DEPORTES • SUBNOTA
› Por Gustavo Veiga
A Brasil lo miran con una lupa del tamaño del Maracaná. Con el Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 por delante, el tema de la inseguridad es una cuestión de Estado delicada. Todo lo negativo que ocurra en sus grandes estadios y más aún durante la final de un torneo internacional repercute mal. El año próximo, entre el 15 y 30 de junio, el país será sometido a su primera prueba de cierta envergadura: organizará la Copa de las Confederaciones, que disputarán ocho selecciones nacionales.
La FIFA, en principio, se desmarcó de los graves incidentes del Morumbí y ayer expresó a través de su presidente, el suizo Joseph Blatter: “Esto es una advertencia para los organizadores del Mundial de lo que puede pasar”, y agregó: “La seguridad es un asunto de la policía o el Ejército. En el fútbol no tenemos el poder para hacernos cargo de la seguridad”.
Por su parte, el director de Operaciones del Comité Organizador del próximo Mundial, Ricardo Trade, manifestó: “Ese tipo de imágenes de televisión no son buenas para nosotros, por supuesto que no las queremos. También queremos cambiar otra imagen negativa, la de la policía militar en los estadios escoltando al árbitro y responsables fuera del campo. No es una imagen positiva”.
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