EL PAíS › EL CONFLICTO CON SCIOLI ESCALA Y NO HA LLEGADO A SU FIN
Habrá otro país en la primavera
La provocación de Scioli y la reacción oficial. Los costos institucionales de una crisis y los riesgos de las internas peronistas. La negociación con el FMI entra en su etapa decisiva y hay varios puntos del contrato en blanco. La elección porteña, apuesta fuerte del Gobierno. La relación con el duhaldismo, hoy todas flores, mañana habrá que ver.
Por Mario Wainfeld
No hay por qué suponer que la prematura crisis institucional desatada por Daniel Scioli y redoblada por Néstor Kirchner haya terminado. Las voces que en la Casa Rosada suelen interpretar (y compartir sin ambages ni matices) todas y cada una de las tácticas presidenciales sugieren que la escalada está a mitad de camino. “Si quiere renunciar que renuncie”, concluyen los hombres y mujeres más cercanos al Presidente, mostrando antes deseo que preocupación por ese virtual desenlace. Un deseo que pueden posibilitar con futuros actos propios.
Es claro que, como dicen los chicos cuando justifican una represalia, “el otro empezó”. Scioli, sin pudor ni responsabilidad institucional, se aventuró a debatir en público vigas maestras de la política oficial sin espíritu de equipo ni prudencia. Cerca de Kirchner añaden que lo hizo sin saber de qué hablaba. “Tocó dos temas centrales de la política oficial: las tarifas y los derechos humanos. Dos núcleos que justifican buena parte del consenso que acumuló el Presidente –desarrollan sus fieles– y aparte de invadir áreas ajenas macaneó. No es real que el proyecto de ley que defiende (Julio) De Vido ante el Congreso implique un pronto aumento de tarifas. Todo lo contrario. Es una derivación de facultades al Ejecutivo, un fast track, que permite que los incrementos se posterguen hasta diciembre de 2004. Cierto que mucho antes habrá aumentos, selectivos, pero jamás ocurrirán en el plazo que aventuró Scioli”, redondean.
En lo atinente a la nulidad de las leyes de la impunidad, la bronca oficial es aún mayor, lo que ya es decir. El propio Kirchner les dio letra indignándose porque “ése habla de algo que nunca le preocupó y en lo que yo siempre tuve posiciones claras”. Los especialistas oficiales, encabezados por Cristina Fernández (quien defendió garbosa y elocuentemente la nueva ley en el Senado) y Carlos Zaninni aseguran que Scioli no tiene razón ni argumentos para llamar “aberración jurídica” a la ley en cuestión. Amén de que el vice no es un especialista en derecho, su frase desmerece frívolamente un debate complejo. La declaración de nulidad de una ley no tiene muchos antecedentes en la historia constitucional argentina, pero es cabal que, en caso de decidirla, sólo puede hacerlo el Parlamento. Al Poder Judicial sólo le compete fallar la inconstitucionalidad para casos concretos que le son sometidos, sin validez automática para otros supuestos. Es discutible que una ley pueda ser considerada nula, pero si algunas tienen trazas de serlo son la Obediencia Debida y el Punto Final, que amnistiaron delitos no amnistiables. El tema es complejo, muy nuevo, tiene que ver con el expansivo desarrollo del derecho internacional de la última década del siglo XX en lo que atañe a crímenes de lesa humanidad. Es un tópico arduo, digno de estudio y debates jurídicos serios. Un territorio en el que Scioli, por tratarlo piadosamente, es un novato sin calificación especial.
El vice desafió al Gobierno proponiendo posturas públicas divergentes en áreas sensibles. Nada excusa su responsabilidad y es patente que algo debía hacerse. De ahí a compartir el modo en que Kirchner definió el conflicto hay, sin embargo, un campo.
Cómo y cuánto
“No es sensato compartir parcelas de poder con quien discrepa ante los micrófonos con el Presidente. Descabezar la Secretaría de Turismo apunta a esa finalidad. Se ejercitó una facultad del Ejecutivo, un poder unipersonal. No hay ningún desmedro a la calidad institucional”, analizan en la Rosada. Y en lo formal tienen razón. Sin embargo, el modo de abordar el conflicto y sus secuelas deja sembradas dudas y acaso unas minas subterráneas para la propia consolidación del proyecto oficial.
