CULTURA › ENTREVISTA CON MAITENA, QUE ESTA NOCHE
PRESENTA SU LIBRO CURVAS PELIGROSAS, CON UN NUEVO ESTILO

“Me leen las mujeres que no leen historietas”

Ya decididamente convertida en una dibujante internacional, Maitena ensaya en su nuevo libro un estilo de narración y de dibujo más directo y menos chistoso. Es un lujo que se da.

 Por Silvina Friera

La mujer de la voz áspera y pelo blanco conduce por la vida observando, como una entomóloga que estudia a sus congéneres, no sólo las neurosis femeninas, la obsesión por el cuerpo o los problemas de pareja. Su máxima ya no es ser graciosa full time, aunque lo suyo sea el humor. Maitena frenó y decidió transitar el camino según su deseo. Hace dos años que vive en un pueblo de la costa uruguaya de 100 habitantes, que le permite “estar más cerca de sus ideas”, aclara una de las mejores humoristas gráficas del país. Su nuevo libro, Curvas peligrosas, es el resultado de estos cambios. “No quería darles a mis lectoras más de lo mismo”, confiesa. Ahora, la mirada de Maitena captura y retrata en un puñado de viñetas, más despojadas y contundentes, los comportamientos contemporáneos, los hábitos sociales, las modas y el consumo. Para ella, los nuevos pecados capitalistas son, entre otros, no entender de vinos, no consumir diseño, no saber cocinar, no usar aceite de oliva, no hacer algo con el cuerpo o no tener celular. Y ella se ríe de la ansiedad de las personas por pertenecer o de lo poco que les dura el dinero a las mujeres. Su risa es menos estridente, pero más abarcadora.
Maitena recibe a Página/12 en su confortable departamento de la calle Callao en el que alguna vez vivió, pero que ahora usa sólo cuando está en Buenos Aires. Enciende su primer cigarrillo negro, los uruguayos La Paz, y cuenta que su marido le dice que sólo ella y los músicos de Zitarrosa fuman esa marca. Pero a Maitena no le importa. Lolita, su gata de 14 años, se sube a la mesa y se apoltrona cómoda, dispuesta a escuchar. “En realidad no soy buena dibujante; soy muy trabajadora, hago miles de bocetos de cada dibujito y me lleva muchas horas, que no son todas muy divertidas: me divierte el primer boceto y la idea, pero cuando pasó el día y yo sigo con la manito de esa mina que no la puedo resolver o una cosa gestual que no me sale y me miro al espejo y vuelvo a mirarme al espejo y no me sale, me empiezo a cansar. Me agota mucho el tema del dibujo, me divierte más trabajar el texto”, admite la humorista gráfica, que hoy a las 20 presenta Curvas peligrosas en la Boutique del Libro de Palermo (Thames 1762).
–¿Es un libro más filosófico o poético que los anteriores?
–Sí. En algún momento la estructura del chiste me dejó de resultar un desafío, me dejó de divertir el hecho de tener que hacer de todo un chiste. Estoy tratando de trabajar con ideas, y si es graciosa y tiene un chiste, bárbaro. Y si no lo tiene pero la idea es buena, no la arruino con un remate forzado, no trato de que todo sea gracioso. Este libro está hecho absolutamente desde el deseo. En algún momento paré y me dije: “Yo puedo hacer lo que se me canta el culo”, porque me fue bárbaro, porque me compran la marca. ¿Qué quiero hacer? Dejé de hacer Superadas y volví a la página semanal. Estuve seis meses pensando qué podía elegir y me salió este libro, que a mí me encanta, es el único que me gusta: ninguna de las páginas está forzada, algunas son más de humor, otras más reflexivas o poéticas. Me di todos los lujos y además sin pudor: hasta pude terminar una página que está medio en el borde de lo cursi y... ¡qué me importa! ¿Quién soy, Martin Amis? (risas). No... yo puedo ser todo lo cursi que quiera.
–¿Antes se preocupaba más por evitar lo cursi?
–No es que me preocupara. Yo soy un poquito cursi, todo mi laburo tiene un borde romanticón y de ternura porque yo soy así. No es que me preocupara, pero tenía como faro que lo mío era una sección de humor. Durante los cinco años de Superadas tenía que hacer un chiste todos los días. Ahora no tengo la exigencia de hacer reír.
–¿Intenta que el humor sea un modo de reflexión y no sólo la carcajada fácil?
–No tengo ninguna intención con mi trabajo, no intento que reflexione nadie, en todo caso depende de cada lector. Mi trabajo son preguntas y este libro está lleno de preguntas. Si mi trabajo provoca la reflexión, bienvenido sea.
–¿Cuánto usa de lo autorreferencial en sus historietas?
–Mucho menos de lo que la gente piensa. Cuando un tema me atraviesa personalmente, me despierta la idea de escribir sobre eso. Pero no me paro sólo en mí para escribir: todas las personas que trabajamos con ideas nos nutrimos de las propias y de las ajenas. Hay algo de médium que tiene cualquier tipo de artista, de captar el signo de los tiempos de algo que está ahí en el aire y que pasa por vos, y lo ponés.
