CULTURA
› ENTREVISTA AL ESCRITOR HOLANDES CEES NOOTEBOOM
“Ahora para ser europeo hace falta ser más cosmopolita”
Pasó por Buenos Aires, pero no como consecuencia de alguna invitación formal, sino en su carácter de viajero empedernido. Este poeta, narrador, cronista y traductor dice que no lee literatura de viaje: “Por eso viajo y la escribo yo”. Es, además, todo un personaje. Con su mujer, que es fotógrafa, está haciendo un libro de fotos de tumbas de escritores de todo el mundo.
› Por Silvina Friera
El holandés errante llegó al país en barco, después de recorrer Valparaíso, Punta Arenas (Chile), Ushuaia y casi Puerto Madryn, si no fuera porque el viento hizo rumbear a la tripulación directo a Buenos Aires. La diferencia entre el capitán del barco fantasma de la ópera de Wagner y Cees Nooteboom es que el escritor holandés no está condenado a no permanecer en ningún puerto porque hace años que abrazó la bandera del nomadismo, desde que decidió que ser y viajar eran las dos caras de la misma moneda. Con los viajes, este poeta, narrador, cronista y traductor alumbró la verdadera naturaleza humana: si el origen de la existencia es el movimiento, todos los hombres son nómadas, aunque algunos entiendan que el desplazamiento es un modo de huir, o teman que el viaje sea una experiencia que no tenga fin. El no huye ni teme. En uno de sus periplos geográfico-literarios más deliciosos, el libro de crónicas de viajes Hotel Nómada (Siruela), Nooteboom, que estaba paseando por Gambia (Africa), escribió: “Sé que ninguno de mis amigos y parientes sabe que me encuentro en este curioso lugar y eso me procura una sensación de placer. Estar un poco ausente resulta agradable”. Quizá por eso saborea el bocado de vivir un poco en todas partes.
De Nooteboom –considerado uno de los mayores y más originales escritores holandeses– se dice que es el dueño del título honorífico de nómada, que es un europeo nato y un políglota que habla a la perfección inglés, holandés, francés, alemán y español. Hace años que su nombre suena con cierta insistencia entre los candidatos al Premio Nobel de Literatura, como ocurrió el año pasado, cuando lo ganó la austríaca Elfriede Jelinek. Pero a él la timba de la Academia sueca no le preocupa. En cambio, pregunta si en Buenos Aires se lee mucho, y cuenta, emocionado, que en una librería de Ushuaia había encontrado un ejemplar de su novela Rituales (Anagrama). “Eso me genera mucha satisfacción, pero sé que otros libros míos son muy caros para ustedes, y eso me duele porque resulta un impedimento para llegar a los lectores”, confiesa. “La primera vez que estuve en la Argentina fue hace diez años, para la Feria del Libro. Ahora debo descubrir este país, y es un poco difícil saber adónde ir, que es la inquietud de todo viajero, especialmente en mi caso, que no suelo contratar tours organizados, que son horribles”, señala en la entrevista con Página/12.
De su anterior estadía en Buenos Aires, en parte, nació el ensayo Mi cuaderno de notas y un epílogo desde Gantheaume Point (la biblioteca de Borges), incluido en Hotel Nómada. “Yo estaba acá, justo cuando empezaban a mudar la Biblioteca Nacional al nuevo edificio y decidí visitarla –recuerda el escritor–. Me sorprendió el sombrío despacho de quien había sido su director, un hombre para quien el mundo era una infinita Biblioteca de Babel. Y también me llamó la atención los libros acomodados en los anaqueles. Anoté en mi cuaderno una larga lista de títulos, pero no lograba encontrar ningún sentido o explicación a ese orden que me resultaba extraño e incomprensible. Lamentablemente, me robaron la libreta con las anotaciones en un colectivo, y entonces sentí que yo también era ciego como Borges, porque había perdido todo lo que había visto.” En el bar del hotel donde se aloja, pide un cortado y aclara: “Sé que acá le dicen así al café con leche porque vivo buena parte del año en España, donde lo piden de la misma manera”.
–Antes de los 20 decidió colgarse la mochila al hombro y salir a recorrer el mundo. ¿Recuerda qué lo motivó a viajar?
–No, uno se deja llevar por los impulsos sin grandes proyectos en mente; simplemente te movés y viajás. Pero creo que tenía una curiosidad natural y el hecho de poder viajar me permitía descubrir lo que verdaderamentequería hacer: por una parte, viajar y escribir sobre esos viajes, y dedicarme a la novela y a la poesía.
–¿Para escribir necesitó viajar? ¿Qué se dio primero: el viaje o la escritura?
