DEPORTES › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
Una cuestión que no tiene que ver estrictamente con el juego –esto es, si River podrá o no jugar contra Desamparados en su cancha y con público o no– y además la patética pirueta que de golpe permite a las hinchadas visitantes concurrir a los partidos del Nacional B han dejado de lado lo estrictamente lúdico, o sea debatir de verdad los motivos por los cuales se juega cada vez peor.
Para solaz de distraídos e ignorantes, los escuálidos quince goles –apenas uno y medio por partido– que se marcaron en la tercera fecha acercan y mucho a aquel axioma falaz que esgrimen cada tanto los alterados que inventaron que los partidos perfectos son los que terminan 0-0.
Pero solamente falta que, a la manera de los pseudocomentaristas antiguos, aquellos que justificaban los pocos goles con el simplismo de “las defensas superaron a los ataques” aparezcan los descubridores de lo que no existe justificando dicha escasez imaginando que se defiende bien. ¡Mentira! Se juega tan mal como se ataca y tan mal como se defiende.
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