CONTRATAPA
El hombre que movió el mundo
Por Leonardo Moledo
La teoría de que la Tierra se mueve alrededor del Sol, formulada por un sacerdote polaco, de nombre Copérnico o Koppernig, carece por completo de sentido, y sólo puede ser el producto de una mente extraviada e inverosímil, movida por la mala fe que caracteriza a los espíritus malvados. Si la Tierra se moviera, todas nuestras ideas se vendrían abajo. Por lo tanto, no se mueve.
Encyclopedia of Spurious Science, Vol. XXIII, 1599.
El sistema de Copérnico es un tesoro inagotable de comprensión del maravilloso orden del mundo.
Johannes Kepler (1571-1630)
Hubo una vez un hombre que movió al mundo: tomó a la Tierra, que estaba inmóvil, clavada en el centro del universo desde hacía mil quinientos años y con la sola fuerza de sus brazos le dio un empujón y la hizo rodar por el espacio.
Nunca nadie antes había hecho algo así. Arquímedes, en el siglo III a. de C., tras descubrir las leyes de la palanca, había dicho que sólo necesitaba un punto de apoyo para mover el mundo. Pero veinte siglos después, un astrónomo polaco agarró a la Tierra, al planeta entero con sus montañas, con sus mares y sus continentes, y lo movió. Se llamaba Nicolás Copérnico y nació el 19 de febrero de 1473 –un aniversario que se cumple mañana– en Thorn, que entonces era Prusia y hoy Polonia. Es difícil medir el calibre de esta hazaña.
La verdad es que en el siglo XVI la necesidad de una reforma radical de la astronomía flotaba en el ambiente. El mundo funcionaba según el viejo modelo de Tolomeo, que databa del siglo II, centrado en una Tierra inmóvil y con los planetas el Sol y la Luna girando adosados a ruedas dentro de ruedas (epiciclos) y esferas sólidas de cristal; era un insoportable sistema de engranajes que habían hecho decir al rey de Castilla Alfonso X el Sabio “que si Dios lo hubiera consultado, le habría aconsejado algo más simple”. Y la verdad es que era así: aunque el sistema geocéntrico de Tolomeo permitía predecir eclipses y movimientos, aunque era una verdadera maravilla del ingenio, sacando el detalle de que era falso, tenía dos defectos cruciales: su horrible complicación y su total inverosimilitud. En realidad, ya no daba para más. Pero durante mil quinientos años, nadie había hecho nada.
Copérnico estudió astronomía en la Universidad de Cracovia, Medicina y Leyes en Italia, donde se empapó de la nueva cultura humanista y a su regreso fue canónigo de la diócesis de Frauenburg hasta el final de su vida. Alrededor de 1510 escribió un pequeño tratado donde exponía por primera vez la teoría heliocéntrica, que hizo circular entre los astrónomos y que despertó considerable interés, aunque no lo dio a la imprenta. Hacia 1520 comenzó a escribir su gran obra: Sobre las revoluciones de las esferas celestes, una amplia y completa exposición de su teoría, que finalizó diez años más tarde, aunque tampoco la quiso publicar. Sin embargo, las noticias sobre su teoría y la obra en preparación se difundían fuera de las fronteras de Polonia. En 1539, atraído por las noticias, llegó a Frauemburg Rheticus, un joven profesor de Wittenberg que escribió un resumen del libro (Narratio Prima), editado en 1540, donde se difundían los principios de la nueva astronomía. Finalmente, Las revoluciones... se publicó en 1543, el mismo año de la muerte de Copérnico.
En realidad, el modelo de universo que Copérnico presentó en su libro distaba de ser prolijo; basado en datos poco precisos, aferrado al dogma de la circularidad, Copérnico había usado en parte la misma y mala medicina que se proponía combatir, y como resultado el sistema era tanto o más complicado que el de Tolomeo, estaba repleto de ruedas, y sobre todo no tenía una física que lo sustentara (y que explicara, por ejemplo, por qué si la Tierra se movía los objetos sobre ella no salían disparados por el aire). En más de un sentido, no funcionaba.
Y sin embargo, fue Copérnico quien lo hizo. El nuevo sistema estaba mal hecho, era defectuoso y complicado, pero allí estaba. Las revoluciones... fue el puntapié inicial de la gran revolución científica que cambiaría para siempre la visión del mundo y del hombre, hasta el punto de que en adelante se llamaría “revolución copernicana” a cualquier modificación radical en el mundo de las ideas: si se podía cambiar una concepción que había durado mil quinientos años y que parecía eterna e inmutable, ¿por qué no podrían ponerse en cuestión todas las ideas? La audacia de Copérnico, cuyas consecuencias no se comprendieron de inmediato, puso en jaque el orden completo de las ideas, incluyendo la inmodificabilidad de las jerarquías sociales.
El trabajo de Copérnico fue inmenso, y es muy difícil hacerle completa justicia. Quizá la hizo Newton, cuando dijo que si él veía más lejos, era porque estaba subido a hombros de gigantes. Empezando por el gran científico polaco.