CULTURA
Una mirada urbana, para buscar la rutina de una maestra rural
La obra “El aire alrededor” describe la vida y el entorno de Mónica Martínez, una mujer que reside en un pequeño pueblo bonaerense. Es la quinta entrega del ciclo Biodrama, orientado a la reflexión teatral sobre las nociones de ficción y realidad.
Por Cecilia Hopkins
Una superficie de pasto sintético, algunos troncos y sobre el fondo de la escena, una foto de un horizonte pampeano que varía sus matices en función de la hora o el clima de un día cualquiera. Sobre este paisaje, la directora Mariana Obersztern sitúa a los cuatro personajes de El aire alrededor, todos ellos inspirados en el trabajo de investigación que la artista, formada en la plástica y la danza-teatro, concretó sobre la vida y entorno de Mónica Martínez, una maestra rural residente en el pueblo bonaerense de Carlos María Naón, a 350 kilómetros de la Capital. El espectáculo es la quinta entrega del Ciclo Biodrama, propuesta que coordina Viviana Tellas en el Teatro Sarmiento, orientada hacia la reflexión teatral sobre las nociones de ficción y realidad, a partir de las historias de vida de personas nacidas en el país, públicas o anónimas, seleccionadas por los teatristas invitados a participar de la experiencia.
La sintaxis que ofrece la estructura del El aire... es por demás sencilla, al igual que sus convenciones narrativas: las escenas se presentan yuxtapuestas, prácticamente sin establecer continuidad unas con otras, a pesar de que sí existe un ordenamiento que da cuenta del paso del tiempo, del crecimiento de la protagonista. De su infancia transcurrida a principios de los ‘70 surgen los juegos que Mónica (Vanesa Weinberg) entabla con Nancy (María Merlino), su amiga íntima, reveladores de las fantasías que comparten las niñas acerca del embarazo y la maternidad. De la adolescencia, varias secuencias relatan el acercamiento entre la protagonista y Walter (Osmar Núñez) su futuro marido, tras lo cual el espectáculo se instala exclusivamente en torno a fragmentos de la vida de la pareja y sus hijos en el campo. Así, los pequeños o graves accidentes cotidianos –una tortilla que se quema, un animal que debe ser rescatado durante una noche de tormenta– encuentran su lugar en el montaje que, además de austero, no pretende escamotear a la vista del espectador las entradas y salidas de los actores o los cambios de utilería. Tampoco se intentan disminuir los efectos de la inocultable mirada urbana desde la cual se reconstruye el ámbito de lo campestre, de modo tal que los signos elementales que hacen referencia al campo y su entorno –un hacha, una regadera, una gallina– revelan una apariencia casi exótica.
En la puesta, los discursos de Mónica reúnen en similar registro, desde la más irrelevante de las cuestiones hasta la duda de tinte metafísico, como ocurre en el pasaje en que ella se promete a sí misma que, antes de morirse, hará lo posible para encontrar la respuesta acerca de la existencia de una vida después de la muerte. El tono de las intervenciones de Weinberg en el rol de la protagonista es lacónico y a la vez descarnadamente ingenuo. Van unidas a una cadencia indiscernible que no alude al acento del campo bonaerense. El efecto de la expresión de esa sencillez que linda con lo naïf y que genera comicidad en el público, se refuerza aún más en el comportamiento de su amiga Nancy. Merlino interpreta a este personaje desde una actitud contemplativa, alelada y extrañante que también promueve la risa –y a veces la carcajada– del espectador. ¿Estas reacciones se deben a la empatía que generan los personajes, a cierto pacto de complicidad que el público desea establecer con los actores o a la captación de un sentido paródico involuntario que subyace en la representación? Imposible saberlo. En todo caso la reacción de la platea entra en consonancia con el cariz de una propuesta que parte de un mundo ajeno y de unos acontecimientos expresamente acotados.