DEPORTES
› OPINION
Resignación instalada
› Por Diego Bonadeo
La naturalización casi sistemática de lo que “no debe ser” no es ni más ni menos que la peligrosa resignación instalada. A menos que se sea corto de entendederas o distraído, o que la intencionalidad, embozada o en superficie, respalde lo que “no debe ser”. Y gran parte del mundo –y nosotros con él– anda muchas veces en ese camino: violando reglas, omitiendo controles, prescribiendo, excepcionando, prometiendo y no cumpliendo... y cuantos gerundios más puedan caber.
Por ejemplo, una acabada muestra de resignación a plazo más o menos fijo fueron las reflexiones de un eterno luchador, el flamante y resistente presidente del Senado uruguayo, Pepe Mujica: “Acabará la luna de miel y, tanto yo como mi gobierno, desilusionaremos a muchos por las enormes expectativas creadas” (ver Página/12 del miércoles 16).
Nuestro fútbol de cada día, de cada semana, de cada torneo, convive desde hace añares con esa resignación. No por el juego, que puede ser bueno (casi nunca), regular (muchas veces) o malo (demasiadas), sino por su entorno, aunque cómo se juega lleva también al conformismo del “es lo que hay”. Un sinnúmero de “desnaturalizaciones” se pudieron detectar en la primera fecha del Clausura: un chico muerto por querer colarse en Rosario, agresiones entre hinchas de Independiente y Quilmes, pedrea de los de Boca al micro que llevaba a los jugadores de Lanús, bengalas en Argentinos-Racing y tantas más. Como colofón, el procesamiento de algunos asociados ilícitamente como “guardianes imperiales” de Racing, por una causa tan trágica como morosa –el asesinato de un hincha de Independiente en 2001– y la clausura del estadio de Argentinos, aunque no por la bengala. Todo lleva a lo de siempre: el espectáculo debe continuar.
Unos veinte años atrás, en comunicación telefónica con Julio Grondona desde la entrañable Radio Belgrano de principios de la democracia, tras un sinnúmero de episodios trágicos en la periferia de las canchas, quien esto escribe preguntó casi con ingenuidad si el fútbol se iba a suspender. El entonces ya presidente de la AFA, aunque todavía no vice de la FIFA ni socio de Torneos y Competencias, reflexionó rápido: “Si el fútbol se suspende, ustedes, los periodistas, ¿de qué van a vivir?”. Sería conducente que ahora, de seguir todo como está, algunos de los que deciden se pregunten –consúltese El gatopardo, de Giovanni Tomassi de Lampedusa– de qué van morir tantos otros.