Miércoles, 2 de diciembre de 2015 | Hoy
Por David Brooks *
Desde Nueva York, Estados Unidos
El país más poderoso del planeta, y de la historia, es también el más temeroso e inseguro.
Aquí todo es amenaza, todo es peligro, todos son sospechosos. Y aunque los políticos y los medios suelen repetir que las amenazas provienen de afuera –terroristas islámicos, narcotraficantes colombianos/venezolanos/mexicanos, inmigrantes no blancos–, la amenaza mayor proviene desde muy adentro, y es muy estadounidense, y suele ser muy blanca.
Por ahora, los únicos que han violado la Constitución, las libertades civiles, los derechos fundamentales tan elogiados en cada discurso, en cada partido deportivo, en cada Día de Acción de Gracias, en cada momento patriótico, son políticos estadounidenses.
Como han advertido intelectuales y sabios de gran talla y variedad ideológica, desde Noam Chomsky, Gore Vidal y el economista premio Nobel Joseph Stiglitz hasta el ex presidente Jimmy Carter, entre muchos más, no sólo se ha desvanecido eso que se llamaba república, sino que este país y sus políticas son cada vez más parecidos a una oligarquía.
Y como demostraron Edward Snowden, Chelsea Manning y otros filtradores o denunciantes, el gobierno secreto es más omnipresente de lo que se pensaba, y que lo que cada uno opina. George Orwell está presente; si estuviera vivo, estaría bajo vigilancia.
Algunos izquierdistas han empleado la palabra fascismo en tantas ocasiones en el pasado que ha perdido su significado y, más bien, ya se entiende como un insulto. ¿Pero a qué extremo está este país que algunos conservadores ahora acusan a uno de sus colegas de fascista? En los últimos días, después de que Donald Trump propuso un registro nacional de musulmanes y acorralar y expulsar a extranjeros, entre otras medidas que analistas, medios y contrincantes han comparado con medidas estilo nazi, algunos de su mismo ámbito político lo denuncian por ser demasiado extremo. Trump es un fascista, comentó Max Boot, analista en el Consejo de Relaciones Exteriores y asesor del precandidato Marco Rubio. El asesor sobre seguridad nacional de Jeb Bush afirmó que un registro federal obligado de ciudadanos estadounidenses, basado en la identidad religiosa, es fascismo. Punto.
Pero Rubio, Bush, el doctor chiflado Ben Carson y los otros precandidatos republicanos, igual incitan el temor y la inseguridad ante amenazas externas como parte fundamental de sus discursos.
Todo esto ha generado, a propósito, una mayor xenofobia con consecuencias cada vez más peligrosas. La intensificación del clima de odio se traduce en acciones violentas y amenazas a todo lo que parezca diferente o extranjero. Inmigrantes, musulmanes, mujeres que ejercen sus derechos básicos, minorías raciales (afroestadounidenses y latinos sobre todo), opositores a guerras, ambientalistas, entre otros, ahora viven en un país donde se promueve abierta y explícitamente la violencia en su contra.
La derecha ha impedido que medidas mínimas para proteger a inmigrantes sean implementadas. Una clínica de Planned Parenthood en Colorado que, entre otros servicios de salud, incluye el del aborto, fue atacada por un hombre blanco armado el pasado viernes, quien mató a tres personas, entre ellas un policía, y dejó nueve heridos. Organizaciones musulmanas reportan incrementos de ataques y amenazas contra sus comunidades, agrupaciones de defensa de derechos migrantes se sienten cada vez más vulnerables, tres blancos disparan contra manifestantes afroestadounidenses que condenan la violencia policíaca. Los ejemplos no alcanzan a ser contados.
Los estadounidenses están mucho más en riesgo de violencia por fanáticos blancos cristianos armados que por musulmanes, afirma el comentarista y profesor de Historia Juan Cole. Sin embargo, la guerra contra el mundo musulmán es la que promueven los políticos.
Después de las guerras más largas de la historia del país, se anuncia que habrá más guerra. Más jóvenes estadounidenses serán enviados a matar a más jóvenes, familias, niños, estudiantes, magos, músicos, artistas, carpinteros, granjeros, periodistas, pescadores, todos esos personajes anónimos que no registran las cifras oficiales de las víctimas de guerra, cuyos sobrevivientes conforman los ríos humanos de refugiados. Dicen que es para salvarlos de los malos, de aquellos extremistas religiosos, mientras sus contrapartes, los extremistas religiosos estadounidenses, hablan igual; todo es como una mala película sobre las Cruzadas.
También hay guerra para muchos aquí adentro. La violencia, sobre todo con armas de fuego, sigue cobrando vidas cada día en Chicago, Baltimore, Detroit y decenas de ciudades más. Si el ejemplo lo ponen los líderes del país, de que las balas son la respuesta para enfrentar enemigos, pues con qué autoridad moral se reprueba a los jóvenes aquí cuando hacen lo mismo para resolver sus conflictos.
Entre las dos guerras, la interna cobra muchas más víctimas estadounidenses. Durante la guerra contra el terror (de 2001 hasta 2013), 406 mil 486 personas murieron por armas de fuego en Estados Unidos, según cifras oficiales; de acuerdo con el Departamento de Estado, en ese mismo período murieron 350 estadounidenses en actos de terrorismo en el extranjero. Si se incluyen actos de terrorismo dentro de Estados Unidos, entre ellos los del 11 de septiembre, junto a toda la racha de atentados perpetrados por terroristas domésticos blancos, el total de muertos es de 3 mil 380, según un cálculo de CNN.
Cada día mueren 89 personas en promedio por armas en este país, más de 32 mil cada año, según la Brady Campaign.
¿Y cuál es la razón para tener el derecho a tantas armas? La respuesta es obvia según los dueños de las más de 300 millones de armas en manos privadas en este país: para protegerse ante tanta amenaza e inseguridad.
Qué país tan asustado. Y da susto lo que eso provoca.
La única cosa que tenemos que temer es el temor mismo, la célebre frase del presidente Franklin Roosevelt en su famoso discurso de toma de posesión de 1933, es más contemporánea que nunca.
* De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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