CULTURA
› ALICIA CASTILLA, DE “CULTURA CANNABIS”
“Los que no fuman tienen conductas irracionales”
Escritora y psicoterapeuta, la autora del libro que acaba de editarse plantea aquello que suele escasear: un debate serio sobre la marihuana y otras drogas.
› Por Cristian Vitale
Supera los 50 años. En su departamento de Palermo, un almizcle de dulce de castañas se mezcla con incienso. Hay paz. A primera vista, parece una señora más, “normal”, tal vez ama de casa. Pero un breve tour por su mundo interior descubre un ser maravilloso, como salido de un cuento fantástico. Alicia Castilla, escritora y psicoterapeuta jungeana, estuvo 33 años fuera del país: estudió en España, conoció secretos de los cactus alucinógenos en la selva ecuatoriana y vivió muchos años ayudando adictos en Brasil, dando conferencias, traduciendo libros y atendiendo gente en su consultorio. La experiencia le bastó para derribar de un plumazo el desfasado sintagma marihuana-peligro, en un libro que acaba de editar en Argentina llamado Cultura cannabis. “Regresé en 1998 por razones familiares. Esto era el desierto. De casualidad, me invitaron a participar de un curso para recuperación de adictos y quedé perpleja por la desinformación que hay acerca de las drogas. Decían que la marihuana era un alucinógeno... es insólito, ¡en ningún lugar del mundo la marihuana es un alucinógeno! Solamente aquí.”
Castilla tenía el libro inconcluso. Entre el desencanto y el “ridículo” –dice– que hacen Andrés Calamaro o Andy Chango cada vez que le ponen una cámara enfrente, la escritora recibió el impulso para terminarlo. “La imagen que dan ellos inserta en la sociedad algo poco cierto: eso de que el marihuanero es alguien que no piensa. No puedo tolerar eso y por eso saqué el libro. Hasta me instalé en plaza Francia para venderlo.” Los artesanos, cuenta, se lo devoraron.
Castilla se remonta al año 4000 antes de Cristo para explicar el origen y desarrollo de la marihuana en China; luego en India, Asia Central y Europa Medieval, para después distinguir entre el uso sagrado y profano de la planta. “Creo que el mejor nexo para entender esto es Bob Marley. Antes de él, la marihuana era parte de la joda de los rockeros, del reviente en el que caíamos músicos y fans... marihuana, ácido, orgías, destrucción. Con Marley, en cambio, la marihuana empezó a interpretarse como planta sagrada, vegetariana y pacifista. El blanqueó la situación: ‘Los que fumamos marihuana no somos unos perdidos autodestructivos’ decía, cuando antes la idea era que fumabas y caías en Trainspotting.”
–¿Cómo vivió el reviente antes de irse del país?
–En mi época casi no había drogas, lo máximo que se tomaba era vino. La primera vez que tomé LSD fue con un psicoanalista. Noté que la conciencia que daba el LSD marcaba un antes y un después en tu vida. Era muy raro, yo no conocía otras personas que tomaran, pero me quedó claro que era algo que podía cambiar mucho a la gente. De cualquier manera, aunque en mi caso era una opción terapéutica, se trataba de algo muy festivo. Soy de la generación de The Beatles y The Rolling Stones, de la que leía a Timothy Leary y William Burroughs, un submundo cuya información era difícil de conseguir.
Así, tras los pasos de Burroughs, Castilla se internó en la selva ecuatoriana. De esas ceremonias sacó letra para el capítulo en el que aborda los secretos místicos del chamanismo, las plantas sagradas y la expansión de la conciencia. El viaje iniciático fue en 1970: “Me vi en una situación en medio de chamanes, tomando san pedro y ayahuasca, y me di cuenta de que me había pasado lo mismo que a los malditos de la generación beat”, relata. “Me impresionó cómo las ceremonias unían a la gente. Que una vivencia ‘psicodélica’ formase parte de una cultura ancestral era deslumbrante. Los diálogos posteriores a la ceremonia eran muy alimentadores, un clima de psicoanálisis colectivo muy esperanzador, con la gente contando sus viajes. Descubrí un universo que nunca es contado por los medios. Yo pensaba que las vivencias eran las de The Beatles, que se quedaban viendo colores.”
