DEPORTES
› OPINION
En nombre del resultado
› Por Pablo Vignone
Angel Cappa tiene una definición brillante para el caso. “El fútbol italiano me llena mucho –dice en teoría prometedora–, me llena porque, del aburrimiento que me produce, cada cinco minutos me levanto para ir a picar algo a la heladera.”
La final de la Champions League de ayer fue una más de incontables demostraciones prácticas de aquel postulado. Pocas veces se ha presenciado un espectáculo tan patético y poco acorde a los pergaminos del torneo en cuestión, indudablemente el más poderoso y prestigiado de los campeonatos internacionales.
Cuesta creer que los italianos, sin rivales a la hora de la elegancia para vestir, puedan lucir semejantes harapos futbolísticos cuando se da la ocasión de asistir a tremendo banquete del fútbol.
Old Trafford les quedó varios talles grande, y acaso un potrero en Sarandí habría sufrido el mismo efecto. Un equipo de cuarta categoría como el Milan, cuyo técnico cree que es aconsejable dejar en el banco a jugadores de la talla de Rivaldo o Redondo, no merece ser campeón de Europa. Un equipo como el Juventus, cuyo principal atributo para conquistar el Scudetto fue tener la valla menos batida, que llega por primera vez al arco rival a los 40 minutos, tampoco se hace acreedor al merecimiento. ¿No convenía que el tercero se hiciera cargo de la Champions?
No hubo goles de otro partido, ni siquiera hubo goles. Jugaron 90 minutos espantosos, no aprovecharon el guiño que significaba el gol de plata –para que no hubiera muerte súbita– y a la hora de definir por penales se mantuvieron cruelmente fieles a su causa de terror: se desperdiciaron cinco de los diez penales.
La imagen televisiva de la espectadora dormida en el regazo de su acompañante, cuando faltaban pocos minutos para el saludable final, resultó la mejor síntesis del abominable crimen que, en nombre del resultado, se puede cometer con el fútbol. ¿Para qué sirven millones, tácticas, especulaciones, títulos nobiliarios, si van a perpetrar tamaño atentado?
Milan espera en Tokio. Uno se pregunta para qué.