Sáb 30.07.2005

CULTURA  › SEIS BOTONES DE MUESTRA DE
FOTOGRAFIA ESPAÑOLA CONTEMPORANEA

Objetos esquivos, miradas atentas

En el Centro Cultural de España abrió la muestra Objetos de deseo, objetos de seducción, en la que seis fotógrafos exponen sus diferentes maneras de captar el deseo.

› Por Silvina Friera

¿Qué tienen en común un jarrón con flores marchitas, un tigre, una cáscara de naranja, unos sombreros, un puñado de caracoles, un exprimidor y un vestido de niña que aún conserva las formas de un cuerpo que ya no está? Entre las múltiples respuestas que podría ofrecer la muestra fotográfica Objetos de deseo, objetos de seducción, que se puede ver en el Centro Cultural de España (Florida 943), prevalece esa fascinante pulsión primaria llamada atracción a primera vista, química o cuestión de piel. Los ojos barthesianamente lúcidos de los seis fotógrafos españoles contemporáneos que exhiben sus amados fetiches –Chema Madoz, Rafael Liaño, Rosa Muñoz, José Luis Santalla, Xoan Anleo y Ciuco Gutiérrez– se proyectaron emocionalmente en esos objetos ¿triviales? y captaron ese instante fugaz en el que se produce un anillo de significación plena. La brújula de la intuición mental, espacio en donde se cocina a fuego lento, las imágenes que están a punto de ser representadas, completó las instantáneas. La paradoja de la posmodernidad es que los objetos adquieren una entidad cada vez más relevante en la vida cotidiana de millones de personas en el mundo, pero no hay muchos artistas que hundan sus miradas sobre lo que mueve los delgados hilos del deseo. “La fotografía está más para retratar a las personas o a los grandes acontecimientos o lugares”, advierte Ciuco Gutiérrez, fotógrafo y curador de la muestra, en la entrevista con Página/12, acompañado por Chema Madoz y José Luis Santalla. “En el mundo hay millones de objetos que si desaparecieran mañana nos alegraríamos mucho y no los echaríamos en falta –ironiza el curador–. Son objetos idiotas, sin alma. Pero hay otros que aunque no sirven para nada están cargados de alma.” En la exposición, que se puede visitar hasta el 2 de septiembre, este dream team de fotógrafos españoles presenta, cada uno a su manera, el alma de las imágenes representadas. Gutiérrez recuerda el ejemplo de los 10.000 ceniceros. “Necesito un elemento que me sirva para echar la ceniza y apagar el cigarrillo, pero hay tantos ceniceros para elegir, por los colores, materiales, formas y precios, que terminamos optando por uno que vaya con nuestra forma de vida e idiosincrasia. Cuando llegamos a casa, lo dejamos en la mesa del salón y por arte de magia el objeto se funde instantáneamente con el resto de la decoración, pasa a formar parte de nuestras vidas y acabamos proyectándonos, en mayor o menor medida, en él”, señala el curador.
“El artista es aquel que se preocupa de unas idioteces inmensas que no les interesan a nadie, pero que son sus idioteces cotidianas”, desmitifica Gutiérrez. “A nosotros los objetos nos seducen y nos cuentan muchas cosas que luego intentamos transmitir en las imágenes.” El punto de partida de las fotografías del curador fue Zurbarán y los bodegones lineales. “Me planteo estrategias creativas, aunque existe un punto que ningún artista acaba de controlar y además creo que es sano que no controle, que es en dónde está tu yo en lo que estás haciendo. Voy construyendo una superposición de elementos con los que llevo años trabajando, relacionándolos aleatoriamente, hasta que surge la sorpresa, ese yo que desconoces. Recupero y a veces transgredo el entorno narrativo; yo narro cosas de adultos con juguetes, como los niños, y armo así una situación teatral.”

