DEPORTES
› EL SOCIOLOGO ROBERTO DI GIANO, ANALISTA DEL FENOMENO
“En la Argentina, el fútbol funciona con mucho autoritarismo”
En el mes en que se cumplen 25 años del Mundial 1978, la ocasión parece propicia para pasar revista a los usos del deporte por parte de las dictaduras militares. “El fútbol tiene tanta riqueza que ellas usaron a su favor la organización, el orden y la disciplina”, afirma el estudioso.
› Por Facundo Martínez
“El fútbol requiere y exhibe una gran cantidad de elementos, hasta contradictorios. Se puede hablar de orden y de libertad, de organización e improvisación, de azar y previsibilidad. Y creo que, finalmente, la riqueza del fútbol es eso. Hay tantos elementos que cualquiera los puede usar. Los militares utilizaban lo que tenía que ver con la organización, el orden y la disciplina”, afirma el sociólogo Roberto Di Giano, investigador y miembro del Area Interdisciplinaria de Estudios del Deporte, que funciona en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, quien en este diálogo con Página/12 pasa revista de los usos del fútbol en las dictaduras militares y en los últimos gobiernos democráticos.
–¿El caso del Mundial ‘78 sería el más representativo con respecto a los usos políticos del fútbol?
–Sí, pero para pensar el fenómeno en toda su dimensión hay que realizar una mirada restrospectiva sobre los años 60, donde aparece cierta tendencia en cuanto a los significados que se puede hacer a partir del fútbol. El antecedente más fuerte es el de Juan Carlos Onganía, quien toma el poder de la Nación pocos días antes de que finalice el Mundial de Inglaterra ‘66 y aprovecha el clima social para acercarse rápidamente al fútbol. Desde ese lugar, aprovechando el hecho de que los medios de comunicación reproducían detalladamente sus mensajes, le habla a la sociedad de las virtudes mostradas por la Selección, como si estos valores pudieran expandirse masivamente en la población.
–¿A qué valores se refiere?
–A partir de los ‘60 se fabrican nuevos tipos de jugadores y se fabrica también un nuevo tipo de militar. Eso es importante para entender por qué se hace ese encuentro de tanto peso entre el fútbol y los militares. En los ‘60, las Fuerzas Armadas se insertan dentro del bloque militar de los Estados Unidos y van a aparecer oficiales con características muy diferentes a los militares de viejo cuño, que estaban vinculados a ideas nacionalistas. Esto se va perdiendo y esa pérdida va a ser clave para entender el tipo de alianzas de estos nuevos militares con los grandes grupos económicos nacionales e internacionales y con los organismos internacionales. Por otro lado, en el fútbol se da un proceso de aculturación muy fuerte, producto del quiebre que se produce en el ‘58 tras el Mundial de Suecia.
–¿Cuándo se comienza a hablar de la necesidad de modernizar el fútbol, de un viraje hacia el juego que se imponía en Europa?
–Esa derrota pudo haberse relativizado, porque en la Selección no jugaban Maschio, Angelillo y Sivori, que eran tres jugadores extraordinarios que habían brillado en el Sudamericano del ‘57 en Lima, en donde Argentina le gana 3-0 a Brasil. Pero lo concreto es que a partir de ese momento entran todos los aires modernizadores que estaban de acuerdo con el época. Aparece aquel famoso mito de la modernización occidental que, por otra parte, creo que es un digno antecedente del mito del Primer Mundo.
–¿Qué es lo que se trata de atacar desde esa perspectiva?
