ESPECTáCULOS
“Es un momento para abrir ventanas a la creación”
La actriz Claudia Lapacó explica cuál es la idea movilizadora de “Para qué las canciones”, el espectáculo de teatro musical que estrena esta noche. “Queremos que nuestro trabajo sea una caricia para el espectador”, dice.
Por Hilda Cabrera
Poder llenar de poesía la vida de los espectadores es en estos días uno de los propósitos de la actriz Claudia Lapacó y el equipo de artistas que la acompaña en su nuevo espectáculo Para qué las canciones, que luego de una función destinada a invitados se estrena hoy a las 21, en La Casona del Teatro de Beatriz Urtubey (Av. Corrientes 1975). Artista de importante trayectoria y afinados recursos expresivos, Lapacó demostró tiempo atrás sus condiciones para el teatro musical. En diálogo con Página/12, recuerda, entre otros, los concretados en el Café Mozart, de Esmeralda 754. Allí presentó en 1985 un trabajo que reunía catorce tangos, traducidos al francés por el narrador, dramaturgo y poeta tucumano Julio Ardiles Gray, y dos años más tarde: Para Elisa (con Elena Mignaquy) y La Torre de Babel. Aspira a que esta nueva propuesta resulte luminosa y colorida. Cuenta con la experiencia, en la dirección y puesta, de Helena Tritek (Las corpiñeras, En la columna, Venecia), quien les ha impreso a los diferentes personajes de estas canciones “una teatralidad original”, según la actriz. Se trata de composiciones célebres y otras poco transitadas de Kurt Weill, Jerome Kern, Oscar Hammerstein, Jerry Bock y Sheldon Harnick, o desconocidas a nivel local, como algunas de los franceses Maurice Yvain y Jean Ferrat.
En escena, Lapacó se multiplica, teatralizando, entre veinticinco personajes, a una esposa engañada y a una prostituta; a una señora burguesa y una linyera, e incluso a una niña. Cuenta que en este trance Tritek le proporciona seguridad. “Ella es muy generosa, y esto es importante para el que está en escena. Mis compañeros son maravillosos –califica–. Han hecho un trabajo precioso: Gonzalo Demaría, en las adaptaciones de los diferentes idiomas; Gerardo Gardelín en el piano y los arreglos, y Lino Patalano en las luces.”
El proyecto venía demorado desde un año atrás, debido a su fuerte compromiso en la convocante El zoo de cristal, de Tennessee Williams, puesta en el Teatro Regio, donde compuso a una autoritaria, cómica y tierna Amanda Wingfield. “Me entrego mucho a lo que hago, y me resulta imposible trabajar en más de una obra al mismo tiempo”, apunta esta actriz que ha sabido adueñarse de la escena protagonizando papeles en espectáculos de muy diferente diseño. Se la vio últimamente en Las corpiñeras, de Miriam Russo, Bien de amores (obra al aire libre sobre textos españoles clásicos), Las mil y una noches, de Pepe Cibrián Campoy, donde se la aplaudió en el rol de la sultana Feyza, y en la versión musical de La Nona, de Roberto Cossa, ofrecida en el Teatro Alvear. “Siempre hice un repertorio muy mezclado, y pasé de ser una mujer sexy, de hacer de vedette, a otra seria. Mi gran cambio se dio cuando me llamaron para trabajar en Otros paraísos, de Jacobo Langsner –señala–. Ese era un texto muy fuerte. Tuve además la suerte de ser dirigida por artistas muy completos, como Roberto Villanueva y Jorge Lavelli.”
Lapacó dice ser obediente a la dirección: “El intérprete es como un instrumento musical y debe sonar distinto con cada director. Es como en las orquestas: una misma sinfonía suena distinta según quién empuñe la batuta. Mi placer es meterme en los personajes, buscar su coloratura, olvidarme de mí.” Una actitud que relaciona con el aprendizaje del canto: “Tuve muchos profesores. Estudié con Naidich, Capdevila, Susana Rossi.” Se inició en el teatro independiente de Buenos Aires y realizó estudios en París. Integró el elenco del Teatro Universitario Franco Argentino, actuando en idioma francés. En 1959 se atrevió a hacer teatro en italiano, junto al actor Gianni Lunadei: “En casa se hablaba francés, así que aprendí este idioma antes que el castellano. Después estudié italiano en la Dante Alighieri. En teatro, mi primera profesora fue la titiritera Sarah Bianchi. Yo tenía entonces 14 años. Más tarde, tomé clases con Hedy Crilla. A los 17 años ya participaba en obras importantes –recuerda–. Es interesante cambiar de maestros, porque todos tienen su método, y uno puede relacionarlos luego y elaborar el propio”. Esto es válido –según la actriz– tanto para la actuación como el canto: “Impulsa al juego, que debe ser permanente en escena. En este momento, en el que no nos faltan problemas y tristezas, ese juego es más importante todavía. Por eso, los que estamos en el mundo del espectáculo debemos abrir las ventanas a la creación. Por lo menos para intentar salvarnos anímicamente. Nosotros queremos que nuestro trabajo en Para qué las canciones sea una caricia para el espectador”.