CULTURA › MARIO VARGAS LLOSA ASISTIO EN EL
MAIPO A UNA FUNCION DE LA SEÑORITA DE TACNA

“Mi primer amor fue el teatro”

El escritor peruano, de visita en Buenos Aires, se reencontró con el montaje original de su obra, estrenada en 1981 en la Argentina. Y celebró poder hacerlo en democracia.

 Por Silvina Friera

Dicen que siempre se vuelve al primer amor. Hace 24 años, un escritor peruano de pelo negro ingresaba a la sala del teatro Blanca Podestá para ver cómo Mamaé, esa anciana centenaria tullida, cobraba vida en escena de la mano de la actriz Norma Aleandro, que regresaba de su exilio. Ayer Mario Vargas Llosa, ahora con las canas platinándole la cabeza, volvió a la Argentina para ver La señorita de Tacna, su primera pieza teatral que se estrenó en Buenos Aires en 1981. “Todavía tengo muy presente en la memoria lo que fue ver sobre un escenario ese espléndido montaje que hizo Emilio Alfaro. El teatro me gustó mucho siempre, desde joven, y si probablemente en el Perú de mi adolescencia hubiera habido un movimiento teatral importante, yo hubiera sido quizá un dramaturgo y no un novelista. Porque realmente el teatro fue mi primer amor”, confesó Vargas Llosa durante la conferencia de prensa que se realizó en el teatro Maipo, una hora antes de que, nuevamente, Norma Aleandro encarnara a esa entrañable anciana, inspirada, según lo confesó el escritor, en una tía abuela suya llamada Elvira, “que vivía totalmente refugiada en su memoria, asociada a una ciudad y a un momento de la historia muy importante para los peruanos, porque ella había nacido en Tacna y había pasado su infancia en esta ciudad, en la época en que todavía estaba ocupada por el ejército chileno”.
De muy buen humor, a pesar de su presencia relámpago –llegó ayer sólo para ver la puesta de Oscar Ferrigno–, Vargas Llosa recordó lo que decía esa tía abuela sobre los militares que ocupaban Tacna: “Serán chilenos, pero qué buenos mozos”. Mamaé, que había cuidado y criado a muchos de los niños de la familia, desarrolló una fobia respecto de los chicos y solía gritar, cuando alguno entraba a la casa: “Viva Herodes”. De ese símbolo para la familia nació también una leyenda: ¿por qué se había quedado soltera? “Se decía que había estado de novia y que incluso sus partes del matrimonio estaban ya repartidas, cuando ella, de la noche a la mañana, decidió cancelar el matrimonio y toda relación sentimental, y optó por la soltería”, dijo el escritor, quien señaló que mientras escribía la obra pudo comprobar cómo nacen las historias a partir de unas imágenes que la memoria ha conservado de ciertas vivencias, cómo la conciencia se dispara y empieza a fantasear y a construir una historia que aunque parte de la realidad termina volviéndose una realidad alternativa.
“Escribir una obra de teatro para un novelista es cambiar totalmente de sistema porque, si uno escribe teatro, salta de la página de tinta al escenario y tiene que aceptar ciertas limitaciones y reglas. El teatro exige una capacidad de síntesis que un novelista no tiene –comparó Vargas Llosa–. Un novelista puede desplegarse con toda libertad y dejar que la imaginación fluya y se reproduzca, que es la riqueza de una novela. Un novelista es amo y señor de lo que hace, pero cuando escribe teatro es nada más que la pieza de una maquinaria, y el éxito o fracaso de una obra va a depender tanto del texto como del director o los actores.” La señorita de Tacna fue estrenada aún bajo la dictadura militar. Para Vargas Llosa, “el clima estaba lleno de espinas y silencios”, pero señaló que afortunadamente hoy en la mayoría de los países de América latina hay gobiernos democráticos. “El ejercicio de la literatura ahora en un contexto de democracia cumple una función muy distinta; la percepción de las manifestaciones culturales pueden ser más objetivas y menos castradas políticamente.”
