Vie 29.04.2005

CULTURA  › ELVIRA LINDO ANALIZA A LA PROTAGONISTA DE “UNA PALABRA TUYA”

“Es una heroína romántica”

De paso por la Feria del Libro, la escritora y periodista española cuenta cómo nació su historia de una barrendera madrileña, con la que acaba de ganar el Biblioteca Breve.

Por Angel Berlanga

Nació en Cádiz, pasó su infancia en unos cuantos pueblos españoles, se consolidó como periodista y escritora en Madrid, vive desde hace ocho meses en Nueva York –con el académico Antonio Muñoz Molina, su marido, que atiende allí una sucursal del Instituto Cervantes– y llegó a Buenos Aires desde Bogotá para hablar de Una palabra tuya, su última novela, que acaba de ser premiada con el Biblioteca Breve. Los saltos por las geografías de Elvira Lindo parecen tener sus correspondencias con los que pega de un género a otro: escribió guiones de radio, cine y TV, relatos para niños y adolescentes (es la autora de Manolito Gafotas, personaje muy popular allá), un par de novelas y varias series de artículos y columnas en El País. Dice que le va bien, que tiene lectores. Y también muchos pedidos de explicaciones, desconfianzas: que si el marido le corrige, o si lo suyo es demasiado comercial, o si palanquea para que la premien. Puede verse, en entrevistas anteriores, que ella anda cansada de tanto prejuicio y que el humor, un rasgo característico de su escritura, se desvanece un poco cuando se desemboca en ese ítem.
A la que no le va tan bien es a Rosario, la protagonista de Una palabra tuya, una barrendera madrileña que desembocó en ese trabajo para estar “apenas dos meses” y debió quedarse ahí, mascando lo frustrante que le está resultando la vida, con una madre agobiante que sufre de Alzheimer y prefiere a una hermana casada como Dios manda, un padre que se fue hace rato y una compañera, Milagros, que siempre fue el centro de las burlas y sin embargo consigue enfocar alguna veta agradable en su devenir, que cambiará radicalmente cuando encuentre un niño abandonado en la basura. A la escritora suele elogiársele el buen oído para pescar la oralidad de la gente en la calle: leer esta novela acaso contribuya a entender eso. Elvira Lindo dice que su relato explora sobre todo la interioridad de sus personajes y que no tuvo intención alguna de hacer “literatura social”.
–¿Qué tiene en común con su personaje?
–Es difícil, porque tenemos una vida bien distinta. Pero cuando tomé la decisión de que fuera ella quien contara la historia busqué en mi interior algo que me hiciera sentir empatía por el personaje. Aunque yo encontré mi sitio en el mundo y hago el trabajo que me gusta, no me resulta muy difícil imaginar qué hubiera sido de mí si no hubiera dado con eso, si me hubiera dejado llevar por la pereza o por las circunstancias, o si no hubiera tenido la suerte de encontrar a la gente adecuada que me ayudó a ser. Pero teniendo una vida más o menos feliz puedo sentirme insatisfecha en cualquier momento, con lo cual no fue difícil dar con la rabia interior, muy fuerte, que el personaje tiene contra el mundo. También comparto muchos de sus pensamientos sobre la ciudad o la gente, cosas que creo que todos tenemos en nuestro interior y por educación, afortunadamente, la mayoría de las veces callamos.
–“La belleza y el dinero no están bien repartidos”, dice ella.
–Sí, con eso, por ejemplo. Ella no se conforma ni disfruta, dice, con la alegría de la gente que sale en las revistas del corazón, y anda en yates y viaja y tiene pisos maravillosos. “A mí eso no me da felicidad, me provoca envidia”, dice. En el fondo es una heroína muy romántica que siempre está pensando en lo que no tiene.
–¿Qué buscó al acercarse a hablar con barrenderas?
–Al argumento y la psicología de los personajes ya los tenía en la cabeza, pero necesitaba conocer la parte práctica, porque aunque no trata sobre cómo es el mundo de los barrenderos en España –que por cierto son trabajadores, no marginales–, necesitaba ver cómo eran las taquillas, cómo es salir a las cinco de la mañana con el frío, cómo se recogen las papeleras.
–¿Y le sirvió para conformar la voz narradora?
–No, porque yo no estoy alejada del habla de la calle. España tiene una clase media muy amplia, y a menos que uno esté escribiendo sobre algún personaje marginal, hay una gran masa de gente que habla igual, con muchos giros populares. La clase muy alta sí habla distinto, de una forma insoportable. Dentro del habla común, intenté que mi personaje tuviera su lenguaje propio, su personalidad.
–Contó muchas veces el origen de la historia: el diálogo que escuchó doce años atrás entre dos barrenderas y luego la inclusión de los personajes en una película (Ataque verbal, de la que fue guionista). En todo este tiempo habrán surgido muchos potenciales disparadores para un libro: ¿por qué persistió éste?
–Eso es misterioso: por qué unas cosas permanecen y otras se van perdiendo. Tal vez ahí confluyan varias cosas. Por un lado, esa otra vida que pude haber tenido. Por otro, el hallazgo de bebés en la basura me impresiona mucho, tal vez por un deseo inconsciente de maternidad en algún momento, el deseo de un hijo que no llegó. Algunas cosas tardan en hacerse porque mientras tanto uno hace otras que van sirviendo para ésa. En estos doce años escribí mucho y fui adquiriendo el oficio suficiente para hacer esto ahora.
–Hay un contraste muy grande entre el tono de sus columnas y esta novela. ¿Cómo conviven esos dos registros en usted?
–Eso proviene de mi carácter. No sé definirme muy bien, pero desde que me recuerdo soy así: puedo ser feliz y desgraciada en el mismo día. Luego intelectualizo y lo convierto en un artículo periodístico o en una novela más trágica, pero en mi carácter están las dos cosas. Una especie de esquizofrenia que no llega a tal, afortunadamente. Muchas veces me he servido del humor para disfrazar sentimientos pesimistas o melancólicos. Y al mismo tiempo, dentro de esta historia trágica, también me sentí libre para incluir ciertos momentos hilarantes, que sirven para que la narración respire... y para que yo también lo hiciera mientras escribía.

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