CONTRATAPA
MOSTRAR...
Por Rodrigo Fresán
UNO ...o no mostrar. Esa es la cuestión. A eso se reduce todo: a lo que se exhibe con orgullo bajo el sol o se barre con culpa bajo la alfombra. Dime lo que muestras y te diré cómo quisieras ser; revélame lo que no muestras y te diré lo que en realidad eres. Y todavía mejor; o peor: enséñame lo que te mostraron y que fingiste no ver.
DOS Días atrás alguien, por fin, decidió darle una inyección letal al gorila albino Copito de Nieve para que ya no sufriera. Padecía un extraño cáncer de piel que se lo estaba comiendo vivo en su jaula de cristal del Zoológico de Barcelona. Una llaga sangrante le cruzaba el pecho. Algo feo de ver. Por lo que las autoridades decidieron que ya no era conveniente mostrar al célebre Copito. Quedaba mal toda esa sangre manchando su célebre pelaje blanco de primate freak. Ya no era el simpático gorilita que se hizo mundialmente famoso –apareciendo en la portada de National Geographic– luego de que un primatólogo catalán lo comprara en 1966 por 16.000 pesetas de entonces y lo trajera a esta ciudad que no demoró en ascenderlo a símbolo viviente. Así que –casi cuarenta años después de su llegada– cubrieron los paneles transparentes de su morada y lo hicieron desaparecer para que ya no lo molestaran los buitres con cámaras que lo filmaban para mostrar su agonía. Se desconectó también la cámara de circuito cerrado que permitía ver a Copito por internet y desde cualquier computadora como si se tratara de un único concursante de Gran Gorila que, finalmente, a la hora del final y de la final, se hacía ganador del premio más valioso de todos: no ser visto, desaparecer y resucitar cualquier día de estos como plaza o calle o estatua.
TRES Y, claro, son días tan JFK y una de las novedades es que el presidente Kennedy sufría de una enfermedad terminal que posiblemente le hubiera impedido terminar su mandato. Kennedy –como Copito de Nieve para los gorilas– era una aberración de la naturaleza en lo que a presidentes norteamericanos se refiere. Su magnicidio no ha hecho más que reafirmar sus rasgos legendarios –renovador, guapo, pop, independiente, joven– y velado lo mucho que se le podría reprochar. Pero a la hora de la síntesis, está claro –basta con ver lo que vino antes y lo que vino después con esa especie de calco pseudoclónico que fue Bill Clinton– para conmoverse hoy por la efímera y fulgurante modernidad de Kennedy quien, innovador hasta el final, murió en público y sobre un automóvil mostrando como su cabeza estallaba en el aire de Dallas ‘63. Después, claro, a esconder miles de páginas que saldrán recién a la luz –si ya no se las comieron las ratas y los gusanos o los burócratas– cerca del 2035. Hasta entonces, las teorías conspirativas, la brillantez casi psicótica y hamletiana de una película de Oliver Stone (que, en realidad, no hace otra cosa que manipular los datos en nombre del “bien”) y las miles de páginas del Informe Warren definidas por el novelista Don DeLillo con épica ironía como “la novela-río que Joyce habría podido escribir si se hubiera trasladado a Iowa City y hubiera vivido allí hasta alcanzar los cien años de edad”. De lo que surge un segundo interrogante más allá del quién –o quiénes– apretaron los gatillos de los rifles y los tornillos del complot: ¿Cómo es que cuarenta años después del asesinato de un primer mandatario el ciudadano común todavía no tiene acceso a toda la información sobre el caso para así poder sacar sus conclusiones? ¿A qué se espera? Pocas veces tantos años le debieron tanto a seis segundos.
CUATRO Copito de Nieve era una aberración de la naturaleza, John Fitzgerald Kennedy era una aberración política, y todo parece indicar que Michael Jackson es una aberración de sí mismo. La semana pasada –como hace diez años–, Wacko Jacko volvió a meterse en problemas de los que,todo parece indicarlo, no ha salido nunca. Al igual que el gorila albino o el presidente joven, Jackson ha pasado buena parte de su vida bajo el escrutinio de las cámaras hasta convertirse en una polémica atracción de feria. Sus fans no vacilan en excusarlo como a un nuevo Peter Pan y sus detractores se limitan a exhibir fotografías donde se muestra lo que Jackson le ha ido haciendo a su propio rostro mientras insiste que no se ha hecho cirugía plástica alguna. Y después está, claro, esa adicción a dormir con niños. La cuestión es que la semana pasada observamos cómo una cámara de Fox News esperaba durante una hora en un aeropuerto la llegada del cantante para entregarse a las autoridades y ofrecer la primicia de esas manitos esposadas detrás de la espalda. Y resulta un tanto extraño que semejante paisaje histérico ocupe durante tanto tiempo los televisores mientras la misma prensa norteamericana –con la pertinente recomendación del Pentágono, la Casa Blanca y anexos varios– estime poco recomendable y “de mal gusto” la emisión de imágenes un tanto más históricas de oficinistas saltando desde el World Trade Center en llamas o volviendo a casa en aviones del ejército envueltos en banderas con barras y estrellas como reconocimiento por los servicios prestados a la patria en los territorios más lejanos y salvajes del Nuevo Imperio. Otra vez, lo que se muestra y lo que no se muestra. Y así no podemos sino preguntarnos algunas cosas. Pregunta: si está bien visto observar una y otra vez en cámara lenta el modo en que un presidente es asesinado, cómo es posible que no se puede estudiar la historia de ese día y tengamos que someternos una y otra vez a las fiebres de lo que pudo haber sido en lugar de disfrutar de la salud de lo que fue. Pregunta: si se puede contemplar con lujo de detalles en los noticieros de USA los pedazos de iraquíes y de turcos, por qué no se puede ver lo que les ocurre a los otros protagonistas y productores de esa misma película. Pregunta: Si está bien visto y es considerada humanitaria la práctica de la eutanasia a un mono superstar, por qué es considerado criminal hacer lo mismo por un hombre común y corriente a la hora de liberarlo del cautiverio de una larga enfermedad terminal. Preguntarse todo esto frente a la jaula de luxe en la que cualquier día de éstos meterán a Michael Jackson para mostrarlo cantando y confesando “I’m bad! I’m bad! And you know it!” mientras nosotros, hipnotizados, lo miraremos fijo para así no mirar tantas otras cosas que no nos mostrarán nunca.