DEPORTES • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
Argentina llegó con el último aliento al Mundial de Sudáfrica. Pero desde este momento, y no más allá de la próxima semana, deberá dar comienzo entre Diego Maradona, Carlos Bilardo y Julio Grondona una sincera e inevitable revisión de este proceso lleno de intrigas palaciegas y mezquindades. Algo debe quedar en claro, más allá de la clasificación lograda con demasiado sufrimiento y escaso brillo: por este camino al fútbol argentino no le aguarda un destino de gloria dentro de ocho meses, cuando arranque la primera Copa del Mundo en suelo africano.
Hay un riesgo: que Diego Maradona piense que el pasaje obtenido anoche en Montevideo le concede un cheque en blanco a su tumultuosa gestión. Y crea que, ahora que le sonrió la victoria, nada debe ser rectificado y todo debe ser ratificado. Es una vieja costumbre del fútbol (y de la vida) nacional: no se admiten autocríticas a la hora del éxito. Pero se estará en serios problemas si Diego opina que el objetivo conseguido cancela ipso facto las críticas que honestamente se le han formulado a su manera de armar y hacer jugar al equipo.
Un dato demuestra que las Eliminatorias fueron un calvario para la Selección: se obtuvieron once puntos menos que en la previa de Corea-Japón 2002 y tres menos que en la del Mundial de Alemania 2006. Ambas, Eliminatorias que Argentina ganó. En ésta, logró pasar con una victoria ajustada, apostando sin tapujos al empate, y rezando para que la radio no le informara de un triunfo ecuatoriano frente a los chilenos en Santiago.
Si, más allá del abrazo desencajado que se dieron para las cámaras, no se despeja de sospechas la relación entre Maradona y Bilardo, si Diego no se deja rodear por ayudantes de campo que le aporten ideas renovadas y sigue optando por la mediocre compañía de Alejandro Mancuso y Miguel Angel Lemme, si continúa escuchando sólo sus propios gritos y susurros, si no levanta drásticamente la calidad del trabajo en las prácticas en Ezeiza o donde fuere, si no define una idea de juego que supere las cartulinas motivadoras y las arengas de vestuario, Argentina puede llegar a sufrir una mayúscula decepción el año próximo en Sudáfrica. La clasificación llegó recién anoche. Pero el peligro del fracaso está latente si la clase dirigente del fútbol argentino se empeña en seguir recorriendo el tortuoso sendero que desembocó en esta clasificación sin gloria.
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