–Sí, necesité viajar y después escribí mi primera novela, El paraíso está aquí al lado, a los 20. Para mí, la literatura se asemeja a la idea de viaje, pero no hay recetas: mi manera de vivir es una alternancia entre el viaje y la literatura. Mis libros de viajes no son historias de aventuras; son descripciones de paisajes y ciudades, pero también ensayos sobre la historia o la literatura de esos lugares.
–¿En qué tradiciones literarias ubicaría su obra?
–Admiro a Kawabata, Calvino, Borges. No es posible escribir sin otros escritores; antes de que empieces a escribir hay al menos cien escritores en tus manos, como en mi caso, que me han educado con griego y latín y en tres idiomas extranjeros: francés, alemán e inglés. Aun no sabiendo que un día sería escritor, ya había leído muchísimo; estas lecturas también son influencias, pero no son directas, como cuando leés a Calvino o a Borges. Leyendo a estos autores, se lee también de cierta manera lo que ha leído Borges o Calvino, sin haber leído directamente esos libros. Las influencias son como un río en el que confluyen otras aguas, es como si dijéramos: “Río de la Plata, dime quién te ha influido” (risas).
–Más allá del azar que lo hace moverse por el mundo, ¿qué busca cuando viaja?
–En este viaje hemos visitado la tumba de Neruda, en la Isla Negra, con mi mujer, que es fotógrafa. Con ella estamos haciendo un gran libro de fotos de tumbas de escritores en todo el mundo: ya estuvimos en las tumbas de Borges, Joyce, Proust, Pound, Thomas Mann, Cortázar y Canetti, entre otros. Estuvimos en Montevideo y nos dijeron que Onetti estaba en el Cementerio Central. Hacia allí fuimos; hemos buscado el alma de Onetti lápida tras lápida, pero se había ido; no estaba en la tumba donde decían que estaba (risas).
–Y después de tanto fotografiar tumbas, ¿qué aportan esas imágenes respecto de la vida o de la muerte de esos escritores?
–Es interesante ver cómo son enterradas las personas. Las tumbas de los latinos, como Cortázar, César Vallejo, o también la de Antonio Machado en el sur de Francia, son casi como altares animistas: la gente pone objetos; por ejemplo, en la de Vallejo había guantes y lápices; en la de Cortázar, cartas; al lado de la tumba de Machado, había un buzón para que la gente pusiera cartas y, efectivamente, he visto que dentro del buzón había cartas. Es una fenomenología de las tumbas: Eugenio Montale, uno de los más grandes escritores italianos, está en un nicho, sobre la pared, con otros doscientos muertos. A Montale, que recibió el Premio Nobel en 1975, lo han puesto en un nicho pequeño con las masas, con sus lectores.
–En su novela Rituales aparece la idea de la religión como una forma de conocimiento.
–Sí, pero también los rituales religiosos son una forma de reglar la vida para paliar el vacío que puede ser la existencia. La gente no se da cuenta de que hay muchos ritos que no son necesariamente religiosos, como los hábitos cotidianos de alguien que lee el periódico con su pipa.
–¿Y qué rituales o manías tiene usted como escritor?
–Siempre escribí mis novelas con una pluma, que no es la misma de siempre porque ya he perdido dos, lo que representa para mí una catástrofe (risas). Escribo a mano, en cuadernos que compro en España, que se llaman Actas y que tienen cien páginas numeradas. Viajando no se puede escribir, sí tomo notas en todos los idiomas que manejo. Cuando apunto detalles, impresiones o algo que leí para mí, escribo en holandés, pero en este viaje en Argentina tomé bastantes notas en español.
Nooteboom muestra su juguete preferido; toma la pequeña libreta en la que hace sus anotaciones, abre una página al azar y lee lo que transcribió en holandés –un poema en español que leyó en la tumba de Neruda– y festeja que se le filtró el portugués entre tantos apuntes escritos con una letra diminuta, casi ilegible. “En general no leo literatura de viajes, para eso viajo y la escribo yo”, bromea quien hace años es un candidato al Premio Nobel de Literatura.
–¿Qué implica para usted ser europeo?
–Para mí Europa es un territorio normal. Los políticos hablan mucho sobre la cultura europea o de un europeísmo espiritual, pero esto ya existía antes, porque había una cultura europea sin los políticos y sin la idea de mercado. Europa necesita una voz, pero es difícil con personas que hablan tres idiomas; es mucho más complejo para nosotros que lo que sería para Latinoamérica, que tiene un idioma. Para mí no es un problema ser europeo, pero sé que soy una excepción. Siempre he dicho que Francia, Alemania e Inglaterra son como tres viejas actrices que compiten para ver quién gana más aplausos y flores. Tuvieron una larga historia de guerras, problemas y desconfianzas. Pero conservan esos reflejos naturales de medirse: “¿Qué están haciendo los alemanes?”, “¿Qué están haciendo los franceses?”. Ahora deben cambiar todo esos reflejos en sus mentes, ser más cosmopolitas para ser europeos.
Subnotas