DEPORTES › LA VIOLENCIA DEL FUTBOL Y LA VIOLENCIA POLITICA
El grupo de fuerza que utilizó la Unión Ferroviaria tuvo su nacimiento en el centro de una tribuna. El principal acusado, Cristian Favale, identificado con Defensa y Justicia, también tiene vínculos con hinchas de Banfield.
› Por Gustavo Veiga
Nunca antes había quedado tan claro. El crimen del joven militante Mariano Ferreyra permitió comprobar que la violencia del fútbol y la violencia política están más próximas entre sí que la distancia entre Constitución y Avellaneda. La patota que armó la Unión Ferroviaria de José Pedraza no nació en un taller de locomotoras, ni en las boleterías. Germinó en un semillero de barras bravas, se mezcló con violentos de la Lista Verde que fatigan las vías del tren para romper cabezas y recorrió en tropel las calles de Barracas hasta cazar a sus víctimas. Acicateados por un enemigo común –los trabajadores tercerizados y la izquierda clasista–, barrabravas que sólo profesan la ideología de recaudar dinero apretaron el gatillo al servicio de sus mandantes. Cristian “Harry” Favale, identificado con el club Defensa y Justicia, es el principal acusado de haber disparado, pero no sería el único. Su simpatía futbolera nos lleva varias estaciones más allá del Riachuelo. Los barras como el presunto asesino siguen al equipo de Florencio Varela y son amigos de otros barras, pero de Banfield. De a decenas, consiguieron trabajo en el Ferrocarril Roca y en la empresa Intercargo, con base en el aeropuerto de Ezeiza. No llegaron a sus puestos por concurso de antecedentes o agencias de empleo; su relación con el duhaldismo o con personeros del ex presidente les facilitó el ingreso. Cobran sueldos que llegan a los 7 mil pesos mensuales y tienen línea directa con funcionarios municipales del Gran Buenos Aires, una de las fuentes de su verdadero poder.
Un sector de la barra brava de Banfield hizo pie en Florencio Varela hace varios años. Responde a Santa Fe, un histórico del tablón devenido en plateísta del estadio Florencio Sola. La amistad y, sobre todo los negocios, unió a este grupo con los violentos de Defensa y Justicia, que mantienen su propia interna. En marzo de este año, la facción que responde a Héctor Vaca Alarcón –quien también integra la Doce– mató de una puñalada a Marcos Galarza, un joven que respondía a Maximiliano “Pata” Vidal, su rival entre los pesados de la tribuna. El enfrentamiento provocó la desbandada de Alarcón y la llegada al liderazgo de Alexis Godoy, un barra que reconoce el poder del Vaca y que está vinculado con la Unión Ferroviaria. Estos nombres que, así como aparecen se desvanecen, reciclan su poder en cualquier barra brava conservando una misma matriz de financiamiento político. Los de Banfield y Defensa y Justicia, desde la época en que gobernaba Eduardo Duhalde, comenzaron a trabajar en Ferrobaires (que controla el Roca) y la Aduana de Ezeiza. Eso no les impidió generar vías de ingresos alternativos, antes con el menemismo, ahora con el puntero kirchnerista Marcelo Mallo, la cara visible de Hinchadas Unidas Argentinas.
Favale volvió a la tribuna de la mano de Godoy. También se le atribuye una relación fluida con Darío Fariña, un puntero del PJ de Florencio Varela y coordinador del área de Salud del municipio (quien además viajó al Mundial de Sudáfrica en el vuelo de la barra tan oficial como oficialista). El barra detenido es la punta del iceberg de un entramado de relaciones que ya no puede ocultarse bajo la superficie. Algo semejante sucede con la barra brava de Banfield, hoy dominada por Miguel Angel Tuñinali, un ex convicto que hace y deshace adentro del club. En 2009, su grupo de apoyo que proviene de Villa Niza, partido de Lomas de Zamora, despidió el año con una gran festichola en el polideportivo de la institución. El presidente Carlos Portell, su vice segundo y funcionario municipal, Gastón Lasalle, y el actual intendente de Lomas de Zamora como caracterizado hincha de Banfield, Martín Insaurralde, lo conocen muy bien. Otro tanto ocurre con Alberto Trezza y su hijo Santiago, dos dirigentes duhaldistas, respecto del grupo de Santa Fe. El primero fue interventor de Ferrocarriles cuando el ex presidente Carlos Menem los desguazó. Su influencia se proyectó hasta el breve gobierno de Duhalde al frente de Ferrobaires y sigue hasta la actualidad. Trezza (h.) trabajó como coordinador de Intercargo en el aeropuerto de Ezeiza cuando la empresa fue investigada mientras operaba una red delictiva que robaba de los equipajes y de los contenedores. Al frente de la compañía estaba Osvaldo Daniel Castruccio, quien había sido designado en el cargo por el mismo Duhalde.
Barrabravas de Banfield se de-sempeñaron en Intercargo durante aquel período. Y su relación de dependencia quedó en evidencia cuando el 29 de septiembre del 2006 les robaron banderas y camisetas a hinchas de Lanús –su clásico rival– que regresaban desde Brasil por la compañía Gol. Alejandro Marón, el ex presidente de este club, dijo en aquella oportunidad: “Hubo una situación anormal con la gente que fue a buscar el equipaje despachado. Les faltaban cosas vinculadas con Lanús. Por ejemplo, tenían una cámara digital y les sacaron la camiseta”. Los pesados de Florencio Varela también consiguieron conchabo en las vías y en el aeropuerto. Hoy perciben sueldos de hasta 7000 pesos, al margen de los trabajitos por encargo como aprietes o seguridad en los actos del político o sindicalista que guste contratarlos.
Portell minimizó la influencia nociva de Tuñinali y su grupo cuando en abril de 2009 intimidaron al plantel que dirige Julio Falcioni. “No fue nada para alarmarse, vinieron a brindar su apoyo”, dijo el presidente citado por el periodista Gustavo Grabia, en Olé. Omar Regazzoni, el actual secretario general de Defensa y Justicia, el club de la barra amiga, declaró en Radio Provincia el 25 de octubre pasado: “Defensa no tiene barrabravas sino socios”. Y en el intento por despegar a la institución del asesinato de Mariano Ferreyra y de Favale, su presunto autor, aclaró: “Aunque puede ser que sea parte de la hinchada de Defensa y Justicia, lo que hizo este hombre fue por su propia iniciativa”.
Estos violentos a los que echan mano políticos y sindicalistas de la burocracia, y a quienes prohíjan o temen los dirigentes del fútbol, son la mano de obra de sus objetivos inconfesables. Pueden amedrentar a opositores en una asamblea gremial o en la de un club donde se trata un balance, colocar banderas favorables a determinados candidatos en vísperas de elecciones o, como en el caso del militante del Partido Obrero, tirar a matar. Les da lo mismo siempre que les paguen por sus servicios.
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