–Parte de su éxito ha sido la fuerte identificación que ha conseguido entre sus lectoras. ¿Hay alguna fórmula de trabajo que facilite cumplir esa función de médium?
–No tengo ni idea. Uno de los grandes misterios, que además me encanta, es no saber de dónde vienen las ideas. Me parece muy poética y mágica esa parte. Me ha pasado de estar totalmente en blanco y agarrar una revista o cualquier cosa y, de repente, una palabra o una imagen te dispara una idea. Pero dónde duermen las ideas, cómo se despiertan mágicamente y te vienen a visitar, no lo sé y me encanta, me parece la parte más divertida del trabajo. Muchas veces me preguntan si tengo miedo de que no se me ocurra nada. Desde que tengo cinco años tengo ideas, siempre se me ocurre algo.
–Pero supongo que la página diaria la debe haber agotado, por más creativa que usted sea.
–Cuando tenés la tira diaria, terminás buscando lo más corto: en vez de buscar y viajar un poquito, terminás leyendo el diario y cuando encontrás al tipo que se le cayó el perro del séptimo piso, decís: “Bingo”. Trabajar con la idea corta, la fácil e inmediata no me interesa mucho.
–¿Cómo evolucionó su trabajo desde las primeras historietas eróticas hasta Curvas peligrosas?
–El laburo maduró en lo que tiene que ver con el texto y con el dibujo. Porque siempre estás aprendiendo y mejorando. En este libro tomé decisiones premeditadas. En cuanto a la estructura, ser lo más escueta posible, escribir lo más corto y dibujar lo más limpio posible, ir al primer plano, lograr atrapar los gestos y que no importara tanto el entorno donde sucedía como en otros libros míos, sobre todo en Mujeres alteradas. Acá voy a la cara de la mina y a las manitos. Quiero que se cuente más rápido y elimino todo lo que narrativamente no hace al tema. Mis personajes ahora están vestidos menos a la moda, hay una brevedad de concepto que lo hace más fácil de leer. A mí como lectora de historietas me pudren las historietas con unos globos de cinco líneas de textos.
–Intuyo que sus lectoras también se deben aburrir con el exceso de texto. ¿Cómo las definiría?
–No son lectoras de historietas. Lo que yo hice fue un cross over del género: hay mucha gente que lee mis libros, pero no son seguidores de historietas.
–La masividad que fue adquiriendo con su trabajo en los últimos años la transformó en una suerte de portavoz femenina. ¿Está cómoda en ese lugar?
–Y... muchas mujeres me ponen en un lugar que rechazo de plano porque no tengo nada para decir, porque me he mandado demasiadas cagadas, no puedo darle consejos a la gente, no me interesa y no me divierte. A veces me hacen preguntas que no puedo responder, esas preguntas que ni Lacan ni Freud podrían responder, del tipo: “¿Qué quiere la mujer?”. ¡Qué sé yo! ¿La mujer de quién? No soy socióloga ni psicóloga, simplemente una dibujante de historietas. No soy una persona interesada especialmente en el tema femenino.
–No es una militante feminista.
–No, aunque tengo mucho respeto por el feminismo, como movimiento político es muy importante, y si no fuera por el feminismo estaríamos todas planchando y cocinando. Pero no soy una militante, no tengo peleas con los hombres, no creo en la superioridad de los hombres ni de las mujeres. Hay una cosa peor que el feminismo y es toda esa corriente de mujeres que creen que inventaron la rueda, que hay un poder femenino maravilloso, sensible, inasible, que sólo lo tiene la mujer. No creo en nada de eso, no suscribo a ninguna de esas corrientes. Me encanta el mundo de las mujeres y de los hombres, depende de quién. Gente aburrida y boba hay en todos lados.
–Sus historietas fueron traducidas a varios idiomas y tienen, en algunos países, un éxito similar al de la Argentina. ¿Hay algo de lo que hace que es universal? ¿Por qué tienen tanto eco?
–Soy la primera sorprendida, pero creo que hablo de las relaciones humanas, que son más o menos iguales en todos lados. Por lo menos tengo rebote entre las mujeres occidentales y urbanas. De Shakespeare hasta acá hablamos todos de lo mismo: los celos, los amores, los desamores, la pasión, la muerte y la vida cotidiana de la gente. Estoy traducida al islandés, y uno dice Islandia y se imagina que a la cantante Björk no le pasa lo que me pasa a mí (risas). ¿Björk no tiene una pinza de depilar? ¡Claro que la debe tener...! Puede tener más pelos que los pingüinos. La primera sorpresa fueron las francesas. Para mí, las mujeres francesas no se comían las uñas ni lloraban por amor, pero se comen las uñas, lloran por amor, y se quedan esperando un llamado (risas).

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“No quería darles a mis lectores más de lo mismo”, dice. Y cambió.
 
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