Vie 18.02.2005

CONTRATAPA

Las matemáticas no engañan

Por Miguel Angel Bastenier*

El algodón no sé, pero las matemáticas no engañan. Y las cuentas de las elecciones iraquíes del pasado 30 de enero están ya lo bastante claras como para merecer un repaso. Según fuentes partidistas, que trabajaban sin ningún control independiente, el 58 por ciento del censo registrado votó en las primeras legislativas que con algún grado de libertad se han celebrado en Irak; ocho millones y medio de electores de los 14 millones apuntados para ello.
Irak tiene, sin embargo, entre 27 y 28 millones de habitantes, y aunque no sea posible dar una cifra al dente, el número de ciudadanos con derecho a voto es bastante superior a esos 14 millones. Fuentes tan válidas como las anteriores, hablan de un mínimo de 20 millones. Hay, por tanto, seis millones de iraquíes que no han considerado oportuno situarse en posición de sufragio, pero que no por ello deberían desaparecer de la contabilidad del voto. Y ocho millones y medio de votantes sobre 20 millones arroja un porcentaje de muy poco más del 40 por ciento, que es la verdadera proporción de iraquíes que pasó por el colegio electoral.
Un cuarto de esos votos, 2,2 millones, corresponde a la población kurda, que fue a las urnas en proporción mucho mayor que el resto del país –alrededor de un 80 por ciento– y aunque su papeleta vale igual que la de cualquier árabe, ocurre que la guerra de Irak no va con ellos de la misma forma que para chiítas y sunnitas, las dos grandes confesiones islámicas del árabe iraquí. Por ello, si restamos el total de kurdos con derecho a voto –poco más de tres millones– del total de iraquíes con igual derecho –los 20 millones citados– y hacemos la misma operación restando el voto efectivo kurdo del total efectivo de todo el país –2,2 millones de 8,5 millones– obtendremos el número de votantes árabes, efectivo y potencial: muy poco más de seis millones sobre 17 millones largos de electores posibles, lo que significa que se acercó a las urnas un tercio de la población árabe.
Si, además, tenemos en cuenta que todo el que está a sueldo del nuevo poder pronorteamericano en Bagdad, o se gana la vida con la presencia del contingente militar extranjero, fue a votar por la cuenta que le tenía, las matemáticas nos remiten a que a lo sumo un 30 por ciento del electorado hizo libre uso de ese derecho. Pero eso no obsta para que en un país en guerra, donde la ciudadanía ignoraba el nombre de la mayoría de candidatos, y con la amenaza del terrorismo pendiente sobre la cabeza de quien osara votar, el hecho de que lo hicieran tantos iraquíes no es proeza menor, sólo que, precisamente por eso, no es necesario violentar las matemáticas para redondear lo que ya es un éxito aparente. ¿Pero éxito, de qué manera y para quién?
De los 6,3 millones de votantes que son árabes, la gran mayoría está formada por chiítas, y la mayoría de esa mayoría –dos tercios– son seguidores de Alí al Sistani, el ayatola que se ha encontrado con que le regalaban una alianza con el poder norteamericano, a corto plazo, y sin intereses. El acuerdo tácito consistía en que Su Beatitud legitimaba las elecciones, consiguiendo que buena parte de su parroquia fuera a las urnas, a cambio de que Washington asumiera una victoria electoral que, tras el período constituyente, les diera a los chiítas la gobernación del país. Estados Unidos, por añadidura, salvaba la cara porque instalaba un gobierno, de momento aliado, ferozmente opuesto al régimen de Saddam Hussein, y obligado, si no le queda más remedio, a seguir combatiendo la insurgencia. Y como colofón, Washington podría retirarse un día, diciendo que había sembrado la semilla de la democracia en Irak.
¿Pero con qué apoyos cuenta, en definitiva, la potencia ocupante? No los chiítas, que calculan cuánto falta para que Washington les deje el campo libre; menos aún los sunnitas, que se consideran despojados del poder que ejercían con Saddam; sí los kurdos, pero esos son de otra guerra y a estos efectos no cuentan; sólo quedan los votantes del hombre de Estados Unidos en Bagdad, el primer ministro Iyad Allawi, acreditado con un 13 por ciento crecido de sufragios, pero que con la resta anterior se reduce a no más de un 8 por ciento de adultos iraquíes. Ese es el fruto, y además pasajero, de la intervención militar norteamericana en Irak.

* Especial de El País para Página/12.

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