CULTURA
› LA MUERTE DE HENRI CARTIER-BRESSON, PADRE DEL FOTOPERIODISMO
Instantáneas del hombre que sabía mirar
El artista francés tenía 95 años. Sus fotos acompañaron la evolución del siglo XX y retrataron desde la España republicana hasta la Revolución China. Junto con Robert Capa, fue cofundador de la célebre agencia Magnum.
La cámara es “la prolongación de mi ojo”, solía decir el fotógrafo, que aborrecía de los flashes en su trabajo y cuya doctrina del “instante decisivo” lo convirtió en uno de los maestros indiscutibles de la fotografía en todo el mundo. Henri Cartier-Bresson, uno de los padres del fotoperiodismo y cofundador con Robert Capa de la agencia Magnum, murió el lunes pasado a los 95 años en su casa de Vaucluse, en l’Isle-sur-la-Sorgue (sudeste de Francia), informaron ayer sus familiares. La más grande, original e innovadora agencia fotográfica del mundo, la Magnum, fue modelo y escuela para todos los fotorreporteros de la segunda mitad del siglo XX. Durante toda su vida, Cartier-Bresson buscó pasar inadvertido; no siempre pudo. Durante la Segunda Guerra estuvo detenido en un campo de concentración nazi, de donde pudo fugarse. Años más tarde, ya famoso, también escapaba de las celebraciones en su honor.
La muerte cerró unos de los ojos más abiertos del siglo XX. En los últimos años solía ocurrirle que, al acercarse a un grupo de fotoperiodistas que aguardaban para tomar una foto, éstos le pedían que se apartase y no molestara. Ninguno de ellos, con sus enormes equipos reflex y largos objetivos último modelo, había podido reconocer en aquel anciano, con su minúscula cámara Leica, a Henri Cartier-Bresson, el maestro indiscutible que sentó las bases del fotoperiodismo. De todos modos, a él no parecían importarle mucho aquellos desprecios. Durante su vida una de sus obsesiones fue hacerse invisible. “Las fotos son las que hablan, no yo”, solía decir en cada exposición que hacía con Magnum.
Nació en Chanteloup (Francia), en 1908, hijo de una familia de industriales. Cruzó el mundo, captando la vida y la muerte de sus contemporáneos. El lugar de su fallecimiento cierra un círculo que el maestro, convertido al budismo, había procurado trazar durante su vida artística. Comenzó como dibujante y pintor y volvió a esas disciplinas tras abandonar la fotografía profesional en los años ’70. Ese abandono, tan discreto como todo en su vida, puso fin a una carrera fundamental para entender el arte de la fotografía; había empezado a los 22 años, cuando tras viajar por Costa de Marfil y otros países de Africa y Europa, publicó sus instantáneas en la revista Vu. A partir de entonces, sus viajes serían incesantes y su cámara dejó constancia de hechos históricos como la Guerra Civil Española (1936-1939), en la que sentó las bases del moderno fotoperiodismo de guerra junto a su amigo Robert Capa.
En 1932, cuando expuso por primera vez en la Julien Levy Gallery de Nueva York, un crítico de arte opinó que sus fotografías eran “equívocas, ambientales, antiplásticas y accidentales”. Tuvo tiempo para hacer algunas incursiones en el cine, con directores como Jacques Becker y Jean Renoir, con quien trabajó como ayudante en La regla del juego (1939). Fue tomado prisionero durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que logró fugarse y alinearse con la Resistencia. Más tarde, inmortalizó en sus fotos la liberación de París. En ese período hizo retratos de Matisse, Bonnard, Braque y Claudel.
