CULTURA › LA ORQUESTA SINFONICA NACIONAL
EN LOS TALLERES DE TAFI VIEJO
Música clásica sobre rieles
El concierto organizado por Cultura de la Nación fue la excusa para inaugurar un espacio cultural creado por trabajadores de los talleres ferroviarios. Hubo emoción y también mucho orgullo.
Por Karina Micheletto
“En uno de los galpones levantamos un museo ferroviario. ¿Para qué? Para que el resto de los galpones no se transforme en un museo”, advierten como quien tira una broma, pero sabiendo que no es liviana, los trabajadores de los talleres ferroviarios de Tafí Viejo, en Tucumán. Mientras reciben a las autoridades de Cultura de la Nación que han llegado hasta aquí para este evento, aprovechan para dejar en claro algunas cosas. En los últimos meses reacondicionaron uno de los depósitos de materiales de los talleres para transformarlo en un espacio cultural, y lo están inaugurando nada menos que con un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional. Hasta aquí llegaron unas dos mil personas de Tafí Viejo, una localidad situada a 13 kilómetros de San Miguel de Tucumán, cuya vida giró hasta hace algunos años alrededor de estos talleres ferroviarios. Tras su reapertura en 2003, hoy son 66 los trabajadores que están llevando adelante algunas reparaciones, en el mismo predio que albergó hasta 5500 trabajadores.
El concierto de la Sinfónica Nacional forma parte de una iniciativa de la Secretaría de Cultura de la Nación que comenzó el año pasado, y que abarcó distintas fábricas recuperadas. El primero de estos espectáculos fue en Ushuaia, donde la Sinfónica tocó en la planta de la empresa recuperada Renacer, ante unas 6000 personas. Desde entonces se hicieron distintos conciertos en la misma línea: el de la pianista Martha Argerich en la Cooperativa de Trabajo de Los Constituyentes, en Villa Martelli, el de la planta de Kraft Foods (ex Terrabusi), donde el Coro Polifónico Nacional interpretó la Misa criolla, o el de Peteco Carabajal a beneficio del Hospital Israelita.
La presentación de la Sinfónica dirigida por el maestro Pedro Ignacio Calderón en Tafí Viejo estuvo rodeada de una especial emoción. Antes de la función, algunos chicos rodearon a los músicos, intrigados por sus instrumentos. Uno de ellos mostró cómo podía hacer sonar Yesterday en un violín. Las casi dos mil personas que llenaron el galpón ferroviario no respetaron los códigos de la música clásica: aplaudieron entre movimientos, siguieron con palmas una marcha de Strauss. En todo caso, eso no era lo que importaba, en absoluto. ¿En cuántos de los conciertos que esta orquesta dio en grandes teatros del mundo habrá logrado arrancar lágrimas a los oyentes, y también a sus músicos, como ocurrió aquí? Miguel Herrera, un trabajador de los talleres, explicó el sentido que cobraba el concierto en un lugar como éste: “Esta noche estamos esperando que suene la música de la Sinfónica Nacional en uno de los diez galpones de reparación y mantenimiento que tenían estos talleres. Este gesto es inédito, enorme. Queremos que la dulzura de esta música universal encienda un ruido. Un ruido industrial que signifique trabajo, y por lo tanto dignidad”.
La historia de los talleres ferroviarios de Tafí Viejo devuelve, como una mueca, la historia de un país. En los ’50 este predio llegó a albergar 5500 trabajadores. Las 22 hectáreas cubiertas por los galpones altísimos de los talleres marcaban la vida de todo un pueblo. El colegio técnico de Tafí otorgaba el título de Técnico Ferrocarrilero, y las prácticas del último año del secundario solían ser el primer escalón en un oficio que se pasaba de padres a hijos. Aquí se diseñaban, construían y reparaban formaciones ferroviarias que hoy recuerdan con orgullo los sobrevivientes de los talleres, como el tren presidencial o el Capillense, el primero con aire acondicionado de América latina. En 1975 el número de trabajadores se redujo a 3000. En 1980, cuando Roberto Eduardo Viola ordenó cerrarlos, quedaban 1700. En 1984 Raúl Alfonsín los reabrió, y durante los ’90 el plantel fue disminuyendo hasta 300 empleados. “Al final, en el ‘96, Bussi nos volvió a cerrar y pum, a la calle”, cuenta Miguel Herrera. “No nos quedamos quietos. Marchamos, pusimos una carpa. Dos años estuvimos en la carpa, sin que nadie nos diera bolilla. Seguimos firmes. Ferroviarios onada”. En 2003 Néstor Kirchner volvió a anunciar su reapertura, aunque actualmente el plantel se reduce a 66 empleados y ni siquiera llegan hasta Tucumán trenes de pasajeros. La economía de Tafí Viejo y de sus 73.000 habitantes gira alrededor de la cosecha de limones.
El museo que armaron los trabajadores ferroviarios con lo que fueron encontrando, y que custodian sus esposas, hijas y nietas, atesora objetos que congelan fotos de otro país. Los ferroviarios no dicen su edad: se presentan contando sus “años de taller”. Miguel Angel Herrera dice que tiene 46 años como tallerista, de los cuales pasó 11 desocupado: 4 mientras el taller estuvo cerrado entre el ’80 y el ’84, y los 7 que volvió a estar cerrado durante el gobierno de Bussi. Juan Carlos Cortez ingresó como aprendiz en 1964, cuando tenía 15 años. María Angélica Massa, la contadora, entró con la reapertura de la fábrica y dice que está dispuesta a hacerse valer en un lugar eminentemente masculino: “Cuando entré ni siquiera había sanitarios para mujeres. Hay que saber llevar a hombres acostumbrados a trabajar con hombres”, explica.
Cuando Kirchner estuvo aquí, el 30 de noviembre de 2003, prometió varias cosas que los ferroviarios de Tafí repiten como un mantra. Entre ellas, una frase referida a los trenes: “Nos dicen que no va a andar... ¡Minga que no va a andar!”. Los trabajadores dicen que están agradecidos al Presidente por la decisión de volver a poner en marcha una planta que algunos pensaban cerrada para siempre. Pero también explican que hace falta más, que para que los talleres se autosustenten, según el plan de negocios que ellos mismos diseñaron, necesitan ser como mínimo 200 empleados. Estos trabajadores que ganan un salario promedio de 520 pesos de bolsillo están diciendo, en definitiva, que no quieren cobrar por un trabajo que no consideran suficiente. Que no quieren cobrar por no trabajar. También advierten sobre alguna posible intención de privatizar los talleres, y describen la “relación tirante” que mantienen con el secretario de Transporte, Ricardo Jaime. “Toda la vida luchamos por Ferrocarriles del Estado, y pensamos que con la reapertura iba a ser así”, explica Herrera. “Dos años atrás veíamos cómo trozaban los vagones para llevarlos a Aceros Zapla en Jujuy (ex Altos Hornos Zapla), propiedad de Sergio Taselli. Y veíamos que mucho de lo que llevaban era material de calidad, no era chatarra. Cuando los talleres se reabrieron vimos aparecer gente de Materfer, un taller que antes era de la FIAT, y que también compró Taselli. Los mismos chatarreros cómplices del desguace no pueden ser los encargados de la reactivación”, advierte.
Para los trabajadores de los talleres, el concierto que dio aquí la Sinfónica Nacional y que los muestra orgullosos frente a un pueblo que en ocasiones los tildó de locos –como cuando mantuvieron levantada la carpa frente a los portones de los talleres durante dos años– es “un homenaje a la gente que luchó”. Entre los cuales cuentan a los treinta desaparecidos que trabajaban en estos talleres.