CONTRATAPA

Cincuenta años después

Por Jack Fuchs

El 12 de agosto de 1952, hace medio siglo, Salomón Lozovskii, David Berguelson, Itzik Fefer, Peretz Markish, Leib Kvitko, Shmuel Presov, David Hofshtein, Eliahu Spivak, Itzjak Nusinov y Benjamín Zushkin, entre otros, fueron fusilados en secreto en los sótanos de la cárcel de Lubyanka en Moscú. Fue después de una prolongada investigación inquisitorial que no evitó torturas ni martirio para estos intelectuales judíos.
Todos fueron acusados de conspiración, traición y hostilidad hacia el Partido Comunista y la URSS, en un simulacro de juicio que fue mantenido en secreto. El proceso, conocido como el “Asunto de Crimea”, formó parte de la campaña stalinista contra los “cosmopolitas sin patria” –es decir el pogrom de Stalin contra la cultura judía– que llevó a la expulsión, el destierro o el arresto de millares de intelectuales judíos, campaña cuyo inicio se ubica en 1948, con el asesinato disfrazado de accidente de Shlomo Mijoels.
Algunos de estos intelectuales, integrantes del Comité Judío Antifascista, habían viajado en 1942 a Inglaterra, Canadá, Estados Unidos y México, donde lograron el apoyo de la población y reunieron sumas importantes para asistir a la URSS en su lucha contra el nazismo. Varios habían sido condecorados por el mismo Stalin. Todos habían demostrado inquebrantable lealtad a la causa soviética. ¿Por qué fueron detenidos, torturados y ajusticiados tan cruelmente? Por ser judíos, por el odio insuperable que Stalin guardaba al judaísmo.
Seis meses después, el azar de su muerte frenó otro juicio tramado contra un grupo de médicos judíos, acusados de conspirar contra su vida. En 1956, los intelectuales judíos asesinados fueron rehabilitados, pero sin desagravio de su memoria: no hay monumento que los recuerde ni calle que perpetúe su nombre. Hasta el día de hoy se desconoce el lugar de la sepultura donde sus nietos podrían poner una flor.
Esta historia constituye una memoria incómoda para quienes han querido negar esta realidad. Literalmente no saben qué hacer con esto, no pueden tolerar la idea de que el mismo que llevó una lucha sin cuartel contra el nazismo, instrumentó tal política de odio antijudío. Los grandes humanistas, los pensadores comprometidos, no dijeron nada no sólo durante los juicios sino luego, con el “programa de desestalinización” cuando todo salió a la luz. Quizás pecaron de indiferencia. Quizás de ingenuidad, la de no reconocer la crueldad del hombre para con el hombre, aun en la supuestamente más humana de las ideologías.
Después de cincuenta años, la noticia pasa desapercibida entre tantas atrocidades de nuestro siglo.

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