Lun 18.04.2005

CONTRATAPA

A los iguales

Por Eleuterio Fernández Huidobro *

Este parlamento del cual soy senador es un órgano jamás visto.
Según el relato de la prensa, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre debatieron acerca de la utopía Eduardo Galeano y José Saramago.
Galeano repitió que ella está en el horizonte y que a medida que avanzamos se aleja. Así logra lo más importante: nos hace caminar.
Ya lo había dicho Don Quijote: “Lo importante es el camino, Sancho, no la Posada”. Machado, por su parte, postulaba que no que no hay camino, que se lo hace al andar.
Saramago reclamaba ver las crueles realidades contemporáneas. Proclamaba que hoy para la enorme mayoría de la humanidad, utopía es comer mañana.
Yo agregaría que si no se come no habrá nada. Sin embargo, y pidiendo disculpas por mis inexactitudes en la glosa de un debate tan fermental, opino que ambos tienen la razón.
Para mí son necesarias e inseparables ambas posturas. No tenemos por qué optar. Es más: en la opción está la equivocación. La letra “o” es disyuntiva. La “y” es copulativa. Hemos pagado demasiado tributo erróneo a la “o”. Fuimos esclavos de la “o” con resultados espantosos. Y, más bien, habría que hacerle un monumento a la “y”.
Hay tozudos senderos que, sin dejar de ver el horizonte, y tal vez viéndolo mejor que nadie, conducen por las cumbres al abismo. Hay desgraciadamente atajos y callejones que no tienen salida o, lo que es peor, conducen al degolladero.
Un 10 de noviembre de 1938 mas de veinte mil judíos fueron arrestados en sus casas de Berlín para ser llevados a lugares de nombre espantoso: Dachau, Buchenwald... Esa noche quedó bautizada para siempre como la de los cristales rotos (Kristallnacht).
En esas mismas tinieblas, Pérez Madrigal, un miserable paniaguado, publicista radial de Franco, transmitía desde Burgos: “Que los judíos son rojos, lo sabe todo el mundo. Que los judíos sean valientes, que los judíos sean soldados, nadie se lo cree.”
Pero en esas mismas horas a las orillas del Ebro y peleando más que heroicamente era exterminada la Compañía judía “Botwin”, del Batallón “Palafox”, de la XIII Brigada Internacional “Dombrowski”, formada mayoritariamente por voluntarios comunistas polacos.
Murieron peleando juntos, con heroísmo alucinante, polacos y judíos. Los prisioneros capturados fueron fusilados de inmediato también juntos. Muy pronto los pocos polacos sobrevivientes tampoco tendrían adónde ir.
Seis días después de la Kristallnacht, la XIII Brigada Internacional, ya sin extranjeros, sería la última unidad republicana en retirarse a la otra orilla del Ebro cubriendo a todos los demás. Unos meses antes fueron los primeros en pasarla audazmente rumbo al otro lado.
A las cuatro de la mañana volaron el último puente. Ciento treinta mil hombres de ambos bandos, por lo menos, quedaron heridos o muertos en aquel camposanto donde la aviación y otras armas modernas hicieron estragos.
Checoslovaquia recién había sido entregada junto con España y después de Austria, en un intento francés e inglés, ciego, loco y desesperado, por evitar lo inevitable: la enorme carnicería de la Segunda Guerra Mundial que estallaría fatalmente en pocos meses a pesar de tanto vano afán malgastado en preservar la utopía de la paz.
Sin embargo Gandhi, el apóstol de la no violencia, apoyaba a esos heroicos combatientes de España: no mascaba vidrio.
El terrorismo de los grandes bombardeos aéreos sobre poblaciones indefensas, y en masa, fue inaugurado allí: Guernica, Madrid, Barcelona, Valencia... Con todo su horror, sería una pálida demostración comparada con la hecatombe que reventaría en cuestión de meses como huracán de la muerte sobre las ciudades de Europa.Fue maravilloso en esos días el trabajo de la central obrera controlada por los anarquistas en Cataluña. Realizaron milagros de producción industrial para que a los combatientes del frente, controlado por los comunistas, no les faltara nada (aunque la superioridad material del enemigo resultó incontrastable). Les iba la vida a todos ellos en la retaguardia y en el frente. Y cuando lo que se va es la vida se dejan de lado las cegueras voluntarias.
Su consigna entonces fue la de Buenaventura Durruti; la que humildemente, ante la indigencia creciente y ante la amenaza de dejar de existir como país, yo mismo pedí prestada para el último Congreso del Frente Amplio: “Renunciamos a todo menos a la victoria”.
Fui muy criticado entonces por gente que, estoy seguro, no recordaba la prosapia (en algunos casos increíblemente “suya”) de esa consigna.
Miguel Hernández tenía un hijo de diez meses enfermo cuando el 19 de octubre de 1938 (un mes antes de la Kristallnacht y de la crucial retirada del Ebro) fue a Orihuela en busca de medicinas. La retaguardia republicana sufría las consecuencias de la nueva manera de hacer la guerra y él, que nunca las eludió ni las eludiría, las soportaba enteras.
Cuando regresó el niño había muerto. Y entonces mi enorme hermano escribió:

“Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío,
abiertos ante el cielo como dos golondrinas;
su color, coronado de junios, ya es rocío
alejándose hacia ciertas regiones matutinas.
Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro,
como bajo la tierra, lluvioso, despoblado,
con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro,
como bajo la tierra quiero haberte enterrado”.

El hijo concreto de Miguel hizo posible también nuestras poltronas del Senado de la República. Yo siempre se la dedico a él. Y, por él, a todos los demás iguales que ustedes saben.

* Senador uruguayo de Espacio Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría.

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