DEPORTES
Redondo proyecta jugando picados
El ex futbolista se entretiene en una liga de aficionados, mientras planea hacer el curso de técnico y dedicarse al periodismo.
Por Diego Torres *
Desde Madrid
El Deportivo La Coruña jugó en el Camp Nou el pasado 7 de noviembre a la misma hora que Chacarita en la Liga de aficionados de Torrelodones (Madrid). Entre los dos partidos de fútbol hubo una conexión invisible. Un jugador de Chacarita, Fernando Redondo, rechazó una oferta del Depor el verano pasado. La decisión le impidió estar en Barcelona esa noche enfrentándose a Ronaldinho. La que no se perdió fue la cita de Torrelodones. Allí estuvo, como cada sábado, dirigiendo las operaciones del Chacarita. Esta vez, frente a un equipo de defensa cerrada cuyo arquero, grueso y entusiasmado, estaba aturdido. Se dirigía a sus defensores y les preguntaba: “¿Es o no es?”.
Delante tenía a alguien que le resultaba familiar. “Dámela, no entremos por ahí, da la vuelta”, decía el jugador, serio, dando zancadas con el balón, distribuyendo, armando y orientando a sus compañeros. El guardameta seguía inquiriendo a su central: “¿Pero es o no es Redondo?”.
Era él. La destilación inequívoca de la presencia de Pipo Rossi, la vocación pendenciera de Rattin, la clase de Marangoni, la técnica de Borghi, la cabeza en alto de Olguín, el caudillaje del Checho Batista, la zurda de Mario Kempes haciendo gambetas en Torrelodones. El último de una especie que parece definitivamente desaparecida, mitad bailarín de tango, mitad medio centro.
“¡Es Redondo! –gritó el arquero, convencido–, ¡que me meta un gol!” Hace cinco meses Redondo jugaba en el Milan. Ahora, a sus 35 años, vive su compromiso con Chacarita como si en el divertimento no hubiese motivos para frivolizar. Es el último en llegar. Aparece peinado de tal forma que cada pelo ocupa un lugar prefijado. Como los guapos de las milongas de sus ancestros, en su atuendo hay precisión marcial. Se mete en el vestuario absorto, rápido; se viste de pantalón corto, se estira con solemnidad, no para de dar indicaciones, corre más que nadie, saluda y se va después de meter cuatro o cinco goles y de dar otros cuatro o cinco. Completa el rito con el cuidado febril de quien camina en el alambre. Como si se dirimiese la final de la Champions League.
El Chacarita gana por goleada, pero el árbitro prolonga el encuentro cinco minutos. Juan, el maître del restaurante De María, es uno de los compañeros de Redondo. Está agotado. “¡Fiera, termine de una vez!”, protesta. Y el colegiado le responde: “¿Está loco? ¡Yo con éste sigo dirigiendo una hora más!”.
El verano pasado, Redondo rechazó una oferta del Milan para renovar su contrato hasta 2005. Cobraba cinco millones de euros, pero ver que su entrenador, Carlo Ancelotti, no sólo lo dejaba en el banco en beneficio de Pirlo, sino que prefería a Ambrosini en los cambios, lo empujó a regresar a España. Ahora vive en Madrid, donde ha decidido instalarse en su casa de siempre, en Mirasierra, con su esposa, Natalia, y sus tres hijos, Fernando, Mariana y Federico.
“Fueron 20 años levantándome todos los días para entrenarme, poniendo toda mi energía en el fútbol. Y de un día para otro eso ya no está –dice Redondo–, pero no quiero volver a jugar. Llevaba un mes de vacaciones y, cuando vi a mis compañeros del Milan empezar la pretemporada, descubrí que no me veía ahí. Fue un síntoma. El Milan me quiso renovar, pero no me sentí con ganas. Me ofrecieron ir a Qatar, pero no estaba convencido. Tampoco estuve convencido de otras ofertas en España. Ahora quiero estar cerca de los chicos, de mi familia. Tomé la decisión acertada.”
Redondo habla de su futuro: “Será un año de transición. Quiero seguir ligado al fútbol porque es una de mis pasiones. El que viene haré el curso de entrenador. Tal vez haga algo ligado al periodismo. Viviré en Madrid. Nos encanta. Tengo amigos y siento el cariño de la gente”.
Después de ganar la séptima y la octava Copa de Europa, Redondo ingresó en la memoria del madridismo como un mito. Lo que muchos aficionados no saben es que le gusta tanto el fútbol que habla de sus partidos en Torrelodones como de una forma de “matar el vicio”. Dice: “Tiene que ver con el gusto por sentir el contacto con la pelota. Siempre salté a un campo para divertirme y ahora lo hago con la misma ilusión que tenía a los 15 años”.
Hace unos días, antes de jugar con Chacarita, Juan lo llamó, temeroso de que se aburriera contra un rival muy inferior: “Fernando, no te molestes, que mañana jugamos contra unos que son de madera”. Un minuto antes del partido, Redondo estaba estirándose en el rectángulo de juego.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.