CULTURA
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Porrúa, hacedor de estrellas
Por J. S.
La primera vez que apareció –o que me tocó ver– el nombre de Francisco Porrúa en un libro debe ser en la dedicatoria de Bestiario, el volumen de cuentos de 1951 de un ignoto Julio Cortázar, editado por Sudamericana: “Para Paco, que gustaba de mis relatos”, dice el Julio que por entonces dejó el libro en los estantes y se fue a París. ¿Pero quién era ese (Paco) Porrúa? Como buen argentino, el hombre era y es gallego. Nacido en La Coruña en 1922, lo trajeron a los dos años y vivió en la Patagonia hasta que subió a Buenos Aires a los dieciocho a estudiar. Estuvo en la carrera de Filosofía de la UNBA entre 1940 y 1945 y después se metió en el mundo editorial.
Fundó Minotauro en 1955 y simultáneamente desde mediados de los cincuenta estuvo ligado íntima y laboralmente a Editorial Sudamericana, para la que aportó su buen ojo, mejor gusto y soberana inteligencia a la hora de elegir autores. Sostener a Cortázar, recuperar a Marechal y publicar Cien años de soledad fueron algunas de sus decisiones históricas de los sesenta. Sólo algunas, y fundamentales.
Se fue como tantos a mediados de los expulsivos setenta a España y se radicó allá. Siguió editando, para sí y para otros. En el 2001, finalmente, vendió Minotauro. Hace apenas unas semanas cruzó el Atlántico y estuvo en México. En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo premiaron por su trayectoria como extraordinario editor, una especie –es bien sabido– en vías de ominosa extinción. Pero él sigue, conoce todos los secretos del mundo del libro, ese laberinto.
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Porrúa, hacedor de estrellas