DEPORTES › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
En estos días en que algunos de los temas excluyentes son los 118 milímetros caídos sobre la Capital Federal y el conurbano y sus funestas consecuencias –con víctimas fatales incluidas–, además de las agresiones a mansalva de parte de los delincuentes amparados por políticos, dirigentes, futbolistas y periodistas contra trabajadores contratados para intentar preservar lo que la policía no preserva, a partir de la reciente remontada de la selección de Suecia frente a la de Alemania, para convertir un 0-4 en 4-4, de los goles “agónicos” de Quilmes contra San Lorenzo, y los de Boca contra River en el Superclásico, uno de los temas de discusión instalados hace hincapié en la “necesidad” de “cerrar” un partido cuando hay un resultado favorable.
Uno recuerda un partido entre Racing y Boca, allá por la década del ’70. El entrenador de Racing era Osvaldo Zubeldía, un especialista en menesteres a veces non sanctos. Racing ganaba 3-0 y Boca lo terminó ganando 4-3. La reflexión de Zubeldía fue algo así como: “Lo que yo alguna vez dije era que si iba ganando 2-0, no me lo iban a dar vuelta. Ganando 3-0 es otra cosa...”.
Pero el perfeccionamiento de la trampa anduvo rondando algunos esperpentos televisivos, ya el domingo por la noche. Hubo quienes sugirieron que para “cerrar” un partido que en el resultado se desarrolla favorable, lo mejor es hablar con los pibes que alcanzan las pelotas...
Así andamos: una semana atrás, en un partido de la Liga de España, Barcelona le ganaba 5-4 como visitante a Deportivo La Coruña, mientras que en los diez (10) partidos del fin de semana entre los veinte equipos de Primera en la Argentina hicieron apenas tres goles más.
Hay que recordar que la mayoría de esos partidos se jugó en campos de juego muy barrosos o, por lo menos, bastante húmedos, lo que –según cuenta la tradición futbolera– hace propicios los remates de media y larga distancia y, por consiguiente, la mayor cantidad de goles. Fue al revés.
¿Causa extrañeza? Newell’s, el puntero, tiene un promedio prácticamente “perfecto” de un gol por partido: marcó 13 goles en doce fechas. Le da 1,08. ¡Y es el puntero!
Y entonces aparecerán los reivindicadores del “equilibrio”, sin explicar qué es lo que significa. Es que si el “equilibrio” está vinculado con tirar pelotazos a dividir y cuanto más lejos mejor, se llega a lo que el tacticismo desde siempre cuestionó falazmente de quienes defendemos “el fútbol que le gusta a la gente”: el fútbol sin arcos. Claro, para que el partido sea “perfecto” y termine 0-0...
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