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Viernes, 28 de enero de 2005

MúSICA

Golpes bajos

Era de esperar que con el auge de la percusión –un género que dejó de ser mero acompañamiento para convertirse en central en los últimos años– cada vez más mujeres encontraran en ese lenguaje que hace eco en las zonas bajas del cuerpo una manera de expresarse. Son pocas todavía y abrir espacio, dicen, les cuesta lo suyo.

 Por Luciana Malamud

La herencia viene de lejos, de los esclavos negros. La fuerza de sus tambores era tan visceral que contagiaba el alma en esa inevitable mutación de los cuerpos al tocar. Lo que les era innato se fue transmitiendo entre generaciones y transformando en arte popular para los blancos que los siguieron. Los hombres tocaban y las mujeres bailaban. Aunque la historia fue cambiando.
María Zoppi toca las kongas en El Choque. Alejandra Miranda, en Rataplán. Melina Pacios, en La Chilinga. Marina Calzado Linaje es marimbista. Y Carolina Epíscopo es semillera en Banakabu. Las cinco son jóvenes y hace años que incursionaron en el género. La única que vive de la percusión es María. Melina tiene, como Alejandra, “laburitos de fin de semana” y algún evento grande propio que sólo cubre los gastos. Carolina sigue peregrinando entre los toques, las clases y la fabricación de chéqueres, además de bailar en un grupo de candombe donde, respetando la tradición, los hombres tocan y las mujeres bailan.
“En Argentina creció muchísimo la percusión en los últimos 10 años”, dice Marina. “Yo estudié la carrera de percusión en el Buchardo, me especialicé en Boston en marimba, y empecé a incursionar en lo popular.”
Todas pasaron por las clases de piano cuando eran chicas, y todas coinciden en que una vez que se meten con la percusión, se encuentran con un mundo inabarcable de ritmos e instrumentos que van descubriendo de a poco pero que no quieren abandonar.
“Lo que tiene el tambor y la percusión es que son como muy primitivos”, dice María. “No pasa con otros instrumentos donde el aprendizaje puede ser más visceral y no tan académico. Lo podés abordar desde muchos lados.”
Las chicas envidian la raíz negra de la que los brasileños no se pueden despegar, admiten que acá es más dispersa, pero ven que la gente ya no estudia sólo piano y violín porque corresponde sino que hace más lo que tiene ganas, incentivados también por una movida en centros culturales que abrieron más puertas a la percusión.
–¿Cómo empezaron a tocar?
María: –Yo empecé tocando el bajo. Estudié en la escuela de Avellaneda y después entré a un grupo de tambores tradicionales y toda la información era de boca en boca. Empecé a recibir información sobre el candombe y zamba reggae de manera informal. Recién hace dos años toqué unas kongas y ahora estoy estudiando batería.
Marina: –En mi caso, estudiaba piano en el Conservatorio Nacional. Pasé por el aula de percusión y quería tocar la batería, cosa que nunca hice bien. Mi familia no lo veía muy bien, así que lo convencí a mi hermano para que estudiara conmigo. A mis padres les decía que lo acompañaba a él. Empecé como un juego tocando en un ensamble. Lo más fuerte es la sensación de golpear. Además estudié violín y tromba unos años. La sensación de frotar una cuerda o de soplar no es la misma que la de golpear. Tiene esa cosa visceral que dice María, y una puede tocar vestida de fiesta o de jeans todos rotos.
Melina: –Los domingos a la tarde empecé a ir a un grupo de La Chilinga. Lo que tiene es eso de contagioso, que cualquiera sin saber nada puede empezar. Después queda en una meterse un poco más. A los dos años empecé a estudiar un poco de kongas. Y recién ahora en el grupo se abrió un taller de técnica. Porque lo más importante es esto de lo popular, de que venir y golpear un tambor es lo mejor que te puede pasar. Yo sigo estudiando y no paro, te hacés un poco fanática. Te cambia tanto la vida que hasta elegís el lugar de vacaciones buscando ése en que sabés que vas a tener percusión.
Ale: –A mí me pasó eso con Brasil. Cuando nos empezamos a juntar con Rataplán, que era sólo un grupo de amigos, nos fuimos a Brasil porque teníamos una idea de lo que queríamos tocar pero no sabíamos bien cómo. Yo empecé estudiando batería. Venía de la danza, estudiaba clásico, y había algo que picaba. Ahí nació Rataplán, hace ya 7 años. Creo que coincidentemente se generaron grupos como si nos hubiéramos puesto todos de acuerdo.
–¿Cómo es ser una mujer solista en el mundo de la percusión?
Marina: –Difícil y raro, pero muy lindo porque hay mucho por hacer. Abordar el tango fue una experiencia muy linda, hay mucho terreno virgen. Cuando empecé no había muchas mujeres solistas, y ahora me alegra que seamos un montón de chicas tocando. Cuando yo le planteo a un director de orquesta tocar un concierto de marimba, hay un camino transitado gracias a mis maestros, pero todavía falta. Dentro de la percusión ser mujer es complicado.