Por de pronto, es controvertible el criterio de no establecer ninguna instancia de diálogo. Kirchner y sus allegados más fieles coinciden en repudiar “conciliábulos” o en sopesar que una eventual charla con Scioli hubiera implicado un desagio del prestigio presidencial. El desprecio a toda instancia de debate o comunicación es una tendencia, preocupante, del oficialismo. Si el Presidente consideraba un desmedro comunicarse personalmente con su vice, le quedaba el recurso de delegar la labor en un funcionario u operador de su confianza. La idea de que toda charla es una abdicación o una componenda es muy disputable en un régimen democrático.
El área de Turismo, irrisoria en términos reales de poder, cobró un peso simbólico inusual en estos días. Medida con esa contingente vara resultó desafortunada la elección de un santacruceño en reemplazo del eyectado Germán Pérez. Achicar la base de sustentación del Gobierno, “kirchnerizar” es siempre una tentación. Intra muros suele ser leída como un aumento de poder, desde afuera puede oler a sectarismo. Históricamente las decisiones de este porte han debilitado a los gobiernos de turno.
Contra lo que se concluye en la Rosada, el litigio en la cúpula del poder deja cicatrices y riesgos a futuro, no mensurables en una compulsa de opinión pública. El vicepresidente tiene un cargo electivo, al que accedió en fórmula con el primer mandatario. El argumento plebiscitario “la gente votó a Kirchner” no refleja lo que establece la Constitución. Las crisis entre presidente y vice tienen malos antecedentes, demasiado cercanos. Nada es igual al pasado, pero la historia reciente influye sobre la actual, induce conductas, detona reflejos colectivos aunque los nuevos protagonistas (tal como hicieran los del pasado) se sientan fundacionales y exentos de todo lazo con lo ocurrido apenas ayer.
Desde ahora, cada viaje presidencial al exterior, así sean 24 horas a Colonia del Sacramento, será todo un issue. Polémicas, excitación mediática, sospechas, declaraciones. Una minicrisis en cada viaje, una alteración en el ritmo del gobierno muy poco deseable, en especial para el propio Kirchner. Escenarios incómodos, máxime si se proyectan a cuatro largos años vista, instancias en las que es posible que aminore la credibilidad y el consenso fastuosos que hoy ostenta el Gobierno.
Las internas peronistas son duras e impiadosas. Esta es una más. Pero, aun medidas en los volátiles términos de la opinión pública, las “internas” tienden más a minar el prestigio de los contendientes que a apuntalarlo. Y las permanentes confrontaciones políticas tienen un potencial de aburrir y hasta enconar a la voz de la calle.
Ya se dijo, la pelea no terminó. Varios funcionarios siguen buscando datos e informaciones para minar aún más las posiciones de Scioli. “Es que ahora nos vienen a traer más denuncias. Nos cuentan que está articulando con los banqueros Röhm, con diarios golpistas de derecha del interior...”, explica una voz cercana al Presidente.
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Resumiendo, a título precario porque la película sigue: el Gobierno leyó que Scioli era el huevo de la serpiente de la derecha peronista, anidando en el propio oficialismo, y obró en consecuencia. Y le asistía buena razón. Pero la forma (todo o nada) en que actuó, la renuncia a instancias intermedias, y su voluntad de seguir adelante sin sopesar delicadamente costos futuros puede empollar otro huevo de serpiente, aún más viejo que el menemismo: el de las internas peronistas que se trasladan explosivas al escenario de las instituciones. La experiencia histórica sobre el punto induce más a la prevención que a la satisfacción unánime que prolifera en Balcarce 50.
