DEPORTES
› AMILCAR ROMERO, PERIODISTA ESPECIALIZADO EN VIOLENCIA FUTBOLERA Y AUTOR DE “MUERTE EN LA CANCHA”
“Las barras aparecen con la industrialización del fútbol”
Amílcar Romero es un investigador periodístico que ha llegado lejos en el tema de la muerte en el fútbol. Sus análisis combinan la reflexión histórica y sociológica, trazando líneas que van más allá del ámbito del deporte en sí. El fútbol –dice– es esencialmente violento y las barras producto de su “industrialización” a partir de los ‘60.
› Por Facundo Martínez
“Que haya grupos organizados, fanatizados, que son capaces de morir y matar –To kill or to be killed, era el lema de un jefe de la barra brava del Arsenal inglés para juntar plata; toda una decisión de vida– es algo que se da singularmente en el fútbol y que tiene que ver con su historia”, sostiene Amílcar Romero, periodista, especialista y autor de varios libros y ensayos sobre el tema. Hincha de Quilmes y temprano testigo de hechos de violencia y muerte en las canchas argentinas, Romero no duda al afirmar que las barras bravas son consecuencia de la “industrialización” del fútbol y que la dirigencia futbolera es el principal sostén político y económico de estos grupos violentos.
–¿En qué elementos se basa la relación que usted establece entre el desastre futbolístico de Suecia del ‘58 y la aparición del fenómeno de las barras bravas en el fútbol argentino?
–La vinculación es directa y muy significativa. ¿Por qué la arbitrariedad de 1958? Porque en los fenómenos sociales no se puede determinar con exactitud, como en las personas, el nacimiento o la muerte: entonces uno debe tomar como referencia el momento en el que la sociedad se notifica sobre lo que está pasando. En Argentina, el fenómeno empieza en el ‘58, en Inglaterra durante el Mundial del ‘66, en España en el Mundial del ‘82, en Italia empieza un poco antes, en el ‘78. Generalmente, este fenómeno se da entre las décadas del ‘60 y ‘70, aunque en Argentina, que es un país periférico, aparece mucho antes que en los países centrales, y eso es algo muy singular.
–¿En qué sentido singular?
–Después del desastre de Suecia a los argentinos se nos cae la careta y viene la necesidad de aggiornarse, de copiar un modelo colonial, que en este caso fue el español, el de Santiago Bernabeu y el Real Madrid. Y con ello, la industrialización del fútbol, con la que aparece también la organización sistemática, pagada, institucional –desde arriba, otra característica que va a singularizar el caso argentino– de los grupos violentos. En octubre del ‘58 se da la muerte del hincha de Vélez Alberto Mario Linker, que marca simbólicamente el inicio de una era.
–¿Con este caso sale a luz el problema?
–Tres o cuatro días después del hecho, en el diario La Razón aparece el concepto de “barras fuertes” como algo ya conocido en el fútbol, que todos los dirigentes sabían que existían y dónde paraban, y que son el paso previo a la aparición de las barras bravas. La Razón, con el peso que tenía en esa época –vendía 500.000 ejemplares y tenía una posición ideológica respetable–, larga eso entonces, aunque recién se van a institucionalizar a partir del ‘59 y ‘60, digamos que aparecen con el “fútbol espectáculo”, sociedad anónima.
–¿Cuál es la función que cumplen estos grupos para que las entidades los sostengan, política y económicamente?
–La misma función que cumplen para los capitalistas de la industria del espectáculo en todas partes: hay que tratar de controlar lo máximo posible todo lo que sucede dentro del campo; controlar el azar, acotarlo lo más posible. Entonces, las barras bravas comienzan a ser fundamentales, toman adquieren cada vez más importancia. Es el aliento, el servicio psicológico sobre el rival, el jugador número 12, si se quiere.
–¿El apriete al rival?
–Se hace fundamental controlar este otro elemento, la famosa media inglesa: si ganamos como local y empatamos de visitantes somos campeones. En el fútbol argentino ya estaba institucionalizado que si uno jugaba de visitante era inexorablemente apretado. Aunque no se tratara de barras bravas tal como las conocemos hoy. Los locales te apretaban y la policía, si no miraba para otra parte, también te apretaba. Eso hubo que compensarlo con una teoría, que en la década siguiente fue moneda corriente: a todo grupo operativo con una mística y capacidad de producir violencia la única manera de contrarrestarlo es con otro grupo másminoritario, con tanto o más mística para producir violencia. La idea de la guerra sucia, ¿no?
–Cada institución con su propia barra brava...
–Un jefe policial me contó que ellos mismos se asustaban cuando interrogaban a los pibes y éstos les hablaban de hechos de violencia futbolera anteriores a su nacimiento. Es que si uno es hincha de un club asume la historia, sabe de antemano cuál es la otra barra con la que se tienen cuentas pendientes. No es asombroso, pero para que se llegara a eso, pasaron varias cosas en el fútbol argentino, sobre todo la hipermercantilización de este deporte.