–Todo lo que hasta el ‘58 era un atributo en los jugadores argentinos se convierte en un estigma. Entonces el jugador ya es descalificado porque va al café con los amigos, es decir, porque pierde el tiempo. El Gráfico fue un agente modernizador muy importante, sobre todo después que se desvincula Dante Panzeri –quien se burlaba de esta modernización, lo que explica en parte su desvinculación de la revista, porque creía que sí había que modernizarse pero de acuerdo a tradiciones propias, ricas, con otros elementos– le hace una entrevista al Beto Menéndez y le pregunta si no cree que el barrio, los amigos y el café perjudican al futbolista profesional. Esto es muy fuerte para el jugador, y ahí aparece la figura del jugador indolente. Incluso mucho tiempo antes, en 1913, el diario La Nación, que defiende la postura deportiva anglosajona, descalifica aljugador que está creciendo en los sectores populares; hablamos de inmigrantes italianos, españoles y, en menor medida, de otros países europeos y de los hijos de nativos. Cuando surge la figura del crack, La Nación dice que “el crack es un tipo de jugador que para que juegue hay que ir a buscarlo a su casa”, es un vago, en pocas palabras. Y cuando juega el partido, según este diario, el crack es “un jugador de renombre entre cierto público afecto a las piruetas de éste, ineficaces siempre, que no pasa la pelota y a veces marca lindos goles”. También se dice que es un “negligente” o que riñe con el contrario.
–¿Digamos que se atacan ciertos tipos de comportamientos que tienen que ver con el juego y también los que están más allá del juego?
–Sí, se trata al jugador como a un pendenciero. Pero con los años, a mediados de los ‘20, la elite comienza a aceptar al crack. Entonces, primero en 1913 y después en 1963 vuelve a aparecer la figura del jugador indolente y con eso toma fuerza la idea de que el jugador tiene que ser resocializado, ser sometido a una disciplina, en principio corporal, que también es un forma de disciplinar la conciencia. Y va a ser la institución la encargada de ese disciplinamiento. Aparecen Alberto J. Armando (presidente de Boca) y Antonio V. Liberti (presidente de River) diciendo que el fútbol tiene que convertirse en una empresa, funcionar como una empresa, aunque sin dejar de ser instituciones sin fines de lucro. ¿Es curioso, no? En los ‘60 aparece todo esto de lo gerenciado, como un adelanto.
–¿Un gerenciamiento que tiene que ver con cierta disciplina del trabajo?
–Con esta idea de la empresa, los dirigentes comienzan a exigirles a los jugadores horarios, disciplina, rigor y regularidad. Y ésa es una forma de acabar con el jugador. Se le pide regularidad al jugador creativo. Entonces los partidos empiezan a ser aburridos, sin goles. Con Juan Carlos “Toto” Lorenzo a la Selección le va mal en Chile 62, pero vuelve a dirigirla en el Mundial ‘66. Con Europa como modelo, Argentina tiene un discreto de desempeño en ese Mundial, pero a partir de cosas que están fuera del partido, como la expulsión de Rattin, acá se los recibe como a héroes. Las voces que dicen lo contrario son pocas, Panzeri, por ejemplo; incluso Perfumo dice “¿qué podíamos hacer nosotros si la fiesta estaba toda preparada?”.
–¿Ahí empieza el paso de significados?
–Bueno, Onganía los recibe en la Casa de Gobierno y les dice a los jugadores que han dado una muestra de bravura y de coraje y, sí, ahí empieza el paso de significados desde el fútbol a la sociedad. Los jugadores comienzan a ser mostrados como ejemplos para modelar a la sociedad. Se da ese encuentro entre esta nueva cultura futbolística y el régimen militar. Lo mismo va a pasar con Estudiantes, aunque después la cosa va a terminar mal. Porque los ponen como modelos y después varios jugadores, Alberto Poletti, Eduardo Manera y Aguirre Suárez –este último le había pegado en un partido que se jugó en la cancha de Boca un codazo a Néstor Combin, un argentino nacionalizado francés que jugaba en el Milan– terminan presos en una comisaría y son sancionados por la AFA, juzgados por “infringir el edicto sobre espectáculos deportivos”. Este nuevo tipo de jugador queda muy expuesto para ser utilizado como modelo. Oscar Malbernat iba a bailar tango, entonces no era un buen modelo para la sociedad, según el régimen militar que hablaba de disciplina, de orden y no de improvisación.
