Dom 19.08.2007

CONTRATAPA

¿Vuelven los ‘30?

› Por Juan Gelman

La economía no es una ciencia exacta, dijo Perogrullo. Casi nadie previó el desencadenamiento de la gran depresión de los años ’30 del siglo pasado o las crisis de los años ’90 que castigaron a Japón y al Sudeste asiático. ¿Alguien anticipó la posible quiebra de la empresa Countrywide de créditos hipotecarios y el sacudón bursátil que esa versión causó en Occidente? Se ignora. Lo cierto es que las políticas y prácticas económicas norteamericanas caminan sobre “una plataforma ardiente”. No es la opinión de un lego: David Walker, contralor general de EE.UU., es decir, jefe del Tribunal de Cuentas del país –Government Accountability Office (GAO, por sus siglas en inglés )– la formula en las doce páginas de un documento reciente (Financial Times, 14-8-07). Mr. Walker encuentra que la situación tiene “llamativas similitudes” con los umbrales de la caída del Imperio Romano. Entre otras, “la declinación de los valores morales y de la civilidad política en el país, y la presencia militar excesivamente extendida y confiada en países extranjeros, así como la irresponsabilidad fiscal del gobierno central”. Casi nada.

GAO es lo más parecido a una dependencia gubernamental objetiva y apartidaria que se pueda pedir. El mismo Walker no pertenece a partido alguno. El organismo evalúa las consecuencias de las políticas de la Casa Blanca y de las leyes que aprueba el Congreso y es el árbitro final en cuestiones fiscales. El informe subraya que la economía del país se ha tornado “insustentable” y enumera los peligros inminentes que la amenazan: aumento “dramático” de impuestos, más deuda fiscal, serio deterioro de los servicios oficiales a la población y una deuda externa que facilitaría “el dumping en gran escala de bonos estadounidenses en poder de gobiernos extranjeros”. Y ojo a China.

Beijing amenazó con utilizar su reserva de divisas –asciende a la friolera de 1,33 billones de dólares o, más claro, 1,33 millones de millones de dólares– si la Casa Blanca le impone sanciones comerciales para forzar la revaluación del yuan. He Fan, funcionario de la Academia de Ciencias Sociales china, ha señalado que las reservas acumuladas, una buena parte de las cuales consiste en bonos del Tesoro de EE.UU., contribuyen en gran medida a mantener la posición del dólar como divisa de reserva. Y amenazó: “El Banco Central de China deberá vender dólares si el yuan es revaluado, lo que podría provocar una devaluación masiva del dólar” (The Telegraph, 10-8-07). También una disminución del rendimiento de los bonos del estado en el mercado interior. El funcionario de rango ministerial Xia Bin, director del Centro de Investigación y Desarrollo de Pekín, esgrimió la zanahoria: “Desde luego, China no quiere que se produzca un fenómeno indeseable en el orden financiero mundial”. Claro que puede haber una distancia grande entre el deseo y el acto.

Walker destacó la presencia de necesidades incumplidas: “Nuestra prosperidad exige más de nuestra infraestructura física. Hacen falta miles de millones de dólares para modernizarlo todo, desde autopistas y aeropuertos hasta los sistemas de agua potable y de alcantarillado. El reciente colapso del puente de Minneapolis es un severo llamado de atención”. Pero esos miles de millones se destinan a las guerras presentes y a las próximas. Sí, el parecido con el final de Roma tiene fundamento. Lo explicó Edward Gibbon hace más de dos siglos: “La declinación de Roma fue el efecto natural e inevitable de su grandeza inmoderada. La prosperidad alimentó el comienzo de la decadencia; la ampliación de sus conquistas multiplicó las causas de la destrucción; y cuando el transcurso del tiempo o algún accidente minó los soportes artificiales, esa estupenda construcción se derrumbó por la presión de su propio peso” (“Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano”). Es evidente que Walker leyó a Gibbon con provecho.

Los “halcones-gallina” que dominan el partido republicano sueñan con “la grandeza nacional”. Richard Perle, el defensor más acérrimo de la invasión a Irak –y otras–, supo decir: “Esta es una guerra total. Si dejamos que avance nuestra visión del mundo... nuestros hijos corearán grandes canciones sobre nosotros en los años por venir”. Por ahora, muchos niños norteamericanos lloran a sus padres, madres, hermanos y hermanas muertos en Irak y Afganistán.

Han sonado otras alarmas. El Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), la entidad que reúne a los bancos más importantes del planeta, planteó ciertas incertidumbres en su 77 informe anual de junio de este año. Por ejemplo, la posibilidad de una ola inflacionaria general. O el descenso del PIB del mundo. O la persistencia de importantes desequilibrios en el comercio internacional. O la vulnerabilidad de los mercados financieros. O la disminución de las inversiones extranjeras en EE.UU. (www.bis.org). La globalización trastornó las pautas económicas tradicionales y las políticas de la Casa Blanca han acentuado ese disloque, con su efecto de arrastre además. Lo malo, cuando se hace pasar por bueno, es realmente pésimo, decía Sir Francis Bacon.

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