CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
Mañana martes 27, querido y privilegiado lector porteño, parafraseando a Duke Ellington, en algún momento “toma el tren H”. O la Línea H, como decimos nosotros. Del mismo modo que el músico monstruoso que componía melodías o frases inolvidables con menos notas que los dedos de una mano invitaba –desde el piano– a curiosos y seguidores a tomar el Tren A del subterráneo neoyorquino para llegar a Harlem y al Cotton Club donde tocaba, yo te invito a que mañana –a la tarde, no demasiado tarde– te tomes la Línea H y te bajes en la estación Venezuela. Todo el espacio está iluminado por murales dedicados a / sugeridos por / un prócer del tango, Osvaldo Fresedo. Quedate dando unas vueltas con la nuca forzada en 45 grados hacia arriba, dedicado a recorrerlos. No te voy / van / a defraudar. Antes o después, te advierto que en algún momento, apretujado paseante lector porteño, al llegar o al partir en el moderno (que no mistongo) convoy, atravesarás literalmente la figura de una morocha de flequillo renegrido con inolvidables ojos brujos. Y te aseguro que te llevarás puesta esa mirada, o que esa mirada te llevará puesto, que es lo mismo.
A la Feria del Libro no vas a llegar con la Línea H sino con la D, hacia la tardecita, siempre con la mirada de la morocha entre ceja y ceja. Y a las ocho y media, en la sala Javier Villafañe, te la vas a encontrar. A la morocha, digo, que te seguirá mirando desde la tapa de un libro extraordinario de Carlos Nine, el que la llevó al subte y la dejó pintada. El libro se llama –en la traducción argentina del propio autor– Informe visual de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, con una bajadita explicativa extensa: Selección de óleos, pasteles, acuarelas y dibujos ejecutados con voluntad y esmero para introducir al espectador en la naturaleza íntima de la ciudad y sus alrededores. Es un libro gordo, impreso con amor y cuidado, hecho conjuntamente por la Editorial Octubre y UNSAM Edita, de la Universidad de San Martín. Es algo que la obra del increíble Nine se merecía y que los lectores / admiradores del artista esperábamos por fin ver. Ver y leer, porque de eso se trata: palabras e imágenes emparejadas.
Ha habido y hay muchos y muy buenos libros que las combinan. En principio, usualmente, existen dos posibilidades. O los textos explican / comentan / glosan las imágenes (van detrás / después de ellas), o éstas ilustran (hacen brillar) un texto previo. Los autores suelen ser distintos y el que tiene la última palabra o el que pone imágenes a posteriori suelen (pretenden) cerrar el sentido, ya sea en sintonía, “a favor” o “en contra”. Pero hay espacios y posibilidades más ricas: William Carlos Williams y Auden escribieron famosamente sutiles, bellísimos poemas a partir de Brueghel; Enrique Breccia con El Matadero y Oski con la Vera Historia de Indias ejemplifican cómo ilustrar textos sin obsecuencia y con ironía. Y más aún: Galería personal, de Sábat y Girri, y la carpeta Tango y Milonga, de Sampayo y Muñoz, mostraron cómo es posible trabajar en simultáneo haciendo obra propia con medios diferentes sin pisarse ni mirar de reojo.
En el caso de Nine –que escribe y dibuja alternativa o simultáneamente, combina ambos gestos– toda su obra gráfica y / o plástica sirve para ejemplificar la posibilidad del despliegue simultáneo sin subordinación. Hay un dato: Nine siempre narra porque siempre (literalmente) imagina, hace imaginar. En sus historietas, en sus ilustraciones puntuales –de Carroll, de Dolina, de tantos– e incluso en sus retratos o cuadros más formales con imágenes estáticas, siempre hay suceso, historia, referencia externa a otra serie, alusión, tácito relato al fin.