–A todo esto, ¿cuál es la mirada del espectador?
–Desde los años ‘60, el fútbol en la Argentina funciona con mucho autoritarismo. Y la desobediencia se paga muy cara en el fútbol. Hay también un cambio en la mirada de los espectadores. En las tribunas se escuchan comentarios del tipo “éste no jugó bien porque no se toma en serio los entrenamientos”. Es recurrente la idea de que si un jugador noanda bien es porque llega tarde a la práctica o porque se iba de putas, y todo eso.
–Y de Onganía a esta parte, ¿cómo se da esa relación?
–Este proceso de modernización –de carácter exógeno, porque el núcleo está afuera, como siempre en la Argentina– sufre marchas y contramarchas. Hasta El Gráfico se arrepiente en un momento y dice: “Tenemos que volver a tomar cosas que hasta ayer criticábamos, porque ya la organización es tan fuerte en los equipos que ha suprimido la creatividad personal”. Estas marchas y contramarchas llegan hasta 1973, donde aparece un equipo como fue el de Huracán, un equipo que, en forma dinámica, rescata criterios éticos y estéticos de tiempos anteriores: juega bien, golea e, incluso, provoca que el público contrario lo aplauda. Pero esa primavera futbolística dura poco, como dura poco la primavera social. Casualmente coinciden estas primaveras. Ahí es importante la figura de César Menotti, quien pasa de dirigir a Huracán a dirigir la Selección. El mismo lo dice: “esta es otra responsabilidad. Olvídense del equipo de Huracán y del sistema de juego que yo empleaba ahí”. Menotti cree que son responsabilidades diferentes y va cambiando su forma de ser, contradiciéndose en algunos aspectos con las cosas que planteaba antes. Por ejemplo, él estaba en contra las concentraciones prolongadas...
–Y la Selección realiza una suerte de concentración medio enferma...
–Exactamente, los jugadores fueron sometidos a un sistema de preparación exhaustivo y prolongado, inédito en el país. Y, por otro lado, los militares aportaron lo suyo. No sólo en la parte edilicia, sino que custodiaron el lugar en donde se concentraba la Selección y presionaban a los medios para que no les hicieran críticas a los integrantes del cuerpo técnico. Supieron disimular bien aquella fuerte sospecha del resultado con Perú, ¿no?. Su intención fue claramente la de asociar el triunfo futbolístico con su política y su economía.
–¿Qué era lo que se pretendía con el proceso de preparación que empezó en el ‘74?
–Las expectativas eran muy fuertes. Primero, porque ya había muerto Perón, que unificaba de alguna manera al país, y se necesitaba un elemento cohesionador. Y el fútbol es importante para cohesionar momentáneamente a las sociedades. A partir de los colores de la camiseta, de la bandera, la inclusión de los himnos en los campeonatos mundiales... Toda una comunidad se siente orgullosa y representada por un buen estilo, y de ahí la importancia de la Selección. Del ‘46 al ‘55, por ejemplo, durante las primeras presidencias de Perón, la política tenía otros logros importantes para ofrecer a la sociedad, que se podía sentir orgullosa por un montón de cosas. Ahora, cuando quedan pocas cosas para enorgullecerse, el fútbol aparece con mucha más fuerza.
–¿Eso explicaría en parte por qué durante esos años el fútbol quedó relegado?
