caraune le metió, en el primer round, una izquierda al campeón paraguayo, y el campeón paraguayo siguió boxeando y unos 10 segundos se fue desplomando lentamente hasta quedar sentado con la pierna derecha levantada por el golpe al hígado y knock-out.
Entonces, fue extraordinario lo que pasó, porque el público empezó a gritar y a querer invadir el ring gritando “Tongo, tongo” (la palabra “tongo” ya no se usa más, pero significaba “trampa”), como si estuviera arreglada la pelea, como si el campeón paraguayo se hubiese tirado sin existir un golpe de Caraune.
Fue muy interesante porque mi padre trataba de explicarles (había sido jurado de esa pelea) a los enardecidos paraguayos que el campeón paraguayo no se había tirado, sino que sólo había sido una víctima de esa izquierda funesta de Atilio Caraune, que tantas veces había dejado hombres en el suelo después del golpe, como le sucedió en este caso al campeón paraguayo. Y era muy difícil el diálogo porque los paraguayos no entendían lo que papá les decía.
Ese fue otro recuerdo bastante imborrable de esa pelea.
Otra izquierda mágica fue la que le propinó Bernad Hotking a De la Hoya por el campeonato mundial de los medianos. De la Hoya lentamente con la pierna derecha encogida se sentó, lo miro a Hotking y se rió –la izquierda al hígado había, una vez más, planeado su estrategia invisible–, el público sólo vio la caída en cámara lenta de De la Hoya. Era un golpe invisible-mágico. Misterios del box. Misterio de la política dentro del box. Devenires sociales de épocas excepcionales.
* Psicoanalista, autor, director y actor teatral.
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