En este Informe visual, el artista narrador ha emparejado página a página, como quien casa por poder / por joder / casi de prepo, textos e imágenes generadas en dos series contiguas y arbitrarias, no dependientes entre sí. No es posible ni necesario ni útil tratar de detectar prioridades lógicas o cronológicas entre palabras y trazos. Se trata de un confeso pero no confuso rejunte (antología, selección), y no de una producción hecha ad hoc, una serie de intención uniforme y finalidad totalizadora. Nada de eso. Nine metió la mano en las bolsas respectivas y fue eligiendo por milagrosa afinidad. En el hermoso texto que abre el libro, además de citar cálidamente a un Yupanqui hablando para alemanes, explica cómo todo lo suyo deriva de un magma ancestral y atorrante que bebió / vivió de chico y satura todo lo que toca, dice, dibuja, escribe o recuerda. Los materiales pueden ser diversos; la actitud que los encara tiene tres o cuatro rasgos ejemplares que descubre en él: cierta “tendencia al cinismo para acomodar como se pueda las piñas del destino; el gesto sobrador para disimular el desamparo y, aun cuando se hace presente el dato culto o la reflexión introspectiva –explica por si fuera necesario– aparecen indefectiblemente un par de vagos como escolta, sin que nadie los invite”. Bienvenidos los atorrantes.
En cuanto al libro en sí, este Informe visual es lo que podríamos definir, con intencionado trabalenguas, como una importante impostación importada. Y vamos por partes, y de atrás para adelante. Es una obra importada porque se trata de la traducción de la original edición francesa de hace unos pocos años, ya que Nine –-que prácticamente no saca jamás el culo de su asiento frente al tablero o la mesa de su estudio en su casa de Olivos– hace tiempo ya que publica casi resignadamente en París y alrededores, del mismo modo (o de otro) que expone más afuera que acá. No es para llorar ni para quejarse de incomprensión y otros lugares comunes de la victimización artística. Ha sido así nomás. La calidad de impresión y el costo relativo son / han sido factores determinantes en el caso de los libros. Cierta ceguera y necedad en ámbitos decisorios en el caso de las exposiciones, también.
Pero volviendo a la idea de lo importado: este libro fue concebido originalmente desde acá para un lector no argentino. Nine exportó primero esto que se acaba de importar. Y esa condición de obra concebida para un lector / espectador extranjero –en principio francés, en este caso–, deja sus necesarias marcas. Ya el título –Rapport visuel sur la ville de Buenos Aires et ses environs– remite irónicamente al tono de un clásico texto ilustrado de los tantos debidos a viajeros europeos del siglo XIX a los que solían acompañar dibujantes y pintores. Es decir: Nine se para en el lugar del informante minucioso y confiable para dar cuenta de la “naturaleza íntima” del lugar que conoce / visita y para eso efectúa una doble y jodona impostación que da la impronta a todo el libro.
La primera impostura –equívocamente anunciada– es la de la veracidad, y consiste en otorgar valor documental a una serie de referencias histórico / periodísticas de hechos y personajes como resultado de una supuesta minuciosa consulta del reservorio de la Biblioteca Nacional, cuando son invenciones puras presentadas formalmente como mitos, rumores, versiones o leyendas urbanas contaminadas /enmascaradas con equívocas referencias cruzadas. La segunda impostura es la de la pertinencia, y consiste en canibalizar –en léxico chandleriano– las ilustraciones, al reutilizarlas en nuevos contextos de sentido: no importa de dónde vienen sino donde caen. El resultado final de tantos sucesivos gestos escamoteadores es la impostura misma del autor, que no vacila en inventarse / esconderse tras los guiños y complicidades del humor y la socarrona gastada criolla para no quemar / encandilar a la gilada supuestamente ilustrada con la evidencia de su poderosa condición de artista único y maravilloso. Ese gesto que consiste en lo que hemos querido denominar, con él y con su vieja, mostrar –consciente, orgullosamente– la hilacha. Porque Carlos Nine –ya lo hemos escrito– es de lo que no hay. Ni acá ni en otro lado.
De ahí la importancia –tercera calificación– de esta obra, querido lector / espectador, que vas a poder espiar en la presentación de mañana en la Feria del Libro. No te he contado ni descripto ni inventariado las bellezas revulsivas que contiene el grueso tomo. Ya se encargarán otros, ya las descubrirás solo. Por lo que sé, mañana van a estar, con Carlos, el Negro Ielpi, uno que la sabe lunga, de Rosario; el Lolo Amengual –hermano de tinta del autor– y el poderoso y perspicaz Daniel Santoro, otro que nos enorgullece cada vez. En fin...
A esta altura, el Viejo Breccia, recordado en la dedicatoria, me diría que me calle, que ya está. Dejemos que la obra se pasee, se muestre, se defienda sola. Sólo un consejo final: querido lector, mañana a tarde, antes de la Feria, toma el tren H.
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