Lun 21.02.2005

CONTRATAPA

Teatros

Por Tato Pavlovsky

No hay duda de que el Teatro Independiente Argentino, del que muchos hemos heredado su espíritu estético-ideológico, tuvo grandes maestros que influyeron como una correa de transmisión ética a través del tiempo y de varias generaciones.
Tuve la suerte, la inmensa suerte, de conocer a algunos muy de cerca: Asquini, Boero, Kogan, Ferrigno, Briski y la proximidad con ellos me contagió esa pasión intransmisible que hace que todavía hoy siga estrenando y yendo a festivales a mis 71 años. Recuerdo que a Alberto Ure lo conocí un día que vino a un teatro para 30 espectadores que teníamos en 1966 con Julio Tahier en un departamento. El día que vino Ure eran cuatro espectadores. Le pasamos El cuadro de Ionesco y después nos cambiamos y le presentamos El robot (obra mía). Cuando subió Onganía lo cerró. Onganía cerró la cultura y la mejor ciencia.
La ciudad de Buenos Aires ofrece hoy en cartelera más de 100 espectáculos teatrales, algunos profesionales y la mayoría constituidos por elencos que en el 80 por ciento de los casos no reciben dinero alguno.
Los extranjeros quedan atónitos por el inmenso repertorio ofrecido en el Buenos Aires teatral. En los festivales me preguntan siempre cómo es posible que atravesando el país una tan seria situación económica se realicen tantos espectáculos de teatro. Cada vez que voy a las provincias, siempre me sorprendo con algún Encuentro Regional de Teatro en el que participan infinidad de elencos.
Creo entender que los jóvenes han heredado ese espíritu transformador de los pioneros del teatro independiente (lo sepan conscientemente o no).
Lo inmensamente saludable es que los jóvenes se reúnen en grupos para intentar buscar la singularidad de su identidad estético-ideológica. El teatro funciona como una máquina de producción de sentidos en un mundo que parece cada vez mas vacío de sentidos. Es un extraordinario lugar de resistencia cultural. Un mojón inamovible.
Creo que –espero que sea así– no debería castrarse la ilusión de tantos jóvenes y de tantos lugares donde se puede ver teatro en Buenos Aires. Un lujo estético y un orgullo argentino.
En medio de la gran crisis que atraviesan todas las instituciones del país, habría que ser especialmente cuidadosos de no tirar por la borda uno de los movimientos culturales más sanos de la juventud argentina. Uno de sus baluartes inexpugnables. Uno de sus tejidos más reparadores donde se crean nuevos valores y nuevas éticas.
Digo esto: cuidado con el apuro estremecedor de los malos diagnósticos institucionales. Cuidemos el teatro independiente. ¡Y mucho!
Por otro lado, el único accidente serio que recuerdo en 45 años de teatro fue la bomba al Picadero después del estreno de Teatro Abierto, aquella inmensa resistencia cultural frente a la dictadura que fue motor y ejemplo ético del teatro argentino. La bomba fue la represión a la imaginación creadora, al desborde imaginativo. Tengamos cuidado entonces de no poner bombas a la gran imaginación creadora del Teatro Independiente Argentino. Cuidemos la juventud. Seamos cuidadosos.

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