Combatiendo en Capital
Otro huevito de la serpiente menemista buscará hoy una incubadora propicia en el electorado de Capital. Mauricio Macri disputa con Aníbal Ibarra la Jefatura de Gobierno porteña. Una puja que, amén de su importancia específica, tendrá una ostensible proyección nacional. La derecha nativa se ha quedado sin adalid político. Carlos Menem se profugó, Ricardo López Murphy no da la talla (en parte por no ser peronista y en parte por sus estrechos límites propios como político)..., hace falta un campeón en el peronismo. Scioli ha pasado a un período de ostracismo, quedan Macri y Ramón Puerta. Ambos deberán pasar por las horcas caudinas de las elecciones. Hoy se juega el primer tiempo de una de ellas.
En su peculiar construcción de poder dentro y fuera de los límites del PJ, Kirchner ha jugado fuerte a manos de Ibarra. Su decisión, mentada ya varias veces en esta nota, es abortar en germen a cualquier antagonista de fuste. Su apuesta en Capital fue potente y arriesgada, ya que cuando Kirchner se inclinó a favor del jefe de Gobierno éste llevaba las de perder, en un marco de paridad. Hoy las encuestas auguran una primera vuelta muy reñida y mejores chances para Ibarra en la segunda. Si el frentegrandista prevalece tendrá mucho que agradecerle al Presidente y éste habrá acumulado una cuota nada desdeñable de capital simbólico. Lo que le permitirá, aparente paradoja, trascender las fronteras del peronismo y mejorar su poder relativo en su interior.
En ese juego, bastante más novedoso y sutil que su avanzada contra Scioli, Kirchner combina tácticas y aliados bien dispares. Hoy va contra el PJ oficial en dos distritos, Catamarca y Capital. Al unísono ha hecho profesión de fe de su ligazón al PJ bonaerense. A estar a sus palabras “ató su suerte” al duhaldismo y a su hijo no tan deseado, Felipe Solá. Una movida que, en términos electorales, no tiene los riesgos de la de Capital, el peronismo bonaerense parece ir en pos de su acostumbrado paseo en las urnas. Pero en materia simbólica el peronismo bonaerense, y la constelación de poderes fácticos de la provincia más grande del país se emparentan muy mal con ese país “normal” que postula el Presidente. La alianza política tiene su lógica, Duhalde es el gran elector del peronismo y esta semana misma dio señales de lealtad forzando a sus senadores a votar contra las leyes de la impunidad. Pero si el proyecto de Kirchner es combatir a la política que negocia con los poderes fácticos y que maneja o tolera cajas non sanctas, el peronismo bonaerense no parece el mejor aliado estratégico.
Pero, acaso, ese será un problema del futuro. Hoy, cuando hablen las urnas, Kirchner habrá ganado o perdido varias fichas. Y tendrá, según sean los resultados, más o menos que temer de la recidiva del menemismo.
Qué septiembre el próximo
El 7 de septiembre habrá elecciones en Santa Fe, donde el gobierno tiene todas las de ganar, sea que prevalezca Jorge Obeid o que lo haga Hermes Binner. El 14 serán el ballottage porteño y la compulsa bonaerense. En medio de ambos fastos, el 9 de ese mes que será decisivo, hay unos dólares que pagar a los organismos internacionales de crédito. Algo así como 2900 millones, no postergables. Su erogación significaría una avería de fuste en las reservas del Banco Central. El anhelo oficial es concluir el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) antes, misión no imposible pero sí ardua.
Uno de los núcleos duros, la cifra de superávit primario que comprometerá la Argentina, tiene aún su casillero sin llenar. Kirchner instruyó a Roberto Lavagna de no exceder el 3 por ciento, una cifra de todos modos fenomenal, sólo accesible si la Argentina sigue creciendo al 5 por ciento anual. En el Norte, dicen los que saben, aspiran a que el 3 por ciento valga para el primer año pero que en 2005 y 2006 suba unos centésimos porcentuales, que equivalen a miles de millones de dólares.
Quienes conocen a los insufribles negociadores del FMI aseguran que estos sospechan que Argentina no cumplirá esas metas. “Lavagna no promete nuevos ajustes sino una mejora en la recaudación fiscal, producto del plan antievasión”, comenta un negociador. Pero ocurre que ese plan fueanunciado pero no implementado (algo que ocurre con varias medidas oficiales, desde los planes de obras públicas hasta la apertura de los archivos de la SIDE). La recaudación ha aumentado, en parte como consecuencia de la reactivación y en parte porque el pago de impuestos es procíclico (en etapas de auge se blanquea más, en épocas de depresión se deja de pagar con presteza) pero acaso esa suba no dé certidumbres a los hombres del FMI.