–Sí, sí. No se va a los Mundiales de 1950 ni de 1954, pero cuando entra en crisis la política económica, en el ‘53, aparece ese amistoso con Inglaterra, que es significativo. El Gráfico, que supuestamente era una revista independiente, y Mundo Deportivo, que era un revista pro peronista, coinciden en avalar el estilo argentino y coinciden también en los porqués. Mundo Deportivo crea una figura que es muy interesante y que, de alguna manera, está a tono con El Gráfico: para darse cuenta –dicen– cuál es la riqueza de nuestra cultura futbolística y cuál es la riqueza de la cultura futbolística inglesa hay que ver los dos primeros goles de ese partido. El primero, con una exactitud perfecta, un golpe de cabeza, es de los ingleses y el segundo, el de los argentinos, es el gol de Grillo, que es una muestra de la habilidad criolla. En ese partido se buscó aglutinar en un momento de crisis, recuperar un poco del orgullo –con la idea de la riqueza de nuestro juego– a través del fútbol. Entonces, lo de jugar el Mundial ‘78 aparece con mucha fuerza después de la muerte de Perón y lo va a seguir la dictadura. También importa mucho a los medios de comunicación:El Gráfico es un poco el alma mater de este Mundial –el apoyo al trabajo de Menotti es total– y los diarios también apoyan todo esto.
–¿Qué repercusión tenían en los diarios locales las críticas al Mundial que llegaban desde el exterior?
–Muy poca. La renuncia del capitán de Holanda, Johan Cruyff, fue bastante disfrazada. Además, hay que tener en cuenta que los militares veían en el Mundial ‘78 una gran oportunidad para cambiar la imagen del régimen en el exterior, “los argentinos somos derechos y humanos”, y todo eso. El secretario de Deportes y Turismo de la dictadura, el general Arturo Barbieri, dijo: “Este torneo permitió reflejar, ante la opinión pública mundial, la auténtica imagen de la Argentina. Un país que gana no puede tener los ribetes que le han endilgado versiones tendenciosas que conocemos”. En cambio, lo del Juvenil de 1979 es utilizado por los militares para moldear a la sociedad en el orden interno.
–¿De qué forma utiliza la dictadura ese éxito?
–Videla habla con los jugadores y les dice: “Han dado una prueba inequívoca de disciplina, de orden, que significa sin más reconocer el principio de autoridad. Había alguien que mandaba, imponía horarios, imponía exigencias y ustedes cumplieron”.
–En verdad, el panorama no puede ser más desolador...
–Sin ese cambio en la cultura futbolística argentina no hubiera sido posible ese encuentro entre los militares y el fútbol. Digamos que la dictadura perfecciona lo que había comenzado con Onganía.
–¿Cómo sigue esta relación en España ‘82, mientras al mismo tiempo mueren chicos en Malvinas?
–Para esa época la dictadura está debilitada y el gran elemento cohesionador no es el fútbol sino precisamente la guerra contra el Imperio Británico. El fracaso en Malvinas debilita al régimen y preanuncia su final. Coincidentemente la Selección fracasa en España.
–En México ‘86, Argentina gana el Mundial y el presidente Raúl Alfonsín invita a los jugadores a saludar desde el balcón de la Casa Rosada. ¿Para la democracia también es necesario utilizar al fútbol políticamente?
–El recuerdo de la dictadura es muy fuerte, digamos que la cosa está todavía fresca. Y Alfonsín responde ambiguamente: les da el balcón a los jugadores, que es todo un gesto, pero él no sale. Y después, con Menem, vuelve marcadamente esa utilización. Menem se acerca al fútbol casi inmediatamente después de asumir. Incluso juega un partido con la Selección, se pone de cinco. Jugar un partido con la Selección es una forma de hacer política. Y después sucede lo de Italia ‘90...
–A pesar del segundo puesto los jugadores son recibidos como campeones.
–Era importante y necesario para el país que a la Selección le fuera bien, porque el país salía de una hiperinflación. Lo llamativo de esa época es que aparecen otros actores relacionados con el fútbol como el FMI. Después del partido con Italia, Michael Camdessus va a poner de ejemplo a los jugadores. “Ustedes –dice– tienen once héroes en Roma. Un ejemplo de la constancia que habría que tener en el plano económico.” Esto es muy fuerte.