CULTURA › POR FEDERICO ANDAHAZI
La feria y yo
Tengo el inmerecido privilegio de haber sido invitado a varias ferias del libro de distintas ciudades, desde la modesta y bellísima Feria de Lima hasta la inconmensurable Feria de Guadalajara. He conocido la Feria del Chaco y la de Copenhague, la de Pula en Croacia y la de Madrid, la amable feria al aire libre del Parque del Retiro en Madrid y la hospitalaria feria de Ituzaingó, la polar fiesta de los libros de Helsinki y la de San Pablo. Me he perdido en las soviéticas dimensiones de la Feria de Moscú, entre cuyos pasillos deambulé durante horas sin haber podido encontrar jamás el stand de mi editorial, frente a cuyo mostrador los entusiastas lectores rusos esperaban para hacer firmar sus ejemplares. He debido abandonar no sin cierta urgencia el edificio donde funcionaba la Feria de Quito a causa de un alerta de terremoto, y también tuve que evacuar las instalaciones de la Feria de Miami por los fortísimos vientos que parecían ser el prólogo de un huracán que, afortunadamente, nunca llegó a tierra. En la Feria de Estambul recibí amenazas de una anónima agrupación fundamentalista que opinaba que el contenido de mi primera novela, El anatomista, era ofensivo para sus principios, motivo por el cual creí prudente abreviar mi permanencia en Turquía. Quizá sea la mía una impresión enteramente subjetiva, pero creo que no hay Feria del Libro como la de Buenos Aires. Cada vez que, como en este caso, me preguntan si tengo alguna historia memorable en relación con nuestra feria, respondo con alivio: “Ninguna. Afortunadamente, ninguna”.