Fue una muy buena pelea, mucho mejor de lo que podía esperarse con una previa contaminada de bravuconadas y desafíos desaforados. Los dos se prodigaron con todo, no hubo infracciones, no se guardaron ni energía -tenían mucha, bien entrenados– ni reservas anímicas: echaron el resto. Ganó muy bien Domínguez, con toda su experiencia y con sus casi 18 kilos menos. Moli hizo lo suyo –rudimentario pero no desordenado– con constancia y tratando de no perder la línea. Pero fue superado por los mucho mayores recursos de su rival, que le supo tomar el tiempo, alternando la huida con el cambio de golpes, el retroceso con la ofensiva. No hubo caídas aunque ambos estuvieron al borde. El final fue de cuento: los dos grandotes felicitándose recíprocamente tras el fallo y Domínguez -incluso durante el último round, pasadas las doce– saludando a mamá. Una maravilla. El fallo unánime hace a Domínguez campeón argentino y le permite retener la corona sudamericana.