DEPORTES › OPINION
› Por Diego Bonadeo
Desde casi siempre, uno ha adherido a esa especie de declaración de principios futboleros con que el entrañable Eduardo Galeano prácticamente dispara desde el comienzo de su “Fútbol a sol y a sombra” en cuanto a que a la larga los disfrutadores del juego nos hacemos hinchas de los equipos que nos gustan como juegan.
Así las cosas, quien esto escribe, y se supone que, en general, la cofradía del “fútbol que le gusta a la gente” –que uno debe insistir es mucho más numerosa que la antinómica, e incluso mucho más numerosa que lo que nosotros mismos suponemos– fue refractaria al elogio al fútbol que en general se juega y se jugaba en Italia, tanto a nivel de clubes como a nivel de la selección nacional de ese país. Aunque ganaran títulos. Porque se trata del juego.
Por las mismas razones uno adhirió con alegría y esperanza a la aparición de Barcelona y un poco en menor medida a la selección española.
Al más que positivo cambio futbolístico cultural de la selección alemana de los últimos años, es razonable ser medianamente optimista por esta selección italiana de la Eurocopa, que muy poco tiene que ver con la olvidable historia cercana de sus antecesores. Y no es disparatado imaginar que uno de los motivos del cambio esperanzador tenga que ver con el contagio por la belleza futbolera de Pirlo.
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