Dom 20.02.2005

CULTURA  › EL CLASICO POLICIAL NEGRO DE DASHIELL HAMMETT CUMPLIO 75 AÑOS

“El halcón maltés”, novela ejemplar

En febrero de 1930 aparecía en Nueva York la novela que hizo de Dashiell Hammett un clásico del siglo XX y a su personaje Sam Spade –pasado por Humphrey Bogart– el arquetipo del duro.

› Por Juan Sasturain

Esta semana –más precisamente el 14 de febrero, empalagoso Día de San Valentín– se cumplieron 75 años de la aparición de El halcón maltés, un verdadero acontecimiento literario que trasciende largamente el género policial. Publicada el invierno de 1930 por la prestigiosa editorial Knopf en una Nueva York aún dolorida por el crack financiero, la tercera novela de Dashiell Hammett no es precisamente una historia de amor. El agudo Sam Spade –la descripción física del detective como “demonio rubio” que aparece en el comienzo del texto subraya sus rasgos tan afilados como incisivos– no se maneja en esos términos. Mientras atraviesa como gato entre las brasas la enredada historia que gira alrededor y detrás del oscuro pájaro, Spade frecuenta a su accesible secretaria, la querible Effie Perine; cultiva el adulterio con Iva Archer, la mujer de su efímero socio, y –contra el código no escrito de la profesión– se acuesta con su cliente, la impredecible –no para él– Brigid 0’Shaughnessy. No es fácil saber qué siente Spade, pero está claro que no es un hombre simple. Hammett mismo no lo era; y su literatura saludablemente tampoco.
Así, con El halcón maltés se puede empezar hablando de las mujeres pero también arrancar con la historia del pájaro evanescente, como hizo John Huston en 1941, la tercera vez –y la única rescatable– que la novela se llevó al cine en una década. El guionista ya avezado y director debutante arrancó con un texto explicativo que acompañaba el perfil de la estatuilla, síntesis del largo discurso que el hombre gordo le propina a Spade recién más allá de la mitad de la novela: la historia de la orden de los Caballeros de Rodas a los que Carlos V regala cuatro islas –Malta entre ellas– y compromete al tributo simbólico de fidelidad de entregar un halcón cada año. El supuesto itinerario de siglos de la fabulosa joya termina en las vulgares calles de San Francisco, y es sólo una réplica ordinaria que se disputan cuatro aventureros tan torpes como inescrupulosos a los que el no menos inescrupuloso pero más hábil Spade confunde y empaqueta como al manoseado halcón: algunos de ellos mueren fuera de escena, como en la tragedia clásica, a ella la entrega en memorable final. Y todo por nada: un soberano equívoco, una pasión, una maldad inútil.
El famoso relato que Spade le cuenta a Brigid en un recodo de la trama –la historia de la viga que cae a los pies de Mr. Flitcraft le revela el azar que rige el mundo y le hace decidir cambiar de vida, adecuarse al sin sentido hasta volver, fatalmente, a adaptarse– funciona como clave ambigua para cualquier pretensión de fundar un código moral, un patrón de sentido a qué atenerse. Hammett –ha explicado con sagacidad Steven Marcus– pudo construir su obra mayor en el vértice inestable de ese equilibrio de sentido. De ahí la maravillosa tensión, moral y psicológica que recorre El halcón maltés y La llave de cristal, lo mejor que hizo.
Es sabido que Hammett escribió mucho durante una docena de años –entre 1922 y 1934– y que después, famosamente, nunca más pudo. Sus cuatro novelas se amontonan en un último lapso creativo de fecundidad increíble: Cosecha roja (1929), El halcón maltés (1930), La llave de cristal (1931) y El hombre flaco (1934). Hay además docenas de cuentos, relatos y nouvelles excelentes, regulares y prescindibles; guiones para el cine y la radio, e incluso historietas como El Agente X9, con Alex Raymond. Un cuerpo de ficciones que impresiona por su solidez y originalidad: desde las páginas de Black Mask y otros coloridos pulps, Hammett saltó a las ediciones de tapa dura y al prestigio editorial en un inédito itinerario que se cortó –y podría fecharse con precisión– antes de que cumpliera cuarenta años. Además de cientos de tramas, creó tres detectives: el innominado gordo agente de la Continental de sus primeros relatos y que protagoniza Cosecha roja y La maldición de los Dain; este Sam Spade, arquetipo del duro investigador privado que después de El halcón maltés apenas asomó en tres relatos más del año 32, y el aburguesado Nick Charles de El hombre flaco, rico, bebedor y en pareja, un gesto de elegante decadencia. Es evidente que el hecho de que haya escrito relatos policiales tiene que ver con su experiencia personal –fue miembro de la Agencia Pinkerton en su juventud–, pero que haya escrito como lo hizo es resultado de una voluntad consciente y manifiesta sobre qué y cómo contar. Lo hizo como pocos en el siglo XX y El halcón maltés es una de las pruebas irrefutables.

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