En el plano ético, la psicoterapeuta recurre a las enseñanzas chamánicas. Cree en el poder de la naturaleza y en “efectos colaterales” poco explorados. “Hay un fenómeno interesante con la marihuana, un efecto colateral gravísimo que se produce en las personas que no la fuman: le genera actitudes irracionales. Aquí vuelvo a la cosa chamánica del espíritu de la planta. Tratar de convencer al establishment americano de que la marihuana tiene propiedades medicinales equivale a convencer a los rabinos de que la carne de chancho tiene propiedades nutritivas. Hay una construcción que genera la irracionalidad, que es lo que hay que romper.”
–¿Se interesa por las propiedades terapéuticas de la marihuana, la bandera que toma “la militancia” para que se legalice definitivamente?
–Es lo que plantea aquí la gente de Ganja Brothers, un grupo de rock pro-legalización. Ellos levantan la bandera de que la marihuana es una planta medicinal, cuando en realidad los que la fuman no lo hacen para curarse o calmarse de algo. A mí sólo me interesa informar para que cada uno elija conscientemente lo que va a hacer con su cuerpo. En la escuela lacaniana de París, que dirige un argentino, Hugo Freda, son de la idea de que si encontrás un adolescente de 15 años con un porro tenés que mandarlo preso. No se negocia por menos. Pero a mí me parece pésimo, puede ser que una cárcel en Francia sirva para algo pero acá o en Brasil, a cualquier pibe que tenga que ir preso por un porro lo destruís. Es una vergüenza y a eso hay que apuntar. La policía de Mendoza, una de las más meritorias después de la de Buenos Aires, asistió a un seminario sobre drogadicción para plantear la idea de no meter más chicos presos por fumar un porro. Si lo piensan ellos, con más razón debería plantearlo la gente sensible.
–Algunos plantean que el espíritu de la ley que prohíbe el uso de ciertas sustancias no es el daño en sí, sino el placer que provocan. Hay como una negación del goce inherente a ciertas sociedades que impide destrabar lo prohibido. ¿Lo ve así?
–En el caso de la cannabis sí. Se trata de una planta que convive con el hombre desde hace siete mil años, ¿cómo espantarse porque alguien quiera fumarse un porrito mirando las palomas? La ley es la construcción que cada sociedad elabora para determinar lo que es apto y lo que no. En los países árabes, por ejemplo, está prohibido el alcohol pero no fumar hachís. Lo prohibido seduce porque tiene un tipo de relación con la figura paterna: aquellos que tienen una relación conflictiva entran en choque con esa construcción cultural a través de la sustancia y el padre ve en el goce el rechazo de su hijo. Por eso lo castiga.
–¿Qué tiene para decir de otro tipo de drogas, como la cocaína?
–Me marcó mucho una entrevista que dio un narcotraficante colombiano condenado a 400 años de prisión. El tipo, sentado en un trono en el medio de la selva, negaba ser un traficante y se identificaba como un terrorista, porque decía que la cocaína era la bomba atómica latinoamericana. El discurso tenía que ver con lo que piensan algunos chamanes, que consideran que cada planta tiene una entidad y que la cocaína, una de ellas, representa la venganza del inca por la destrucción de su civilización a manos de los blancos.
En su casa, una amalgama de olores, libros y música genera un clima balsámico. Pink Floyd y Cypress Hill dan marco para ojear de pasada libros medio lunáticos, medio proféticos: acá A trasluz de la ayahuasca, de Joseph Fericgla; La planta de los dioses, de Schultes Hofmann. Y en el medio, un proyecto que prefigura su próximo libro, llamado Cultura enteógena. “Es un término que alude al uso de muchas sustancias que las leyes no consideran como cactus y hongos, que se pueden comprar y vender sin inconvenientes”, explica. “Sustancias que rescatan el ser sagrado que está en uno, mediatizado por la sociedad y los medios.”