DEPORTES › A PROPOSITO DE LA ESCANDOLOSA FINAL DE LA COPA SUDAMERICANA 2013
La historia de los torneos sudamericanos está manchada de violencia y corrupción. La final entre San Pablo y Tigre demostró que se puede festejar de manera obscena donde hubo sangre minutos antes.
› Por Gustavo Veiga
Un mes antes de entregarle la Copa Sudamericana al arquero Rogerio Ceni, Nicolás Leoz había sido operado del corazón en San Pablo. Tenía una arteria obstruida, pero ni siquiera ésa, la cuarta intervención quirúrgica a que se sometió por problemas coronarios, le impediría regresar a la misma ciudad y participar en la premiación del campeón brasileño. El viejo dinosaurio que preside la Conmebol desde 1986 sonreía entre serpentinas y papel picado mientras a pocos metros de ahí, los jugadores de Tigre mostraban los golpes y cortes que les habían propinado policías y personal de seguridad del estadio Morumbí. Unos, los ganadores de un partido trunco de apenas 45 minutos, exteriorizaban su alegría; los otros, perdedores automarginados de la celebración, sufrían en los vestuarios la sinrazón de un fútbol que se cae a pedazos. Esa postal que ya es de color sepia por tantos años de papelones institucionalizados, la vimos decenas de veces. Es la historia latente de lo que Dante Panzeri hubiera titulado: “Cuando todo muere todo es válido”.
El comunicado oficial de la Conmebol sobre los sucesos del miércoles 12 dice que el árbitro chileno Enrique Osses intentó persuadir en reiteradas oportunidades al equipo de Tigre para que continuara jugando, pero esperó 50 minutos sin lograrlo. Por eso –según el texto– aplicó el reglamento y dio por terminada la final con el resultado 2 a 0 para el San Pablo. Más adelante, la Confederación con sede en Asunción, Paraguay, sostiene que abrirá “un sumario informativo, por lo que está empeñada en reunir todos los informes de las autoridades del partido, y de los clubes involucrados, como también los elementos de los hechos ocurridos, con el propósito de establecer con claridad la realidad de los acontecimientos, de forma tal de aplicar las sanciones ejemplarizadoras que correspondan”.
Nadie que conozca antecedentes de fallos como el que se anticipa creería que la Conmebol va a castigar con la quita de puntos al San Pablo, como exigirá el presidente de Tigre, Rodrigo Molinos: “Pediremos que se le dé por perdido el partido al club local, que generó los incidentes. Sabemos que es difícil, pero lo vamos a manifestar porque fue gravísimo. Ni un solo dirigente brasileño se acercó a preguntar qué pasaba, si estábamos bien”, señaló. Y para justificar el escarmiento, agregó: “Que haya patovicas en la puerta del vestuario para pegarles a los jugadores no se ha visto en ningún lado”.
El dilema de Tigre es cómo construir un relato que se apoye en imágenes contundentes sobre los incidentes ocurridos en los pasillos y antesala de los vestuarios. No quedan dudas de que sus jugadores Damián Albil, Martín Galmarini y Matías Escobar, entre otros, el ayudante de campo Jorge Borrelli y hasta el responsable de la seguridad del plantel recibieron distintos tipos de golpes, con objetos pesados y cortantes. Las imágenes de TV que llegaban desde San Pablo lo confirman. También las fotografías tomadas por un empleado del club. Pero las cámaras de Fox –dueña de los derechos televisivos– no filmaron las agresiones que denunciaron los damnificados ante la Justicia paulista. Y en Brasil hasta se permitieron dudar de cómo se produjeron los hechos.
La página oficial de Tigre tituló “Imágenes de la barbarie” donde se ve cómo quedaron los heridos, y “Animales”, un epíteto que recuerda las peores tradiciones argentinas en los torneos sudamericanos, y sobre todo en la Copa Libertadores, cuyo nombre era para Panzeri “un insolente homenaje de la corrupción a aquellos muertos”. En cambio, la web oficial del San Pablo sólo muestra los festejos en una innumerable cantidad de fotos y el video –entre otros– donde aparece su entrenador, el provocador Ney Franco, diciendo que disfrutó ver cómo empalidecían los jugadores argentinos. “No sé qué pasó fuera del campo, no tengo información”, les respondió más de una vez a los periodistas brasileños durante su conferencia de prensa de casi media hora.
Cualquier eventual sanción que aplique la Conmebol, queda claro, no le otorgará a Tigre los puntos de una final que se negó a jugar en el segundo tiempo. Aun con argumentos atendibles, a lo máximo que puede aspirar es a un castigo para el San Pablo y a la suspensión del Morumbí y el personal de seguridad que agredió a sus futbolistas. La Confederación Sudamericana ha sido muy severa en algunas oportunidades, pero sólo cuando quedó rendida ante la evidencia de incidentes filmados al derecho y al revés.
En noviembre del ’97 suspendió el estadio de Lanús por 18 meses y le dio 10 partidos de inhabilitación a su jugador Oscar Ruggeri por una pelea todos contra casi todos en un partido por la desaparecida Copa Conmebol ante el Atlético Mineiro. El club, dando el ejemplo, sumó a ese castigo sanciones para dos empleados y un revisor de cuentas que agredió a Leao, el entrenador visitante. En 2004, la Conmebol suspendió por un año al mexicano Cuauhtemoc Blanco por agredir a jugadores del Sao Caetano de Brasil en un partido donde defendía la camiseta del América. Los incidentes ocurridos entre los dos equipos sobre el final del juego también fueron castigados con una multa de 50 mil dólares para el club local y tres fechas de suspensión al estadio Azteca. Módica pena si se la compara con el año y medio que le dieron a Lanús. En ambos casos se percibe que los organizadores de estas copas impregnadas con un ligero sabor a sangre no miden siempre con la misma vara.
Los torneos sudamericanos están repletos de bochornos como el de San Pablo. La Copa Libertadores, la más antigua del continente, que empezó a disputarse en 1960 (la ganó Peñarol), colocó el primer mojón de la violencia generalizada en 1971. Boca y Sporting Cristal no pudieron terminar un partido en la Bombonera que finalizó con todos los jugadores expulsados menos los dos arqueros, Sánchez y Rubiños, y el peruano Meléndez, un correctísimo defensor boquense. Todavía se conservan esas imágenes en blanco y negro donde se ven patadas voladoras, trompadas y corridas en el campo de juego. Ese tipo de evidencias son las que ahora está obligada a procurarse e investigar la Conmebol para aplicar la sanción ejemplarizadora que declamó en su comunicado.
Como fuere, la decencia no se recuperará con un fallo. En cada Copa, el fútbol y sus organizadores la han ido perdiendo de a poco. La celebración del Morumbí con bengalas, papel picado y serpentinas a escasos metros de jugadores que habían sido agredidos –incluso con la exhibición de armas de fuego– es un acto obsceno. Al fútbol, si se permite la metáfora ramplona, lo dejaron en pelotas.
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