CULTURA › PRESENTACION DE EL SILENCIO, DE HORACIO VERBITSKY
Para entender el rol de la Iglesia en los años de plomo
Por S. F.
Traslado era una palabra temida, que todos querían expulsar de sus pensamientos. Así empieza El Silencio (Sudamericana), una minuciosa investigación en la que Horacio Verbitsky revela la estrecha colaboración de la Iglesia Católica con la Escuela de Mecánica de la Armada durante la última dictadura militar. El título del libro alude al nombre homónimo de la isla, en donde la Armada había escondido a los detenidos-desaparecidos cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitó la ESMA en 1979. Esa isla, que sirvió para ocultar a los prisioneros, es única en el mundo: no se conoce otro caso de un campo de concentración en una propiedad eclesiástica. Uno de los eslabones entre la curia y los militares fue el secretario del vicariato castrense, Emilio Graselli, quien se encargaba de atender a los familiares de las víctimas que buscaban saber dónde y cómo estaban sus seres queridos, y que “se había mimetizado de tal modo con los integrantes de los grupos de tareas que debajo de la sotana calzaba un arma”, según señaló Verbitsky. Esta simbiosis es recordada por algunos de los familiares, quienes tuvieron que escuchar en boca de Graselli frases que, a priori, no hubieran imaginado que saldrían de un miembro de la Iglesia: “Es probable que alguien piadoso le dé una inyección y el irrecuperable se duerma para siempre” o “los que tienen una rayita están muertos, ya no se pregunta por ellos”.
En la presentación de El Silencio, subtitulado “De Paulo VI a Bergoglio. Las relaciones secretas de la Iglesia con la ESMA”, participaron el teólogo y sacerdote Eduardo de la Serna, el artista plástico León Ferrari, Víctor Melchor Basterra, sobreviviente de la ESMA que fue trasladado a la isla de propiedad eclesial en 1979, durante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y el autor y columnista de Página/12. De la Serna señaló que el libro de Verbitsky aparece como una suerte de continuidad de Iglesia y dictadura, de Emilio Mignone. “¿Por qué una iglesia jerárquica, obispos y curas, que insistieron, convencieron y motivaron a tantos jóvenes a participar en cuestiones sociales y políticas, cuando las papas quemaron les soltó la mano?”, se preguntó el sacerdote, y confesó que es algo que personalmente aún no terminó de tragar. “Yo soy un simple cura, pero como cura y miembro de la Iglesia pido perdón”, añadió De la Serna, muy aplaudido por las 500 personas que estaban en la sala José Hernández.
León Ferrari calificó a Verbitsky como “un escudriñador de los crímenes que se cometieron en este país”. El artista plástico planteó que la Iglesia siempre tiene la ambición de participar en el gobierno, “de aplicar las leyes de su religión al país entero, muchas de las cuales parte del país no comparte, o parte del país que dice ser creyente en esa religión no conoce”. Ferrari recordó algunas de las declaraciones de Adolfo Scilingo en El vuelo para ilustrar el fanatismo de las Fuerzas Armadas de entonces y de los capellanes, sacerdotes y obispos que los apoyaron, pero también para corroborar que esa mentalidad continúa con el caso del obispo castrense Baseotto. Como sobreviviente de la ESMA, Basterra opinó que El Silencio es “un granito de arena” que ayuda notablemente a la memoria colectiva. “Acá se habla de la connivencia de la Iglesia como institución y jerarquía con las instituciones más fundamentalistas que existieron en la Argentina”, señaló Basterra. “Ojalá que las generaciones venideras abracen esa curiosidad, ese cuestionamiento, esa visión crítica hacia la historia oficial que sin jactancia, nosotros teníamos.” Verbitsky aseguró que necesitó estudiar a fondo el rol de la Iglesia jerárquica para entender la tragedia contemporánea argentina.