La galería de retratos de personajes famosos parece contradictoria con el concepto de la fotografía que expuso el artista en 1952: “La vida captada en el instante decisivo, o la organización obsesiva de las formas vistas a través del rectángulo del objetivo con la experiencia vital del fotógrafo como su principal ingrediente”. Así logró la famosa imagen del matrimonio Irene y Frederic Joliot-Curie (1944), tomada repentinamente apenas le abrieron la puerta: Cartier-Bresson tenía miedo de que se arrepintieran, mientras que para la del poeta Ezra Pound (1971) tardó una hora y media, el tiempo que ambos se miraron fijamente en medio de un silencio total. En 1945 volvió a recordar la experiencia de la Segunda Guerra Mundial en el documental Return to Life, financiado por la oficina de información bélica de EE.UU. Dos años después, en 1947, Cartier-Bresson, Capa y otros dos genios de la fotografía –George Rodger y David Seymour– fundaron la agencia Magnum, una sociedad cooperativa creada para independizar al fotógrafo de las exigencias de las revistas, que acabaría convirtiéndose en mito y alineando a famosos fotoperiodistas. “Con Magnum nació la necesidad de contar una historia” por medio de la imagen, explicó años después Cartier-Bresson en una entrevista con el diario Le Monde, en la que reconoció también la decisiva influencia de Capa en su modo de afrontar la fotografía.
Sus instantáneas recogen desde la vida cotidiana en la España republicana hasta la Revolución Comunista China (fue testigo de los últimos meses del Kuomintang y de los primeros de la República Popular China). En 1954 fue el primer fotógrafo occidental que pudo ingresar en la Unión Soviética tras el restablecimiento de las relaciones internacionales. Luego vinieron series sobre Cuba, México, Canadá, Japón y la India. En este último país mostró con notable agudeza el caos tras el asesinato de Gandhi. En sus fotos aparecen, con toda su humanidad, desde las prostitutas de los burdeles mexicanos hasta gigantes de la cultura del siglo XX, como Ezra Pound, Henri Matisse o Coco Chanel.
Cartier-Bresson creó escuela con su trabajo, siempre en blanco y negro y asociado como pocos a un modelo de cámara, el de la casa alemana Leica, que revolucionó el mundo de la fotografía por introducir el negativo de 35 milímetros –que aligeró el peso del equipo fotográfico–, su pequeño tamaño, su visor directo (que posibilitaba ver en todo momento la escena) y su silencioso obturador, que permitía pasar inadvertido al fotógrafo.
Estas características cuadraban a la perfección en el estilo de Cartier-Bresson: sus fotos son reconocibles por recoger con exactitud un momento clave en el que la expresión de las personas retratadas, la luz y la composición se conjugan para dar lugar a una imagen única, capaz de retratar tanto el amor de dos jóvenes besándose en un café como la fe de un grupo de musulmanas rezando ante las montañas de Cachemira. La importancia de captar justamente ese instante mágico, definido por Cartier-Bresson como El momento decisivo, título de su libro más famoso, publicado en 1952.
“Me enseñaron la rebelión”, decía el fotógrafo que veía y retrataba la “creciente diferencia entre norte y sur y la forma desvergonzada en la que el sur es explotado”, señaló en una entrevista reciente. “Uno se hace fotógrafo mirando”, decía. “¿Cuál es la diferencia entre una cámara de fotos y el diván del psicoanalista?”, se interrogó una vez. El mismo se contestó: “Al hacer un retrato se espera registrar el silencio interior de una víctima que lo consiente”. Cartier-Bresson admitía ser agnóstico; al menos, reconocía que en su vida no había tenido fe. Sus padres habían sido católicos de izquierda, pero recordaba que cuando era chico las historias de la Biblia lo aterraban.
En una entrevista le preguntaron qué hacía todo el día: “¿Qué cree...? Miro”, contestó.
En oposición a su pasión por captar retratos subrepticios, Cartier-Bresson siempre que pudo se negó a ser fotografiado. Decía que no quería convertirse en una persona pública: necesitaba ser anónimo, para vagabundear por las calles con su pequeña y silenciosa cámara. En los últimos años, hacía retratos de manera excepcional, pero todavía deambulaba con su Leica en una mochila, junto a un pequeño frasco de pimentón que le añadía al té, una costumbre que adquirió durante su estadía en México.
Este año, en París, se exhibió una retrospectiva con fotografías, dibujos, films, recuerdos de infancia, que esbozaron un retrato vital del mítico fotógrafo. Siguiendo los deseos del artista, sus familiares no dieron a conocer la noticia de su muerte hasta que sus restos estuvieron sepultados. Irónicamente, al hombre que todo lo había fotografiado nadie le pudo sacar una foto de su funeral.
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