La manzana y los cuerpos ausentes
Chema Madoz, cuya fotografía de la manzana con la hoja de parra incorporada lo convierten en una suerte de “poeta visual” o “mago de la metáfora”, según señalan los críticos españoles, subraya que él ve a los objetos como un almacén de contenidos, de ideas y de conceptos. “No somos conscientes de la carga emocional que portan los objetos; por eso trabajo un poco con ese territorio de objetos banales, cotidianos, con los que tenemos una relación muy directa en el día a día. Siempre hay algo más detrás de ellos que se esconde”, sugiere Madoz. ¿Qué ocultan una manzana, la cáscara de una naranja o un pan? “Si juegas con una manzana, estás explorando todo lo que pueda transmitir esa manzana. Hay un intento de que la realidad no se nos quede en una interpretación plana y demasiado literal, impuesta por lo que ese objeto representa”, agrega el fotógrafo, que reivindica la idea de juego y el sentido el humor como soportes del oficio.
Melancolía, nostalgia, tristeza por lo que se fue y quizá no vuelva. Las imágenes de José Luis Santalla evocan, por momentos, el mundo de la infancia perdida: la ropa metida en el tarro de los caramelos o el vestido de una niña convertido en pieza escultórica. “El cuerpo es un tema universal, pero yo me refiero al cuerpo que no está, aunque ha configurado ese paisaje. Trabajo con la ausencia del cuerpo, pero con el rastro que deja. Cuando la persona ha desaparecido, la ropa empieza a desinflarse y yo capto ese momento en que la persona se ha ido a otro lugar”, explica Santalla, para quien todo es un objeto, desde un vaso, una naturaleza muerta hasta una persona porque “cuando empezás a manipular un retrato, ya sea de un hombre o de una mujer, lo convertís en un objeto”. Santalla aclara que el tratamiento que cada artista haga sobre el objeto es “un modo de operar sobre la realidad que te rodea para contar una historia”.
Madoz opina que la manipulación termina o acaba cuando el artista lo decide. “Es una cuestión de equilibrio y armonía en la que se combina lo intuitivo con lo racional. Juan Eduardo Sirlot decía algo así como que la complejidad es un mal camino para alcanzar lo extraordinario. Es un punto de vista que comparto porque cuando las manipulaciones son muy leves y sencillas, consigues que la imagen dé un salto, que pase de un nivel a otro de la realidad. La imagen, entonces, adquiere una mayor potencia y efectividad porque mantiene una relación con el mundo real, con la realidad cotidiana. Es como establecer un pasillo entre dos realidades distintas que a la vez se muestran como muy accesibles.”
Gutiérrez recuerda una anécdota que solía comentar el fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson. “Cuando se refería a su famoso ‘instante decisivo’, contó que había llegado a un lugar y sabía que había una foto que le pertenecía. Puso la cámara, encuadró, es decir construyó el lugar escenográfico en donde él quería que sucediera, pero en aquel momento la gente no estaba situada como a Cartier-Bresson le gustaba que se pusiera en sus fotos. Esperó pacientemente dos horas hasta que la gente se distribuyó como a él le gustaba. De alguna manera eran actores anónimos que estaban participando de una escena, y el espacio mental del fotógrafo tomaba la decisión de cómo quería que ese mundo estuviera ordenado.”

Los espacios mentales
“Los fotógrafos somos los que disparamos después de construir la idea, pero trabajamos con un lenguaje que es muy perverso”, admite Gutiérrez. “El otro día leía un libro de recopilación de artículos del escritor John Berger y decía, sobre una frase de Barceló, que tenemos que volver a pintar el cordero abierto, los rostros, las cosas, pero no lo tenemos que hacer como lo pintaron Rembrandt o Cézanne, lo tenemos que volver a pintar porque Berlusconi los ha distorsionado. Berlusconi es una metáfora de los medios, de la publicidad, pero lo cierto es que hay una distorsión sobre el mundo que se ha generado a partir del mismo lenguaje con el que nosotros creamos una distorsión emocional del objeto o de las presencias –asume el curador–. A nosotros, los fotógrafos que trabajamos en estas líneas, los únicos espacios que nos quedan son los espacios mentales en donde se generan las visiones. Tenemos que hacer caso a las necesidades de nuestros espacios mentales con la máxima libertad posible para cuestionar los discursos dominantes.”

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