–¿De qué manera funcionan estos grupos dentro de los clubes?
–Hay una función de las barras bravas que tiene que ver con el espectáculo. Ahora, en la medida en que entra el capitalismo a pleno en el fútbol, comienza la otra función de las barras. Se desdobla el trabajo, en “la fábrica” como decía Di Stefano: el fútbol es un trabajo de lunes a viernes, y los domingos un espectáculo en la cancha. Y las barras también se adaptan a este desdoblamiento. De lunes a viernes son una fuerza parapolicial en el polideportivo donde el plantel se entrena y los domingos tienen el espectáculo de los papelitos y cada tanto producen algún desastre que repercute mediáticamente. Con este movimiento constante, las barras controlan toda la información interna del club. Saben quién va a más, quién va a menos, quién se droga, quién no. ¿Qué aspiración tienen ellos con la capacidad de producir violencia y con la información que manejan? Buscan la tercera pata del trípode del poder: el dinero. Le exigen a la Comisión Directiva dinero en entradas y contante y sonante y el status del reconocimiento de los jugadores. Viajar gratis y entrar gratis, también. Exigen eso como si fueran parte del espectáculo, y lo son. ¡Vaya si lo son!
–¿Por qué cree que, siendo tan evidente la mecánica de subsistencia de estos grupos, no se dan políticas serias para erradicarlos?
–En el fútbol este tema es tabú, por muchos motivos. Y es tabú en el sentido más freudiano, que es la muerte. Sobre todo cuando sólo se habla del tema cuando aparece un muerto, porque un muerto es lo único que no se puede ocultar. Todo lo otro, por ejemplo, los aportes de los jugadores a las barras, es tabú. Acá se discute cuánto es el aporte para viajar a un Mundial, pero no por un problema de principios sino porque no se ponen de acuerdo con las cifras. Puede ser que haya cuatro o cinco estrellitas del fútbol argentino que no pongan plata, pero todos los demás oblan cash, rigurosamente. Y, por otra parte, el barrabrava que no trabaja para el club trabaja disimuladamente en alguna fábrica de algún gerente o directivo de la institución. La crisis económica pudo haber cambiado un poco la cosa, pero por lo general es así.
–Al hablar de la industrialización, usted ¿plantea una estrecha relación entre fútbol y modo de producción?
–El fútbol es el deporte por excelencia del capitalismo. Con esta semántica tan sencilla, que representa mejor que ninguna la semántica de lo que es el sistema. La violencia aparece en la década del ‘60, cuando aparece la sociedad de consumo y se da el retiro de la clase obrera, ortodoxamente hablando, del fútbol y aparece la clase media, y ahí aparece el violentismo. Cuando la táctica y estrategia cambia esencialmente y comienza el fútbol defensivo, el catenaccio en el Mundial de Suecia y el doble catenaccio, con un argentino italianizado que es Helenio Herrera. Un juego netamente defensivo, absolutamente artero.
–Y se le da más valor a la destrucción que a la construcción.
–Hoy ya se dejó de hablar de la muerte del fútbol, en este sentido. Cuando aparece este tipo de fútbol ultradefensivo se da una cosa muy sintomática. Si uno consulta los textos de la época, encuentra que muerte y fútbol, muerte del fútbol y muerte en el fútbol van juntos; los tres están latentes. Hoy se concibe que, más allá de gustos, hasta la década del ‘40, casi del ‘50, la MW fue el mejor fútbol que se jugó, el másequilibrado, el más armónico, el que dio mayor cantidad de cracks y el que congregó a multitudes. Yo no hablo de violencia en el fútbol, hablo de violencia del fútbol.
–¿Por qué hace esta distinción?
–Porque creo que la violencia está históricamente ligada al fútbol, cosa que no se da en ningún otro deporte. Con la reaparición de la muerte en los ‘60, en general en el mundo, el fútbol vuelve a los orígenes. La muerte pasa a ser un elemento esencial, parte del espectáculo y del juego. Con la diferencia de que en los orígenes y hasta principios del siglo XIX, donde en Inglaterra llegó a tener 500 muertos por año, pero entre los protagonistas, los jugadores, por la falta de reglamentación del juego, cuando vuelve la muerte lo hace en el público, y acá está la singularidad. Si el deporte produce una contrasociedad deportiva, que es el negativo ideológico de la sociedad, dónde creés que podés ser todo aquello que no sos en el resto de la sociedad, el resultado es más que previsible. Ya no hay tantos clásicos en el fútbol argentino como clásicos hay entre las hinchadas.
–¿Es decir que la violencia no es algo exógeno al fútbol sino una consecuencia, el precio que se cobra el espectáculo?