Melina: –Yo tengo un ejemplo con respecto a eso. Fui con un par de amigos a Uruguay a tocar a las llamadas. Imaginate, rubia, mujer, zurda, todo para atrás. Y me decían “las mujeres bailan” y yo decía “pero yo no sé bailar, yo vengo a tocar”. Pero insistían: “Las mujeres bailan.” “Bueno, entonces me vuelvo a mi casa, yo no sé bailar.” Entonces me tomaron una prueba a cara de perro y al final quedé. Pero de 4 comparsas de 200 personas éramos dos mujeres. Igual nos mandaron al fondo a la última fila... Me sentí mal en un principio, pero después veía a las mujeres del público y gritaban emocionadas al ver mujeres tocando.
Caro: –Es como si te estuvieran hostigando y te aceptan pero con una fortaleza.
María: –A mí me pasa que como mujer para tocar tenés que desarrollar una parte masculina fuerte. Yo lo tomo como un aprendizaje. Es una postura. Hay como una búsqueda, lo que no quita nada de lo femenino que una tiene.
Marina: –Para mí son como dos cosas. Una es la energía para afuera y otra cosa lo que tiene que ver con la sexualidad. A mí me llegaron a preguntar cuando me casé si iba a dejar de tocar. Otra vez me preguntaron si podía tocar un par de platillos, como si tuviera una discapacidad. Porque los platillos se apoyan en el pecho... Yo le pregunté si un par de platillos pesa más que un bebé de dos años, y obviamente no pesa más que un bebé. Entonces es como que hay toda una fantasía de la capacidad de la mujer en la percusión que es más cultural que otra cosa.
Caro: –Igual creo que la mujer tiene otra energía, la mujer tiene otra forma de tocar que no hay muchos hombres que la tengan, y es difícil que una mujer toque con la energía de un hombre. Tiene que ver también con la energía personal.
Ale: –Están pendientes, te miran mal.
Caro: –Está bueno saber que es una realidad y que la vas a pasar. Pero es como cuando vas a otro grupo que está armado y por más que ya haya mujeres, igual te miran como un bicho raro. No son los hombres, las mujeres también.
Marina: –Además, yo soy contadora, y ahí realmente da igual ser hombre o ser mujer. En la percusión no, hay mucho preconcepto.
María: –Tenés que demostrar que podés, pero que además es natural esto de que una mujer toque un tambor. Tan natural como que una mujer estudie una carrera tradicional.
Melina: –La verdad es que a mí pocas veces me ayudó ser mujer, pero hace un tiempo que se está aflojando un poco.
–¿La percusión tiene que ver con el descontrol?
Marina: –Siempre fue vista como menos controlada intelectualmente, pero no. La marimba es pegarle con el palito en el lugar indicado, y para tocar en un grupo de 50 tampoco podés estar muy descontrolado. Lo que pasa es que la gente cree que la percusión no se estudia.
Caro: –En algún punto quizás está ligado al descontrol. Tiene que ver con los centros más bajos del ser humano y cada uno lo procesa a su forma. Yo lo pienso en términos de elementos, porque para mí la mayoría de los tambores tienen mucha relación con el fuego y con la tierra. Y otros instrumentos de percusión te llevan a otro lugar. En mi caso tiene más que ver con la danza. Yo bailaba antes que tocar, y necesité entender qué pasaba del otro lado.
Marina: –Creo que la percusión involucra todo el cuerpo, hagas la música que hagas, y necesita un buen estado corporal en general, una actitud que está súper ligada a la danza, porque para tocar un juego de timbales o la marimba te tenés que desplazar.
–¿Si tuvieran que elegir un instrumento, cuál sería?
María: –Las kongas. Lo que tienen es el cuero. Tienen un sonido muy especial. Un tambor de candombe con un cuero no es lo mismo que con un plástico. La batería también me encanta, pero es otra cosa porque es más sacado. Lo bueno es que estás como bailando.
Marina: –Todos los instrumentos de percusión tienen la misma complejidad, pero es diferente el trabajo que se hace sobre cada uno. Y aportan sensaciones diferentes. No es lo mismo frotar que raspar, que golpear con un palillo o con una mano.
Melina: –Yo no sé si soy súper konguera, pero estudié bastante y ahora recién me estoy dedicando también a otras cosas. Es lo que decíamos, cada una de las opciones necesita mucho entrenamiento, y si querés ser completo tenés que estudiar mucho.
Caro: –Hay que buscar como un equilibrio entre el estudio y la perseverancia, y después un espacio más de liberación. La percusión me va alimentando todo un lenguaje que tiene que ver con otras cosas, que no lo voy a dejar, pero sabiendo que siempre lo tengo que bajar al cuerpo.
María: –Es como un lenguaje, hay que hacerlo todos los días.
Caro: –Alguien decía que la técnica es la fluidez de la expresión. Vos para poder poner afuera lo que sentís, tenés que tener técnica. Lo técnico te abre el camino, pero lo que puedas decir es el compromiso tuyo con vos y tu libertad para poder sacarlo afuera.
Melina: –Es tan complejo y tan completo que no es lo mismo estudiar medicina. Además de la formación tenés que sentirlo, porque si no lo hacés con todo tu ser, no le llega al otro. Eso es lo rico y lo difícil. Uno nunca se termina de sentir preparado.

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