DEPORTES › OPINIóN
› Por Ariel Greco
No hay que ir muy lejos para encontrar al campeón del mundo vigente eliminado en la primera ronda. En Sudáfrica 2010, Italia se fue bien tempranito, al quedar último en su zona. Y algo parecido le pasó a Francia en 2002, cuando quedó eliminada en la fase inicial de Corea y Japón.
Pero aunque hay una diferencia sustancial, ya que la eliminación se produjo en la segunda vuelta, este golpazo de España se asemeja más a lo que ocurrió con la Selección Argentina en el ’82. Como en aquel equipo de Menotti, en nombres el plantel español sonaba temible. A la base campeona, Del Bosque sumó a Diego Costa, justo para reforzar el punto débil del campeón 2010, y encontró a Jordi Alba, mucho más jugador que el limitado Capdevilla. Al monarca del ’78, El Flaco le había sumado a dos campeones juveniles: Maradona y Ramón Díaz.
Sin embargo, a pesar de los refuerzos, a ambos campeones salientes, en la cancha se los notó avejentados, con una mezcla de aburguesamiento y malos rendimientos individuales que lo condenaron a la eliminación prematura. Y esta España, para colmo, tuvo al plantel más desgastado de los 32 participantes. Gracias a un Maradona brillante, Argentina se regaló una gran actuación ante Hungría; España, ni siquiera eso. Pero como le había pasado a Menotti, Del Bosque quedó enamorado y en deuda con aquel grupo que lo había llevado a la gloria –no olvidarse de la Euro 2012– y no metió el bisturí necesario. Por eso, nombres de gran presente como Gabi, Negredo, Fernando Llorente y, en menor medida, Jesús Navas, terminaron afuera de la lista de 23. Hasta Diego López, titular en el Real Madrid por encima de Casillas, parecía merecer un lugar. En definitiva, España terminó pagando por la gratitud y bonhomía del Bigotón.
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