El escritor peruano acaba de publicar La tentación de lo imposible (Alfaguara), un ensayo sobre Los miserables de Victor Hugo, similar a La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary por el modo de analizar la importancia del narrador y la estructura de la novela. En el caso de Los miserables, Vargas Llosa recordó que la había leído de niño como “una gran novela de aventuras”, y que volvió a leerla en 1983, con motivo de una nueva traducción que se hizo al español, un poco atemorizado porque temía que la relectura desmoronara el recuerdo de ese libro que le había parecido maravilloso. “Es, entre todas las novelas, la más adaptada a otros géneros, de la que existen más versiones cinematográficas, telenovelas, adaptaciones al teatro, versiones para niños y tiras cómicas. Es la obra francesa más traducida y vendida; ha llegado a un inmenso público de distintas tradiciones, lenguas y religiones y a todos esos públicos algo les ha dado –opinó el escritor–. El ensayo se trata sobre lo que tiene Los miserables para haberse mantenido viva y pasar la prueba de fuego de una obra literaria que es el paso del tiempo, el cambio de estéticas, de moral y de gustos literarios.”
El título de su nuevo libro lo extrajo de una frase de Lamartine: “La peor de las pasiones que se puede inocular a un pueblo es la pasión de lo imposible”. Vargas Llosa subrayó que la gran literatura desasosiega y desquicia muy secretamente a una sociedad, aunque sin esas consecuencias apocalípticas que temía Lamartine. “En una gran obra, los desasosiegos nos hacen descubrir qué pobre y qué mediocre es la vida real comparada con la vida maravillosa de las obras maestras. Y eso dispara en los lectores y en los espectadores una actitud crítica que al poder le parece peligrosa, porque el poder quiere una sociedad de ciudadanos conformistas.” El escritor peruano no eludió responder las preguntas políticas, excepto cuando se le preguntó por la reestructuración de la deuda argentina, de la que prefirió no opinar porque no tenía la información debida y no quería dar un juicio “tan temerario y superficial”. Respecto de la situación de Bolivia, Vargas Llosa advirtió que hay un peligro muy serio de ruptura de la unidad nacional. “Lo peor que nos podría pasar en América latina es que existieran movimientos regionalistas que quieran destrozar los países que tenemos y formar más paisitos. Es un disparate que solamente quien no tiene idea de la historia de América latina podría sostener.”
El escritor sorprendió a todos cuando confesó que sigue escribiendo a mano en cuadernitos rayados porque “el olor a la tinta y el ritmo de la mano son fundamentales”, y que sólo una vez que termina el libro lo pasa a la computadora. Y no se privó de la oportunidad de bromear sobre el asunto: “Pertenezco a la última generación de escritores que van a dejar manuscritos”. Respecto de la renuencia de los intelectuales a involucrarse en la política activa, Vargas Llosa señaló que es inconveniente esa deserción de los artistas. “Nada politiza tanto a los intelectuales y a los artistas como la falta de libertad; en las sociedades autoritarias, los intelectuales resisten luchando por la democratización. Cuando caen las dictaduras y se instalan las democracias, hay una despolitización de la cultura que nadie percibe como problema porque en una democracia la expresión del descontento en todos los campos de la vida social encuentra unas vías de expresión que las dictaduras cierran –explicó Vargas Llosa– Muchos intelectuales se repliegan en lo que se refiere a las actividades cívicas y se concentran cada vez más en un campo específico de creación.”
“Me parece lamentable que muchas veces los artistas o los intelectuales tengan un gran rechazo hacia la vida política como una actividad despreciable –agregó el escritor–. No soy partidario de que los artistas militen en la política profesional, pero sí creo que es importante que haya algún tipo de compromiso cívico. Es muy malo que la democracia quede en manos sólo de una clase política. Si es así la política se ve como algo puramente pragmático, sin ideas, sin imaginación, y esto desmoviliza mucho el entusiasmo de la sociedad.”

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Vargas Llosa acaba de publicar La tentación de lo imposible, ensayo sobre Los miserables.
 
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