DEPORTES › OPINION

Los vecinos de Fernando Miele

 Por Gustavo Veiga

Fernando Miele, el gran discriminador, se siente discriminado. El miércoles habló de todo y, embadurnó a todos (Alberto Guil, su sucesor en la presidencia de San Lorenzo, sus antiguos opositores, la dirigencia de River...) en radio La Red. Pivoteó sobre temas como la “democracia anárquica” y su “destierro”. Se puso nervioso, confundió los términos y dio la sensación de que, como el pato, a cada paso deja una muestra.
Miele escogió el espacio donde contar sus verdades a medias y fue en la emisora de TyC, empresa a la que, en otros tiempos, llamó para pedir la cabeza de un periodista (Elio Rossi). Un día antes, se había rehusado a declarar ante un juez que lo investiga por supuesta administración fraudulenta en la compra de un sistema de audio y video para el Nuevo Gasómetro.
Pero sus conocidas diatribas, sus irritantes comentarios sobre todas aquellas personas que le perturban el ánimo abarcaron, otra vez, a la villa miseria que se levanta frente al estadio que una vez supo construir y que, según él, debería reportarle un lugar en el bronce. La frase de pacotilla que utilizó Miele fue: “Y San Lorenzo tiene una villa miseria, enfrente, que es un lugar bastante embromado que tiene que tener controlado todo el día...”.
El ex directivo también discurrió sobre las bondades del sistema que a su club le costó 1.800.000 pesos y, en determinado momento, señaló: “San Lorenzo tiene audio... tiene, digamos, todo un sistema que te permite escuchar todo lo que están hablando en el estadio...”. La gran oreja sobre la que escribió George Orwell en la ordinaria versión de fisgón que representa Miele.
Se trata, vale recordar, del mismo personaje que el 21 de marzo de 1998 dijo sobre los habitantes de la villa vecina a San Lorenzo que todavía lo inquietan: “Esta gente no tendría que estar más acá. En la villa habitan peruanos, bolivianos y paraguayos, gente que a veces le hacen un gran daño a la sociedad. Pero erradicar las villas no es un problema mío... Podrían mandarlos a Ezeiza... Yo no me tengo que ocupar de los derechos humanos de nadie...”.
A Miele, entonces, deberíamos darle las gracias por ocuparse sólo de sus derechos humanos.

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