La reestructuración de la banca es otro núcleo de diferencias. El Fondo exige ajustes, eufemismo para designar cierres de bancos. Economía y el Central replican que el ajuste del sector financiero ya se produjo en el “post Tequila”. Por entonces habría más de 200 entidades financieras, hoy funcionan (es un modo de decir) menos de la mitad. La bronca oficial se vuelca sobre los bancos que atesoran enormes reservas y no prestan, aun en desmedro de sus propios intereses.
Respecto de la banca pública, la intransigencia del FMI es también marcada. “Ideológicamente no creen en los bancos públicos. Pragmáticamente, basados en su ‘experiencia argentina’ creen que los bancos oficiales son un refugio de ardides oficiales para amañar cifras y rehuir reglas pactadas”, dice un alto funcionario que conoce bien a los enviados de Washington. El Gobierno no está dispuesto a conceder en este punto.
Se corre contra reloj, hasta Lavagna deja escapar algún gesto de preocupación. De cualquier manera, pontifican los que conocen el paño, ésta es la más sosegada negociación que se recuerde. Y el acuerdo llegará, prometen y ruegan.
La primavera en ciernes
Falta poco para que llegue la primavera al Hemisferio Sur. Cuando así suceda, el mapa político de un país ubicado al sur del sur será bastante más claro. Buenos Aires, Capital. Catamarca y Santa Fe tendrán nuevas autoridades surgidas del voto popular y se sabrá algo más de la negociación con el FMI, si es que no se ha cerrado un acuerdo.
El invierno ha sido propicio para un presidente oriundo del confín sureño de ese país del sur. Ha consolidado su poder y su imagen pública. Ha ganado terreno en su cruzada por rejerarquizar lo público y revalorizar al Estado. Hace apenas tres meses se pensaba que el 10 de diciembre sería el cabal comienzo del mandato de Kirchner. Ahora queda claro que no ha sido así. El Gobierno puso quinta velocidad no bien asumió (si no antes) y ha redefinido, para bien, el tablero político. La lucha por la transparencia y la calidad institucional, empero, aparejan ciertos costos, en especial el de la autolimitación del poder. Algo que el Gobierno deberá aceptar si desea ser congruente con sus propias premisas, aun al eventual costo de reducir su velocidad de crucero.
Comienza hoy en la Capital de ese país del sur un maratón electoral. La campaña precedente ha sido decepcionante, máxime computando que había una oferta de enorme amplitud ideológica que podía haber habilitado propuestas y discursos enriquecedores y desafiantes. Pero la tenida se personalizó a niveles fenomenales, se hizo banal y la oportunidad, cuándo no, se malversó. De cualquier modo, no hay por qué desfallecer. Algo similar sucedió con la campaña presidencial previa al 24 de abril. Y luego la forma en que el pueblo dividió sus preferencias (y en especial sus odios) y el modo en que obró el gobierno electo mejoraron fenomenalmente el clima político. La política es, al fin, una sucesión de escenarios en los que la voluntad y la aptitud de los protagonistas puede siempre introducir cambios y renovaciones. Toda elección libre anida una oportunidad y la de hoy no es una excepción. Las reglas de juego posibilitan al votante, si quiere, huir de la polarización en esta vuelta, privilegiando la expresividad de su postura. Nada es del todo malo cuando el pueblo vota. Bueno es recordarlo en un país en el que campearon dictaduras de la peor especie. Mujeres y hombres frente a una urna protagonizan la “noble igualdad” que enaltece en una de sus mejores estrofas nuestro himno. Una igualdad que falta en casi todos los niveles de la vida social, deuda ostensible que todo gobierno debería tratar de empezar a honrar. Como fuera, por un rato, cada ciudadana o ciudadano porteño valdrá tanto como cualquier otro. Y un día en que eso ocurre es, valga subrayarlo, memorable.