–Claro. Los diarios titulan volvió la violencia y yo me pregunto si alguna vez se fue. Lo que pasa a partir del 60 es abrumador. Las muertes relacionadas con el fútbol aumentan considerablemente. Desde 1924 al ’57, de las 237 muertes constatadas a la actualidad, encontramos sólo 12. Todas las demás son del ‘58 a esta parte, y en los últimos años es catastrófico. En los ‘80 y ‘90, los ingleses, con el doble de población que nosotros y con un fenómeno futbolero que nos triplica, andaban en un promedio de seis muertos por año; en Argentina no bajamos de 10. Se produce una paradoja: Argentina, un país periférico y no desarrollado industrialmente, tiene más muertes que los países centrales. En Argentina se había subvertido la teoría del reflejo. El fútbol dejó de ser reflejo de la estructura de la sociedad y ha pasado a ser estructura. Y empezó a ser modelo político. Durante toda la década del 60, el fútbol es usado en la Guerra Fría para demostrar que la lucha de clases no existe. Y en Argentina se da un crecimiento en el éxito deportivo –es indudable que a partir del ‘58 los grandes éxitos del fútbol los logran esa clase de dirigentes: Valentín Suárez, Alberto J. Armando y Antonio Liberti–, pero hay que ver a qué costo. ¡Ojalá se pudiera borrar de nuestra identidad futbolera todo lo que sucedió en esa década!
–¿Para ir hacia dónde?
–A partir de los ‘60 se dejó de jugar fútbol argentino para jugar a otra cosa, de otra manera. Lo que significó borrar la historia de lo que era el primer clásico futbolero, entre ingleses y escoceses. Los argentinos jugábamos como los escoceses. Aprendimos el lenguajes de los colonizados, a ser hábiles, gambeteadores, porque éramos los débiles y tratábamos de compensar así el natural poderío físico de los ingleses. La táctica y estrategia nace en el fútbol tratando los ingleses de parar a los escoceses que les habían ganado las primeras 19 copas.
–¿Los muertos del fútbol pertenecen mayoritariamente a los barrabravas?
–No, en la estadística se destacan las muertes del espectador común, que es un poco el convidado de piedra.
–¿Quiénes son los principales responsables de estas muertes, de la violencia en el fútbol?
–La dirigencia futbolera no debería dejar de reconocer la cantidad de muertos que el fútbol viene dejando en el camino.
–¿Es falso entonces el interés que la dirigencia dice tener para erradicar la violencia?
–Como psicología de grupo, el dirigente argentino es un fenómeno de perversidad. Dicen no saber nada y son perversos. Creo que nunca un dirigente mandó a matar a alguien, salvo el caso de Ignacio Torres (ver aparte) –la excepción que confirma la regla, ¿no?–. Ahora, no se pueden hacer los inocentes. No se puede tener semejante barra de pesados, pagarles, mantenerlos y después decir “no me mate gente en el living”.
–¿Cuánto tiene que ver la policía con estas muertes?
–Están las dos catástrofes. La del 1944, con 9 muertos, y la del ’68, con 71. Después hay muchas muertes aisladas, con armas de fuego; otra de las particularidades de la violencia en la Argentina es ésta, que se verifica con la balística. La cantidad de tiros al aire que matan a los barrabravas es muy alta. Para la Justicia, los barrabravas vuelan, son ovnis. Los jueces dan tiro al aire para cerrar las causas. Scaserra, que no era barrabrava, es otro tiro al aire. Al chico Marcelo Burgos, barrabrava de San Lorenzo, muerto en el polideportivo de Rosario Central, la bala lo atravesó en diagonal, como si fuera la camiseta de River –un tiro de un subcomisario, rodilla en tierra– y lo dieron como un tiro al aire.
–¿Es decir que no hay contrapesos en la sociedad como para frenar esto?
–En lo circunstancial se dan acomodamientos entre la policía y los jueces de turno, que es lo más normal. Pero creo que el fenómeno es mucho más global, en cuanto a lo intocable que es el fútbol en este país. Eso lo pronosticó Valentín Suárez: “Nunca ningún gobierno va a bajarle la persiana al fútbol”. Está la famosa psicopateada del fútbol argentino que siempre amenaza con “cerrar el boliche”. ¡Que lo cierren! ¿Quién pierde? El fútbol de alta competitividad es el negocio de los sponsors, de la televisión, etcétera. La violencia también es parte del negocio, tanto en la policía, como en lo mediático, como en quien sea. Es parte del negocio, es irreversible y va a seguir creciendo.
–¿Usted cree que hay que parar el fútbol?
–No, yo creo que hay que privatizar la violencia. Que Julio Grondona o la AFA SA se encarguen del control de su gente. Hay que retirar la policía de los estadios y ponerla donde tiene que estar. El problema de la violencia en el fútbol es un problema de los dirigentes.
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